martes, septiembre 20, 2016

Somos coautores de nuestra biografía



Obra de Malcolm Liepke
Del mismo modo que no podemos detener los latidos de nuestro corazón por mucho denuedo que pongamos en la tarea (salvo que nos suicidemos), tampoco podemos levantar un dique de separación entre el caudal de cosas que nos ocurren y el caudal de cosas que hacemos. Da igual si suministramos grandes cantidades o cantidades ínfimas de esfuerzo para evitarlo, las relaciones promiscuas que mantienen lo involuntario que acontece y lo deliberado que tratamos de que ocurra seguirán dando forma al contorno de nuestra vida. Releyendo esta mañana el ensayo Las experiencias del deseo de Jesús Ferrero, me topo con la explicación de la palabra pathos. El autor comenta que uno de los significados adscritos a este término en la antigua Grecia era «el que hacía referencia a lo que le ocurre a uno, a veces sin buscarlo, y que estaría relacionado con el accidente, con lo inesperado para el sujeto y que rompe la línea de lo previsible». La abundante aparición de elementos imprevistos e indeliberados en el decurso de una vida es el motivo por el que yo suelo señalar que no somos los únicos autores de nuestra biografía. Nuestra egolatría se revuelve ante esta constatación que rebaja nuestra soberanía, que nos hace tomar conciencia de que hemos cofirmado con otros el relato en el que se va redactando nuestra existencia. No somos los únicos autores de nuestra biografía, somos coautores, aunque el individualismo contemporáneo insista con tono inquisitivo que haciendo acopio de méritos alcanzaremos unilateralmente lo que nos propongamos, y soslayaremos con éxito aquello que obstruya esta tarea.

La gramática de vivir consiste en aceptar con estoicismo tres presupuestos constitutivos del ser que se despliega en la inmediatez permanentemente inaugural del aquí y ahora. El primero de los presupuestos radica en los hechos que se solidifican en nuestro quehacer cotidiano tras el ejercicio de nuestra autodeterminación. Se trata de un itinerario que se inicia en la deliberación, surca la decisión y desemboca en la acción. El segundo presupuesto, que afecta al acontecimiento de la persona que estamos siendo en la plenitud de cada instante, se tipifica en las decisiones que adoptan los demás en una práctica de su autonomía análoga a la nuestra, pero que, al ser todos existencias al unísono, impactan en nuestro pequeño mundo sin que podamos soslayar ni la colisión ni sus efectos salutíferos o malévolos. Y por último, el tercer vector, el más desconsiderado pero quizá el más sustancial de todos: la radiación azarosa de la vida que se abraza a nuestra cotidianidad con sus combinaciones imprevisibles. Mi frase favorita, y que repito muy a menudo en las clases y en las ponencias, hace alusión a esta aleatoriedad que nos envuelve en su placenta macroscópica: «Si quieres que Dios se parta de la risa, cuéntale tus planes». Esta esencia arbitraria nos transporta a territorios que la capacidad predictora de nuestro siempre vaticinador cerebro no había contemplado. Prorrumpe el asombro, la perplejidad, la sorpresa, la corroboración de que lo inesperado se presenta cuando menos te lo esperas. Nos cuesta aceptarlo, pero casi todo lo que ahora posee centralidad en nuestra vida no es sino el resultado de una detonación del azar. Ocurrió como perfectamente pudo no ocurrir. O no ocurrió como perfectamente pudo llegar a ocurrir.



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viernes, septiembre 16, 2016

Comienzan los paseos por la capital del mundo

Hoy viernes 16 de septiembre comienza el Congreso de Mediación de Vilassar del Mar (Barcelona). Mañana sábado se celebrará allí el primer paseo por la capital del mundo de este nuevo curso académico. A partir de ese momento inaugural, esta temporada habrá más paseos en distintos lugares y en distintas ciudades. Mañana disertaré sobre la portentosa idea de dignidad. La dignidad entendida como el derecho a tener derechos en tanto que somos valiosos al poseer autonomía, seres con capacidad para elegir los fines con los que organizar nuestra vida, sostiene toda la arquitectura de la convivencia y del diálogo como procedimiento de la razón comunicativa. Trataré de demostrar que nunca podremos vivir en el mejor de los mundos posibles, refutando la célebre tesis de Popper, pero sí podemos mejorar con nuestras decisiones el mundo en el que vivimos.  Estáis invitados a éste y a los próximos paseos por la capital del mundo que es Nosotros.





