Fiesta, de Irma Gruenfof |
Una de las tensiones más
frecuentes que se desatan en la búsqueda de conciliación de intereses
antagónicos es la que se produce entre la empatía y la asertividad. La empatía consiste
en habitar en la mirada del otro y contemplar desde allí la realidad
para tratar de comprender los argumentos que nuestro interlocutor deposita en nuestro
intelecto. La asertividad es la habilidad de defender discursivamente nuestra
postura y nuestros derechos sin agredir ni denostar los de nuestro opositor. La
convivencia entre la actitud empática y la asertiva a veces se enreda y en vez
de plebiscitar soluciones agrava los problemas. En
un escenario de conflicto podemos pecar de ser excesivamente empáticos y desatender
nuestros intereses, o a la inversa, exacerbar nuestra asertividad y mostrarnos
insensibles con los intereses de nuestro homólogo, enrocarnos en
la consecución de los nuestros aún a costa de perjudicar indiscriminadamente los suyos.
La empatía o la asertividad son habilidades sociales eficaces o estériles según el uso
que hagamos de ellas. Pueden provocar desórdenes homeostáticos en las interacciones
si se utilizan en porcentajes desequilibrados. No hay ni que elogiarlas
ni tampoco censurarlas en bloque. No sirve de nada aplaudir una conducta empática cuando
la situación solicita asertividad, o entronizar la asertividad cuando el
paisaje necesita colorearse inmediatamente de empatía. Hay que utilizarlas bien. A mí me gusta
aclarar que normalmente entre empatía y asertividad se produce una relación de
vasos comunicantes. Las personas de naturaleza empática refuerzan su
asertividad, porque al contemplar la realidad desde ángulos de observación
ajenos, y con argumentos poco familiares, les permite cotejar la suya con nuevos elementos y admitir su idiosincrasia y su condición de personas no estandarizadas y por tanto únicas. Del mismo modo, pero en dirección contraria, emplear la
asertividad de un manera frecuente saca filo a la empatía. Velar argumentativamente por nuestros derechos
es una forma de admitir la presencia de los de los demás, y por tanto erigirnos
en sus aliados. Con la defensa empática de nuestros derechos indirectamente custodiamos los de los otros. Puede parecer una
conclusión muy lapidaria, pero es díficil que haya asertividad sin empatía y
empatía sin asertividad. Se salvaguardan mutuamente.
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