viernes, noviembre 14, 2014

La inteligencia ejecutiva



La idea central de este ensayo de José Antonio Marina (Ariel, 2012) es que podemos domesticar nuestra inteligencia computacional o generadora, la que opera en el umbral de la inconsciencia. Dicho de forma coloquial, podemos poner a trabajar para nuestros intereses de manera consciente  a nuestro inconsciente. ¿Cómo se logra esta tarea tan fantástica? Gracias a la construcción de automatismos. El automatismo se entrena y, paradójicamente, empezamos a entender qué hemos de hacer para domeñarlo, metabolizarlo, lograr que su energía  propulsora de ocurrencias se alinee a nuestro lado. La inteligencia ejecutiva (que organiza todas las demás inteligencias –cognitiva, emocional- y cuyo fin no es conocer sino dirigir bien la acción aprovechando nuestras emociones y conocimientos)  tiene capacidad para la elección de metas y la elaboración de hábitos, es decir, decide qué objetivos quiere para sí y la manera de realizarlos.  La inteligencia ejecutiva toma decisiones, dirige las capacidades humanas, pero sobre todo puede edificar proyectos, ficciones que a medida que se injertan en la realidad van transfigurándola, metas pensadas que dirigen y movilizan energía e ideas provenientes de la inteligencia generadora. 

Un proyecto es una meta pensada y perimetrada por la inteligencia ejecutiva,  que de este modo convierte a la inteligencia generadora en un proveedor de ideas y de energía tractora afanada precisamente en convertir en presente esa anticipación del futuro. «Llamamos ejecutivas a todas aquellas operaciones mentales que permiten elegir objetivos, elaborar proyectos y organizar la acción para realizarlos». Cuando nos adentramos en la realidad impulsados por la función directiva que ejerce un proyecto (regula las emociones, dirige la atención, mantiene el esfuerzo, facilita el tránsito de información, articula la memoria de trabajo), la realidad se plaga de posibilidades, cobra brillo, expande el mundo,  se convierte en una herramienta para la determinación de nuestras ideas. «La mirada se vuelve inteligente al ser dirigida por proyectos inventados». Surge la capacidad poética, la mirada creadora, una manera de habitar la realidad que modela la propia realidad.  He aquí el maravilloso hallazgo, más maravilloso si añadimos que la inteligencia ejecutiva puede ser educada. «Los dominios de la inteligencia generadora (el cognitivo, el motor, el afectivo) van a ser transmutados al estar dirigidos desde arriba por el sistema ejecutivo». La iniciativa personal permite la aparición de la mirada creadora. Y la mirada creadora encuentra en la inteligencia generadora (que se desarrolla en la inconsciencia y se mueve en muchos casos por impulsos biológicos) el mejor aliado para sus fines que no son otros que alcanzar la felicidad (la experiencia que acompaña a la acción) y la dignidad (el valor que nos hemos dado las personas por el hecho de serlo y que requiere de atenciones permanentes).  Lo inconsciente se convierte en fuente nutricial del consciente a través de una meta que genere atracción potente. Empezamos en la neurología y desembocamos en la ética. En alguna entrevista Marina se ha referido a este hallazgo como la tercera revolución de la educación. No es para menos.