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jueves, septiembre 15, 2016

La dignidad no es un cuento, es una ficción

Grafiti de Banksy
Todavía recuerdo la perplejidad que provoqué en una asistente a una charla cuando defendí que la dignidad es una ficción. Era una trabajadora social y se quedó atónita. Me dijo con tono de sorpresa que era la primera vez en su vida que escuchaba algo semejante, que la dignidad era un cuento. Le maticé que no, no es ningún cuento, aunque muchos la desconsideran como si sí lo fuera. Es una ficción, que es muy distinto. La dignidad es una creación humana, una invención portentosa de la inteligencia impulsada por una sensibilidad ética. La dignidad no se siembra ni nace en zonas de cultivo, no brota en tierras fértiles ni se marchita en lugares yermos, no crece en las ramas de los árboles más frondosos, ni es el resultado concienzudo y científico de un gélido laboratorio. Es una ficción ética basada en aquello que nos gustaría que fuera. La ética es la única disciplina que opera en el futuro en vez de en el presente, señala cómo deberían de ser las cosas en vez de detenerse a escrutar cómo son. Para lograr algo así necesita imaginar el modelo de sujeto ideal al que aspiramos. El nacimiento de la dignidad fue un ejercicio imaginativo que nos elevó sobre nosotros mismos para darnos soluciones a problemas que no son imaginaciones nuestras. Es una acrobacia que si se estudia detenidamente te deja boquiabierto. Inventamos ficciones para hallar soluciones a problemas reales. No es nada extraño. Es un bucle prodigioso, como se titula acertadamente uno de los ensayos de José Antonio Marina que explica este milagro de la inteligencia humana. Muy recomendable también su Lucha por la dignidad

Los valores cuyo regreso del ocaso reclaman los prescriptores sociales contemporáneos no son sino las virtudes analizadas por la filosofía griega. Cuando un buen sentimiento lo racionalizamos se convierte en virtud, el comportamiento que llevado a cabo mejora la inevitable convivencia a la que nos obliga nuestra condición de existencias anudadas a otras existencias. Gracias al sentimiento hemos advertido que somos capaces de albergar afecto, empatía, compasión, lástima, cariño, amor, altruismo, admiración, pero también miedo, ira, enfado, orgullo, soberbia, odio, rencor, resentimiento, egoísmo, codicia, envidia, celos, furia, ambición. La dignidad es la solución que hemos encontrado para protegernos de nosotros mismos cuando nos gobiernan los sentimientos en los que el otro sale malparado o no nos importa infligirle daño. Uno siempre es digno aunque su comportamiento no lo sea, porque la dignidad la poseemos por el hecho de existir, no por la evaluación que se realice de nuestros hechos. Una cosa es la dignidad y otra muy disímil la conducta digna, como he pormenorizado en el ensayo La capital del mundo es nosotros y he explicado alguna vez en este Espacio Suma No Cero. La dignidad no la hemos configurado leyendo abstrusos tratados de filosofía, sino observando nuestra propia conducta y su impacto en la comunidad reticular que nos cobija. 

Hace poco le leí a Daniel Innerarity que la costumbre sabe más de moral que cualquier tratado de moral, y sospecho que la dignidad como ficción fue creándose entre todos y entre nadie precisamente para que nadie pudiera predar a nadie, y si lo hiciera fuera penalizado por ello. (Abro paréntesis. Este deseo es teórico, porque la dignidad vive una época crepuscular en la que es degradada con portentosa sencillez  por los mismos cuyos cargos fueron creados para protegerla. Cierro paréntesis). No es arbitrario constatar que la declaración de los Derechos Humanos, que pivotan sobre la dignidad, se redactaran tras la carnicería de dimensiones nunca antes vistas que supuso la Segunda Guerra Mundial y sus sesenta y cinco millones de muertos, veinte millones de lisiados y siete u ocho millones de desaparecidos. La verdadera magia de la dignidad y su magnitud práctica acontecen cuando esta ficción es aceptada universalmente. De este modo lo ficticio se convierte en real si lo ficticio modifica la conducta de todos. Kant aclaraba que la mejor manera de preservar la dignidad del roce diario consistía en tratar a los demás con la misma equivalencia que solicitamos para nosotros. Aceptar que toda persona es digna (es decir, posee el derecho a tener derechos) por el hecho de ser persona, debería elevar el trato que le dispensemos. Por el efecto de los vasos comunicantes, también debería abrillantar el trato que nos dispensen a nosotros. 



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