martes, marzo 24, 2015

La envidia sana



Pintura de Francis Bacon
Con motivo de mi último artículo sobre la envidia (ver), una lectora, a la que desde aquí agradezco su participación, preguntaba con muy buen criterio si existe la envidia sana. En ese mismo texto yo citaba a Hobbes. El autor del célebre «el hombre es un lobo para el hombre» ya distinguía entre la emulación y la tristeza que sentimos cuando observamos la prosperidad ajena. Platón acuñó una de  las definiciones de educación más sólidas de todas las que yo he leído: «Educar es enseñar a admirar lo admirable». Cito aquí a Platón porque su apelación a lo admirable vincula con la envidia sana. Podríamos decir que este tipo de envidia es sinónimo de intentar reproducir lo admirable que vemos en el otro, el deseo de replicar en nuestra vida lo que consideramos plausible. No tiene nada que ver con el dolor interior, o el daño de contemplar en el otro lo que a nosotros nos falta, sino con el deseo de mimetizar lo valioso. Probablemente lo admirable correlacione con el comportamiento más que con bienes, experiencias o estatus (uno de los lugares sobre los que la corrosión de la envidia opera con más ahínco sobre el envidioso). La envidia sana es la contemplación de lo elogiable y el deseo de aplicarlo a nuestra vida sin que en ese trasvase sintamos tristeza. Al contrario. En casos así lo que se suele sentir es inspiración e impulso. La envida sana sería la antesala del aprendizaje vicario, el resorte que moviliza energías para que el ejemplo ajeno se erija en maestro propio. Aprendemos aquello que observamos en los demás, que suele ser validado por la comunidad, y que consideramos útil para mejorar nuestra vida. Aquí no hay envidia malévola y deletérea, esa que se sitúa en las antípodas y se activa cuando alguien desea con inquina lo peor a aquel con quien se siente en insoportable desventaja. Acaso tampoco en la envidia sana haya nexos que la emparejen con el sentimiento social de la envidia, aunque el lenguaje coloquial se refiere a ella en estos términos. Hay deseos de mimetizar una conducta que extraería de nosotros una versión más afinada.



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viernes, marzo 20, 2015

Mediación Hipotecaria



Pintura de Amy Casey
Como profesor de la Escuela Sevillana de Mediación, la semana pasada impartí una clase de Negociación en contextos de Mediación Hipotecaria a Técnicos de la Diputación de Sevilla en la localidad de Marchena. Uno de los ejes centrales sobre el que orbitó mi exposición correlaciona con un principio maestro de la gestión de conflictos. La solución de un conflicto sólo se consigue con la colaboración de los actores implicados. Subrayo que he escrito «solucionar» y no «terminar», porque muchas divergencias se terminan sin necesidad de colaboración, sino con la utilización de ese arcaísmo que es la fuerza, la tentadora coartación o la ineficaz para el compromiso manipulación, aunque no se solucionen. Para cimentar esa colaboración es necesario tratar con consideración a la contraparte, empalabrar nuestro discurso en un diálogo educado, que ambos actores acepten la preeminencia de unos argumentos sobre otros, ser respetuoso, despolarizar el conflicto (no todo es blanco o negro), buscar fórmulas integradoras que satisfagan en la mayor cantidad posible los intereses mutuos. Un protocolo muy básico. Es evidente que las prácticas abusivas de las entidades crediticias, una normativa que casi las inmuniza y que simultáneamente desprotege al deudor hipotecario, una notable ausencia de equidad por los reguladores, un contexto de postburbuja y crisis que devalúa el inmueble que garantizó el préstamo pero cuya depreciación sólo asume el deudor, un sobreendeudamiento sobrevenido en el que no hay ni un atisbo de dolo pero que es desdeñado, hace que veamos a la contraparte no como un aliado para solucionar el conflicto, sino como un adversario, una escalada de repulsión que fácilmente puede polucionar la comunicación, provocar la transacción de sentimientos nada proclives al diálogo y encastillar peligrosamente el proceso. Todo desfavorable para un desenlace mínimamente satisfactorio.

