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Obra de James Coates
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Siempre me entristece preguntar a alumnas y alumnos qué
es lo que más les apasiona hacer en la vida y por respuesta recibir un encogimiento de hombros. Ignoramos si
hay vida después de la muerte, pero sí sabemos que sin entusiasmo y sin pasión se antoja harto
difícil que pueda haberla antes, no al menos vida buena. Esta falta de apasionamiento ayuda a comprender por qué
hay personas que se mueren y sin embargo no es hasta muchos años después cuando
fallecen. En su descargo hay que agregar apresuradamente que no es sencillo tener una
pasión, ni por supuesto disponer del tiempo y el sosiego necesarios para
cultivarla y mantenerla floreciente. El entusiasmo puede marchitarse enseguida en un mundo
centrifugado por la desigualdad, el malestar democrático, el deterioro
medioambiental, las sistémicas crisis económicas y financieras, el creciente
y nunca satisfecho extractivismo que convierte la realidad en inhabitable para
las personas con exigua capacidad adquisitiva, la vida en la que están cancelados los planes estables de vida, la industria de la persuasión azuzando el deseo para instigarlo a consumir compulsivamente y a la vez mantenerlo capitalistamente insatisfecho, los
tiempos de producción fagocitando segmentos cada vez más grandes de tiempo, la pérdida de agencia y poder de decisión sobre lo político, la fragilización de los vínculos que atañen a los afectos y confinan a la soledad no deseada o a dolencias del alma ahora catalogadas como problemas de salud mental, el crepúsculo de una atención tiranizada por las pantallas, la sobreexposición a ingentes bloques de información que nos atora primero y nos sume en la abulia después, la
precarización, el encarecimiento de todo lo asociado al mantenimiento de la
vida y el abaratamiento del precio del trabajo que sin embargo es cada vez más vampirizador y extenuante, en el supuesto de plegarse a la voracidad del mercado y tenerlo. No, no es fácil vivir entusiasmadamente en un lugar y en un tiempo donde sobrevivir requiere tanto.
Hace unos días leí una preciosa definición de
pasión. Pertenece a José Luis Villacañas y aparece depositada en el libro Doce filosofías para un nuevo mundo. «La
pasión es la conciencia de que el ser humano alcanza su energía desde algo que
es más grande que él. Cuando la siente, experimenta que un objeto infinito le
invade, uno por cuya entrega perenne desea ser inmortal. Eso siente el que ama,
el que conoce, el que transforma las cosas, el que crea, el que inventa, el que
ayuda, el que acoge». En el pletórico de
frases memorables ensayo Una filosofía del
miedo, Bernart Castany Prado informa: «Si la alegría era el indicio de que
una de nuestras potencias se está ejercitando y aumentando, el entusiasmo es la
alegría de sentir que todas nuestras potencias aumentan de forma general». Castany puntualiza que la persona
entusiasmada, «hace todo lo que
puede, y por eso siempre puede un poco más de lo que podía». La pasión, el entusiasmo, aquello que nos regala deleite y disfrute, hacen con nosotros algo que solo se puede catalogar de portentoso. Estas disposiciones del ánimo movilizan grandes
cantidades de energía creadora sin que seamos conscientes de ello, nos hacen denodarnos sin
sensación de denuedo, adjuntan un ímpetu que parece emancipado de la voluntad, nos aferran a una atención tan exultantemente ensimismada con
la tarea que nada ajeno a ella la puede colonizar, fecundan una imaginación exploratoria en la que no hay cabida ni para el aburrimiento ni la anhedonia. El entusiasmo nos ensambla con lo mejor que posee la persona en la que nos estamos constituyendo a cada instante.
En su premiado y poderoso libro El entusiasmo, Remedios Zafra distingue dos formas de
entusiasmo: «Una forma de entusiasmo aludiría a la «exaltación derivada de una
pasión intelectual y creadora», y la forma más contemporánea surgiría como
«apariencia alterada que alimenta la maquinaria y la velocidad productivas» en
el marco capitalista. Esa que requiere camuflar la preocupación y el conflicto
bajo una coraza de motivación forzada generadora de contagio, mantenedora del
ritmo de producción del sistema, sintonizando como procesos análogos:
producción intelectual y de mercado». Más adelante Zafra habla de entusiasmo
íntimo y entusiasmo inducido (que considera efímero y poco pregnante, algo que Azahara Alonso define en Gozo como comprometernos a obedecer con entusiasmo). Zafra concluye que «el entusiasmo íntimo y creativo señala posiblemente
una de nuestras primeras muestras de verdadera libertad».
Creo que el amor es la fuente de este entusiasmo adjetivado como íntimo. Amamos aquello
que nos entusiasma y nos entusiasma porque lo amamos. El neurocientífico Francisco Mora es autor de
un libro con un título hermosísimo: Solo se puede aprender lo que se ama. Solo con la comparecencia de la alegría y su capacidad de extender
el poder de vivir se puede aprender lo muchísimo que la vida enseña si
prestamos atención. La alegría trae consigo la celebración
de la vida, le grita un afirmativo sí a las posibilidades que
nos dispensan las circunstancias. Los seres humanos estamos anudados al principio de placer, y no
hay nada más placentero que llevar a cabo aquello que nos entusiasma, sea lo que sea, y que divergirá notablemente de unas personas a otras. El entusiasmo, la pasión, no es ser, es hacer, un hacer que cuando lo hacemos nos hace ser. Nadie cobija la vocación de ser algo, sino de hacer aquello que le procura placer
hacerlo. Cuando
a una criatura le preguntan qué quiere ser de mayor le están planteando una interrogación impertinente y muy mal formulada. Le obligan a utilizar el verbo ser en detrimento del verbo hacer. Todo lo que consiste en hacer no se
puede degradar a mercancía, no es venable, está fuera del mercado. El capital podrá instrumentalizar el entusiasmo, pero nadie podrá adquirirlo a través de un intercambio comercial. El amor es el cuidado que ponemos en aquello
que hacemos entusiasmadamente porque lo consideramos valioso para que nuestra vida se encumbre a la categoría de
vida buena. Como ciudadanía y como seres entretejidos unos con otros en el tapiz social precisaríamos de muchísimo más tiempo y predisposición para cultivar y fomentar este amor y este cuidado. Cuando este amor se practica hasta devenir hábito, las personas gozan, y cuando gozan en su entramado afectivo destellan los sentimientos de apertura al otro. Los sentimientos que alfombran la convivencia y hacen más apetecible la vida propia y compartida.
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