martes, septiembre 30, 2014

¿Para qué sirve realmente la ética?

En este libro (Paidós, 2013) la catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia responde a la pregunta ¿Para que sirve realmente la ética? Voy a intentar sintetizar la contestación que comparte en sus páginas. La ética consiste en conjugar justicia y felicidad. La felicidad es una cuestión muy personal que cada uno rellena según sus valores individuales (la autora en otras obras se refiere a este horizonte como ética de máximos), pero sin embargo las personas, al ser entidades vinculadas, requerimos unos mínimos económicos, sociales y políticos para poder articular una vida digna de ser vivida (la denominada ética de mínimos). Resulta fácil elucidar por tanto que la felicidad articula la idea de vivir, y la justicia la de convivir. Podríamos decir que la ética es una travesía que intenta cruzar, a través del ejercicio deliberativo y de la conciencia de interdependencia con los demás, del «yo prefiero esto» a «nosotros queremos esto porque es lo justo». La ética como reflexión incorpora al otro en las deliberaciones y sus consecuentes decisiones, tiene en cuenta el impacto de nuestras acciones en los demás, ve al otro en función del modelo de sujeto que se da a sí mismo.

La solución a los males que asolan la vida necesita indefectiblemente la participación de la ética en el paisaje político que es la vida en común. Sólo lograremos un mundo más equitativo y por lo tanto más hospitalario si vemos en los demás una prolongación de nosotros mismos, si en nuestras valoraciones introducimos al otro en tanto que el otro me afecta y le afecto, si emponderamos a las personas en vez de empobrecerlas tanto en el acceso a recursos como en la adquisición de autonomía. Estas visiones se alcanzan desde una conducta empática, humanista, de ver en el otro un fin en sí mismo y no un medio con el que optimizar el lucro, en fomentar la predisposición a cooperar y cuidar al otro en vez de depredarlo, en acompañar al saber técnico de un marco de fines que enaltezcan nuestra condición de seres humanos, de educar para formar ciudadanos críticos y cabales en vez de sujetos exclusivamente competitivos para obtener empleabilidad en el mercado laboral. Este mapa es el territorio de la ética. Una reflexión sobre qué es lo que más nos conviene a todos, no a mí, ni a mis intereses económicos, ni a mi lucro privado, ni a mis deseos más personales. A todos. A ti, a mí y al resto.



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jueves, septiembre 25, 2014

Pensar en tres dimensiones

El pedagogo norteamericano Matthew Lipman (1922-2010) consideraba el pensamiento como algo en permanente estado de transformación. Materia voluble, dúctil, fluctuante. Toda nueva información cambia nuestro pensamiento (incluso cuando lo afianza) y ese nuevo lugar en el que se ubica el pensamiento condiciona indefectiblemente la adquisición de información novedosa. Esta fluctuación del pensamiento distingue tres dimensiones en absoluta interconexión, tres dimensiones que Lipman trató en su programa Filosofía para niños. Por un lado está la dimensión crítica. Es la evaluación, el juicio, el análisis, la anticipación, la actividad incestuosa del conocimiento manteniendo relaciones con conocimiento familiar, no dar ningún postulado por válido hasta que no lo contrastemos y lo verifiquemos, indagar la existencia de falacias, quién nos dice lo que nos dice y por qué, en qué autoridad se apoya. La siguiente dimensión propuesta por Lipman es la dimensión creativa. Se suele consignar que pensar es encontrar respuestas adecuadas a las demandas del entorno, pero también lo es formular preguntas inusuales para que sus respuestas abrillanten ese mismo entorno. Hay que mirar de un modo desacostumbrado, cuestionar la homologación social de ciertos supuestos que nos llevan siempre a las mismas conclusiones, proponer alternativas, derribar dogmas, fabular cosmovisiones distintas, astillar la parcialidad de nuestros juicios, desenmascarar sesgos, puntos ciegos, prejuicios, suposiciones, toda la irracionalidad que campa impunemente en nuestras afirmaciones.

Por último, pero no por ello lo último, nos encontramos con la dimensión ética. Todo lo glosado aquí se convierte en un ejercicio inacabado si al pensar no incluimos a los demás. La dimensión ética nos invita a universalizar nuestra conducta, imaginar qué ocurriría si todos hiciésemos lo mismo, pero también a desarrollar la lógica empática y discernir qué es lo mejor para todos. No es ocioso recordar que un pensamiento crítico en una cabeza que ignora al otro puede mineralizar el ecosistema de un modo fulminante. Por ejemplo: una solución irreprochable para la ortodoxia económica puede sin embargo degradar hasta lo inaceptable la vida de la ciudadanía si la excluye de sus escrutinios. Si ignoramos a los demás en nuestros análisis, si nos olvidamos del impacto que tendrán nuestras decisiones en lo cotidiano de su existencia, la dimensión crítica y creativa devienen en instrumentos fallidos. Las tres dimensiones están ensambladas en una siderurgia que no admite fragmentación si queremos aspirar a realidades más habitables y justas. Si una de esas dimensiones se ausenta en la construcción de ocurrencias, el pensamiento se gripa. Aunque su portador no lo advierta.



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