viernes, noviembre 13, 2015

«No somos números»



Pintura de Keinyo White
En un programa de radio una mujer se quejaba públicamente esta mañana afirmando con tono entre indignado y lacrimógeno que «no somos números». El motivo de su desoladora objeción era que, a una semana de su realización, el Ministerio ha decidido suspender las oposiciones a enfermería a las que se presentaban veinte mil personas. La queja es muy legítima, pero la afirmación en la que se encarna no es del todo cierta. Me recuerda a un lema que cobró amplísima notoriedad en las manifestaciones del 15 M. Solía aparecer escrito en las pancartas más grandes y más protagonistas. El lema sentenciaba que «no somos mercancía en manos de políticos y banqueros». En una ocasión yo me atreví a comentar a sus portadores que la reflexión de la pancarta estaba mal redactada. Me miraron con cara de qué dices, y luego agregaron que no veían ningún error por ningún lado. «Sí, insistí, está mal escrita. Por desgracia somos lo que niega la frase de la pancarta, pero nos gustaría no serlo». Su arquitectura conceptual es idéntica a la de la queja de la oyente de la radio cuando protestaba al comprobar que las instituciones nos rebajan a meros guarismos. Ciertas decisiones de índole política nos tratan como si fuéramos insensibles números, pero nos encantaría que no fuera así. Ese noble deseo vincula con la ética. 

La ética es la única disciplina que no opera sobre la realidad existente, sino que la traspasa e imagina lo que nos gustaría que existiese. Genera ficciones para mejorarnos.  Otra anécdota. En plena gestión de la crisis económica en la que todas las medidas para suturarla infligían daño a los más desfavorecidos, un amigo mío hizo un montón de chapas para repartir entre sus conocidos con un lema maravilloso, pero de nuevo erróneo: «Mi dignidad no está en crisis». «Eso es lo que tú te crees»,  le espeté entre risas cuando me regaló una para que la pinchara en mi abrigo. «A ti te gustaría que no estuviera en crisis, lo que demuestra que sí lo está», concluí. Se trata de un estricto planteamiento ético porque se piensa en lo que debería ser fijándose en lo que es. En el caso concreto de la dignidad se intenta evitar que se destruyan aquellos valores que anhelamos poseer por el hecho de ser personas y porque creemos que su posesión adecenta la conducta de todos y favorece el lazo comunitario. Los grandes paradigmas contemporáneos poseen un envés peligrosísimo si no se subordinan a un marco ético. Sin la ética como marco orientador de las decisiones es muy fácil caer en el utilitarismo feroz, en la tecnología inhumana, en la tiranía política o en la democracia sin participación, en la usura de los mercados, en la cosificación del otro para satisfacer fines individuales. Si no recuerdo mal, fue a Victoria Camps a quien le leí que la ética consiste en eliminar la crueldad y ensanchar el nosotros. La ética trata de enaltecer nuestra condición de seres humanos que han decidido vivir en una comunidad reticular para desde ahí tomar las decisiones más convenientes para todos. Ese todos es irrenunciable. Es el que nos ha permitido dejar atrás a la jungla. Ninguna disciplina persigue un objetivo tan hermoso y loable.



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miércoles, noviembre 11, 2015

Curso presencial de Técnicas de negociación



La convivencia es el lugar en el que organizamos los espacios, propósitos y recursos compartidos. No hay otro sitio para hacerlo. Esa gigantesca red movediza de relaciones interpersonales requiere conciliar muchas diferencias, armonizar intereses divergentes, suturar antagonismos, intercambiar recursos, crear sinérgias. Este curso de Tecnicas de negociación aplicadas a la mediación y la convivencia persigue fortalecer esas interacciones interdependientes. Con esta experiencia piloto, la Escuela Sevillana de Mediación inaugura un repertorio de cursos intensivos en fin de semana (viernes 27 y sábado 28 de noviembre). Como docente de la escuela, el primer monográfico lo impartiré yo. Explicaré con un sentido muy práctico y ameno muchos de los aspectos de las interacciones humanas que suelo compartir aquí en forma de texto. Toda la información en la web oficial de la Escuela.

