Con
motivo del último artículo titulado «Dañar la autoestima», un lector hizo una
enriquecedora apreciación. La resumo aquí. Son muchos los que
parapetándose en la protección de su autoestima impiden que uno emita cualquier
juicio que les ataña. Esta reflexión nos conduce a un
nuevo paisaje más relacionado con las teorías de la argumentación que con el
respeto a la autoestima. No compartir la opinión sobre un tema deliberativo, como
puede ser el comportamiento de aquel que interactúa con nosotros, no es sinónimo de dañar su autoestima. Una cosa es una crítica a un hecho, idea o conducta concretos, y
otra muy diferente es lacerar la autoestima (esa «montaña rusa con un solo
pasajero» como la etiqueta Andrés Neuman en su brillante libro de
definiciones Barbarismos). Refutar
una idea o censurar un comportamiento de un modo pacífico y educado no es lastimar la autoestima, ni tan
siquiera es descalificar a la persona destinataria de nuestro contraargumento. Cierto analfabetismo argumentativo
considera que una crítica sobre una conducta determinada es una enmienda a la
totalidad de la persona que recibe la objeción. Es una conclusión muy pobre, un autorretrato bastante elocuente del que se revuelve escudándose tramposamente en el respeto que todas las personas nos merecemos por el hecho de serlo.
Que a alguien no le guste este texto que estoy escribiendo ahora y me lo haga saber
no significa que esté atacando a lo más íntimo de mi persona. Significa que
este texto lo considera mejorable o más cristalino y que se puede abordar desde ángulos de observación
más esclarecedores. Si uno
presenta un argumento confeccionado de una manera más sólida que el que yo puedo esgrimir, no tengo que releer esa situación como una agresión a mi
autoestima. Al contrario. Me están ayudando a pertrecharme de evidencias
mejores que las que yo manejaba hasta ese instante. Habrá que recordar aquí que uno
de los cuatro principios vectores para resolver satisfactoriamente diferencias
afirma que hay que «separar el problema de la persona». Totalmente cierto. Pero
el requisito es aplicable tanto para el que formula el problema como para la persona
que escucha en qué consiste. Si una de las partes se ciñe al problema y la otra
considera que esa formulación es un ataque frontal a su persona, no hay
solución posible. Para que dos partes dialoguen bajo un mismo paraguas argumentativo
y un mismo territorio sentimental necesitan consesuar un protocolo. Necesitan una
pedagogía de los argumentos compartida.