La idea central de este ensayo de José Antonio Marina (Ariel, 2012) es que
podemos domesticar nuestra inteligencia computacional o generadora, la que
opera en el umbral de la inconsciencia. Dicho de forma coloquial, podemos poner
a trabajar para nuestros intereses de manera consciente a nuestro inconsciente. ¿Cómo se logra esta
tarea tan fantástica? Gracias a la construcción de automatismos. El automatismo
se entrena y, paradójicamente, empezamos a entender qué hemos de hacer para
domeñarlo, metabolizarlo, lograr que su energía
propulsora de ocurrencias se alinee a nuestro lado. La inteligencia
ejecutiva (que organiza todas las demás inteligencias –cognitiva, emocional- y
cuyo fin no es conocer sino dirigir bien la acción aprovechando nuestras
emociones y conocimientos) tiene
capacidad para la elección de metas y la elaboración de hábitos, es decir, decide
qué objetivos quiere para sí y la manera de realizarlos. La inteligencia ejecutiva toma decisiones,
dirige las capacidades humanas, pero sobre todo puede edificar proyectos,
ficciones que a medida que se injertan en la realidad van transfigurándola,
metas pensadas que dirigen y movilizan energía e ideas provenientes de la
inteligencia generadora.
Un proyecto es una meta pensada y
perimetrada por la inteligencia ejecutiva, que de este modo convierte a la inteligencia generadora
en un proveedor de ideas y de energía tractora afanada precisamente en
convertir en presente esa anticipación del futuro. «Llamamos ejecutivas a todas
aquellas operaciones mentales que permiten elegir objetivos, elaborar proyectos
y organizar la acción para realizarlos». Cuando nos adentramos en la realidad impulsados por la función directiva
que ejerce un proyecto (regula las emociones, dirige la atención, mantiene el
esfuerzo, facilita el tránsito de información, articula la memoria de trabajo),
la realidad se plaga de posibilidades, cobra brillo, expande el mundo, se convierte en una herramienta para la
determinación de nuestras ideas. «La mirada se vuelve inteligente al ser
dirigida por proyectos inventados». Surge la capacidad poética, la mirada
creadora, una manera de habitar la realidad que modela la propia realidad. He aquí el maravilloso hallazgo, más
maravilloso si añadimos que la inteligencia ejecutiva puede ser educada. «Los dominios de la inteligencia generadora
(el cognitivo, el motor, el afectivo) van a ser transmutados al estar
dirigidos desde arriba por el sistema ejecutivo». La iniciativa personal
permite la aparición de la mirada creadora. Y la mirada creadora encuentra en
la inteligencia generadora (que se desarrolla en la inconsciencia y se mueve en
muchos casos por impulsos biológicos) el mejor aliado para sus fines que no son
otros que alcanzar la felicidad (la experiencia que acompaña a la acción) y la
dignidad (el valor que nos hemos dado las personas por el hecho de serlo y que
requiere de atenciones permanentes). Lo
inconsciente se convierte en fuente nutricial del consciente a través de una
meta que genere atracción potente. Empezamos en la neurología y desembocamos en
la ética. En alguna entrevista Marina se ha referido a este hallazgo como la
tercera revolución de la educación. No es para menos.