martes, noviembre 10, 2015

Narcisismo verbal


Somos lo que sabemos expresar. Wittgenstein advirtió con lucidez que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Se podría refinar un poco más esta máxima y afirmar que los límites de mi léxico y el microcosmos gramatical en el que se desenvuelve son los límites de mi pensamiento sobre el mundo que, siguiendo a Wittgenstein, es todo lo que acaece. Más todavía. Cómo se hable uno a sí mismo dentro de esas balizas determina en un alto grado la construcción de sus propias expectativas y por tanto cómo se conducirá. En consecuencia el lenguaje deviene en un buril que esculpe la plasticidad identitaria de la persona que estamos siendo a cada instante. Son tantas las posibles y acrobáticas contorsiones circenses que permite el lenguaje que a veces nos sorprende con el más difícil todavía. Entre las muchas prácticas malabares hay una especialmente fascinante. Seguro que cualquiera de nosotros la ha contemplado alguna vez en alguna parte. Ocurre cuando de repente alguien arranca a hablar de sí mismo en tercera persona. Un individuo se señala a sí mismo pero como si fuera otro. En vez de emplear el yo como el sujeto de sus narraciones personales o sus determinismos biográficos utiliza su propio nombre, o se cita aludiendo a su profesión y cargo. En sus primeros años de vida los niños se refieren a sí mismos de este modo. Al parecer el yo no ha progresado lo suficiente como para admitirse como una unidad. Es muy cándido observar a un niño de dos o tres años referirse a sí mismo por su nombre. Lo que ya no lo es tanto es contemplar cómo esa misma operación la realiza una persona que hace unas cuantas décadas dejó de serlo. Yo repito con fatigosa frecuencia que el alma es esa conversación que mantenemos con nosotros mismos relatándonos a todas horas lo que hacemos a cada minuto. En uno de sus poemas Mario Benedetti habla de sí mismo como «yo y yo», es decir, el milagroso desdoblamiento que se produce en el diálogo interior entre el yo que habla y el yo que escucha. Basta con prestarse un mínimo de atención para descubrir que «yo y yo» se pasan el día charlando animadamente.  En mi caso es así. «Yo y yo» estamos de cháchara todo el rato.

Pero en el caso que nos ocupa no se trataría de «yo y yo», sino de «yo y él», un diálogo exterior con otras personas en el que el yo se escinde para hablar de sí mismo como si fuera una alteridad disímil a él. Uno se cita a sí mismo, se señala, pero al hacerlo toma una distancia verbal que es como si hablara de otro al que sin embargo nomina con su mismo nombre y apellidos. ¿Por qué uno habla de sí mismo sustantivándose en su misma identidad nomimal pero como si se estuviera refiriendo a otra persona? ¿Por qué adopta la decisión de hablar de sí mismo como si no fuera él mismo? ¿Qué fin persigue esta peripecia autorreferencial del lenguaje? Hablar en tercera persona de sí mismo es como hablar en primera persona pero hipertrofiadamente. Es un yo tan quintaesenciado y tan hiperbólico en su vanagloria que no puede referirse a sí mismo si no es desde la circunvalación que le permite la enigmática magia del lenguaje. El espejismo de la supuesta distancia de separación consigo mismo es en realidad la abolición de la distancia.  Más que una versión estilizada del narcisismo es su caricaturesca representación. La primera persona del singular (yo) es demasiado diminuta para abarcar tanta egolatría, así que el propio ególatra transmuta en la tercera (él). El usuario de esta expresión es tan dúctil a su narcisismo que se le cuela en la simple elección del léxico con el que se autorreferencia. Hay otro elemento nada marginal que señala esta egocéntrica dirección. Yo todavía no he escuchado a nadie hablar de sí mismo en tercera persona para reprobarse una conducta, o que cite su estatus profesional si éste no se ubica en los lugares elevados de la pirámide social. Esta arquitectura lingüística se levanta para el halago, no para la devaluación. Yo es él, él es yo, pero en realidad todo es él y él. Es puro fundamentalismo del yo, la militancia más homogénea e idólatra del ego. La conclusión puede ser muy simple. Utilizamos el lenguaje verbal para hablar con nosotros mismos y con los demás, pero al hacerlo el lenguaje también habla y se expresa. Comenta cosas de nosotros sin ninguna pudicia. Visibiliza quién habita dentro de la voz que lo pronuncia. Airea información confidencial. Nos habla.



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