Modificar esta percepción es una tarea compleja (más aún en las frecuentes situaciones de desempleo y desesperación), pero no queda más remedio si queremos encontrar una solución más allá del procedimiento judicial, convertir el proceso en un juego de suma no cero en vez de en uno de suma cero.Y otro aspecto nuclear. Aunque no lo parezca, el deudor no negocia con el banco, sino con un representante de la entidad con la que firmó el contrato hipotecario. Parece lo mismo, pero no lo es. La literatura de la negociación lo recalca insistentemente cuando indaga en la intervención de terceros en los procesos. Nosotros mismos muchas veces actuamos como representantes sin ni tan siquiera saberlo. Con la concurrencia de todos estos elementos se puede afirmar que en una mediación hipotecaria se da un escenario muy singular. Como la negociación es muy desigual, el mediador tiende a aparcar su neutralidad y su imparcialidad e intermedia buscando opciones para reestructurar la deuda (moratorias, quitas, dación en pago, o dación en pago con opción a un alquiler social, son las opciones más requeridas), el banco envía a un representante (director de la sucursal, director de riesgos, de morosos), y el deudor trata de bracear en una negociación a la que acude sin BATNA (acrónimo en inglés de una alternativa al mejor acuerdo negociado) y con el vértigo de la exclusión social presidiéndolo todo. Un escenario tremendo.

miércoles, marzo 18, 2015

Primer aniversario de La educación es cosa de todos...

Hoy hace un año que se editó el libro La educación es cosa de todos, incluido tú (Editorial Supérate, 2014). Similarmente a los demás libros que he redactado, decidí escribirlo para aprender. Trataba temas que no sabía bien, pero que tenía muy claro que después de una larga temporada conviviendo a todas horas con ellos acabaría sabiendo. Esto mismo me ocurre con prácticamente todos los artículos que publico aquí. No sé muy bien lo que pienso hasta que no leo lo que he escrito. Esa es la palanca motivadora que me impulsa a cavilar, tomar notas, repasar bibliografía y finalmente poner mis dedos a bailar en el teclado de la computadora. Escribir se erige así en una actividad que desafía al caos, que ordena un tumultuoso magma de ideas que no cobra sentido y gobernabilidad hasta que no se encapsula en palabras y aserciones. Así que escribí La educación es cosa de todos, incluido tú para saber lo que no sabía, para combatir mi ignorancia o acaso para ampliarla, puesto que cada vez estoy más persuadido de que no sabemos lo mucho que no sabemos y sabemos muy poco de lo poco que sabemos. Para remachar el clavo de este inquietante paisaje, cuando alguna vez llegamos a creer saber algo simultáneamente incrementamos dolorosamente la conciencia de nuestra vasta ignorancia.

El libro que hoy celebra su primer cumpleaños es una poética de la convivencia. Treinta y tres epígrafes parcelados con vocación de manual para una lectura fragmentada y de consulta. Es una obra transdisciplinaria y orgullosamente promiscua, encantada de establecer lazos íntimos con materias muy diferentes. La educación es aprender a admirar lo admirable, escribió Platón, pero esta afirmación se presentaría huérfana si no añadimos que además de admirarlo hay que reproducirlo en nuestra conducta, fomentarlo con nuestro comportamiento, incardinarlo en el barómetro que mide la temperatura de lo para nosotros es importante y lo que no, llevarlo a nuestro productor de sentido y a nuestro constructor de metas. Esta orografía es a la que yo me refiero cuando señalo que la educación acontece a cada instante, sobre todo cuando no nos damos cuenta, y que por tanto no es patrimonio exclusivo de los establecimientos educativos ni de sus ofertas curriculares. Está en el aprendizaje invisible que recorre las interacciones a las que estamos obligados por nuestra condición de existencias vinculadas a otras existencias. Ojalá su lectura anime al lector a convertirse en promotor de una realidad más habitable para todos.