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La mirada, litografía de Didier Lourenco |
Hace poco me preguntaron en una entrevista de radio qué cambiaría del
sistema educativo. La pregunta no era extemporánea. Venía motivada porque
estaba presentando el libro La educación es cosa de todos,incluido tú
(Editorial Supérate, 2014). Mi respuesta fue tan breve como sincera: «No tengo
ni idea. No soy la persona adecuada para responder a algo así». La presentadora
se quedó un poco decepcionada por mi contestación. Con un silencio incómodo me
impelió a decir algo más. Entonces comenté que una de las fallas que contemplo
en el actual sistema educativo, pero por extensión en el orbe del conocimiento,
es que prima una educación exacerbadamente tecnificada en la que las
Humanidades están siendo paulatinamente desterradas de la oferta curricular y
del discurso social. Se promociona y se imparte una educación empecinada
exclusivamente en la empleabilidad, en lo que la filósofa norteamericana Martha
Nussbaum denomina en su ensayo Sin ánimo de lucro «una educación para la
obtención de renta».
Un amigo mío, profesor de Filosofía en un colegio, me comentó esta semana
que todos los años comienza el curso preguntando a sus alumnos qué es un ser
humano, y que ante esa pregunta todos los chicos y chicas se encogen de
hombros. Las Humanidades sirven para responder a ese interrogante. Nos hacen
tomar conciencia de tres cosas nucleares que muchas veces se nos olvidan: que
somos personas, en qué consiste el acontecimiento de ser persona, y que todas
esas alteridades con las que interactuamos en el ecosistema social son
igualmente personas y por tanto equivalentes a nosotros en derechos y deberes.
Cuando hablo de Humanidades no me refiero a abstracciones sofisticadas, sino a
literatura, arte, cine, música, teatro, filosofía, ética. No creo que haya un
propósito más noble por parte de la educación que el de enseñarnos a tratar a
los demás con la misma consideración que exigimos para nosotros, es decir,
mostrar interés y respeto hacia el valor positivo que una persona solicita
para sí misma. Esta conducta higienizaría actuales decisiones políticas,
económicas, financieras, sociales, en las que las personas son agentes muy
secundarios e irrelevantes si suponen un obstáculo para la maximización del
lucro privado. Para incardinar esta actitud en nuestro comportamiento es
primordial ver al otro como una prolongación de nosotros mismos. Y sólo podemos
ver al otro de este modo ético si nos zambullimos en el arte, los relatos, la
música, la filosofía, el cine, las narrativas, en todas aquellas
manifestaciones que nos hacen reflexionar en torno a nosotros, nos afilan la
naturaleza empática, nos viviseccionan y nos muestran en qué consiste vivir y
convivir. A mí me gusta repetir que no hay mayor optimización del beneficio de
todos que el cultivo de las Humanidades. Espero haber aclarado por qué.