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sábado, abril 22, 2017

Feliz Día del Libro a los que no conciben vivir sin leer



Obra de Nigel Cox
Hoy es la víspera del Día del Libro. Me encanta esta fecha porque mi relación con los libros es justificadamente apasionada. Yo siempre reivindico mi condición de lector muy por encima de la de autor. No todos los días me dedico a plagar de líneas la brillante pantalla del ordenador, pero sin embargo sentiría una ligera orfandad si un día no leo. No concibo un día en el que las inaugurales horas del día no las dedique a mantener una charla privada con aquellos que en un acto de generosidad han decidido compartir con todos nosotros sus mejores ideas, empaquetarlas en un lenguaje aseado y a veces embellecido, estructurarlas de una manera inteligible, y donarlas para que ahora cualquiera de nosotros pueda aprovecharlas en beneficio propio. A pesar de la habituación, a mí me emociona poder hablar cualquier mañana con las mentes más preclaras de su tiempo, tener la oportunidad de saber qué piensa alguien que ha pensado mucho y bien y lo comparte conmigo por escrito. Esta oportunidad nunca suficientemente laureada nos la permite la existencia de ese soporte del conocimiento llamado Libro.

Recuerdo que en el ensayo Para qué sirve la literatura, su autor Antoine Compagnor daba con la clave: «La literatura ayuda a encontrar las proporciones de la vida». Y unos renglones después añadía: «La literatura preserva y transmite la experiencia de los otros». La lectura absorta además permite la desconexión, la imprescindible ruptura momentánea de conectividad con el exterior para poder hacer labores de minería interior. La prescripción del oráculo de Delfos se logra de manera inmediata con una buena lectura. Leer no es leer lo que aparece en las páginas del libro que uno lee, es leerte a ti a través de lo que el autor ha escrito en su libro. Más todavía. Leer es un acto de disidencia, es pura insumisión a un mundo que pugna por atrapar nuestra atención para dispersarla todavía más. Parecerá una hipérbole, pero cuando veo a alguien leyendo embelesada e inmóvilmente veo en esa persona a alguien que le está sacando la lengua a un mundo que solicita exclusividad para la utilidad contable y los aspectos mercantiles. Es una estampa excitante e insurrecta, una esperanzadora prueba de que no todo está perdido. No puedo por menos de recomendar encarecidamente aquí y en vísperas de un día como el que yo ya estoy celebrando la lectura del ensayo Metamorfosis de la lectura del historiador de medios de comunicación Roman Gubern. Pocas veces he sentido tan epidérmicamente el esfuerzo de la humanidad por encontrar contenedores duraderos en los que depositar el conocimiento. Nuestros antepasados se desvivieron por encontrar fórmulas y envases para evitar la temible desmemoria. Fue así como a través de mutaciones increíblemente creativas surgió el libro, un  pequeño recipiente al que recurrir para combatir la ignorancia aprovisionándonos de lo legado por los que nos precedieron. Quizá ahora se entienda porque es un día tan maravilloso que todos deberíamos celebrar desde nuestro rango de afortunados prestatarios.

Pero a mí me gusta dar un paso más al frente. Leer no es solo disfrutar, como pregonan los divulgadores de la relevancia de la lectura olvidándose de que son muchos los que no disfrutan leyendo, ni un acto de disidencia, ni de instrospección. Es mucho más que eso. Leer es la actividad con la que mejor se alimenta nuestro cerebro. Las palabras son su nutriente natural. Nuestra relación tanto con nosotros mismos como con los demás es una relación lingüística. La palabra configura la textura humana. Nuestra condición de existencias anudadas a otras existencias es una condición que se sostiene en una estructura empalabrada. Somos seres narrativos. Somos las palabras con las que nos historiamos y con las que intentamos que la aparente fragmentación en la que entrechocan los acontecimientos se convierta en narración sinóptica para intentar aproximarnos a comprender qué nos ocurre. Nos volvemos nítidos cuando un texto nos descubre aquellas palabras que al ignorarlas nos hacían borrosos, cuando nos invita a pensar en puntos ciegos de nuestra conducta que solo una mirada ajena nos puede aclarar. Vivimos en el relato con el que nos autobiografiamos sin necesidad ni de manuscribir en un papel ni de encender ningún dispositivo electrónico en el que teclear. Nuestra imaginación ética dota de sentido ese relato para construir el eje axiológico en el que orbita nuestra vida. Por enésima vez citaré que el alma de cada uno de nosotros no es otra cosa que la conversación que mantenemos con nosotros mismos relatándonos a cada segundo lo que hacemos a cada instante. En un mundo que reivindica insistentemente que hay que cuidar la imagen, yo siempre matizo que es mucho más necesario cuidar las palabras. Las que decimos, las que nos decimos y las que nos dicen. La lectura es el mejor aliado para cumplir bien esta tarea. Benditos libros.



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sábado, abril 23, 2016

Leer es dejar de ser borroso (Feliz Día del Libro)


No creo aportar originalidad alguna si afirmo que la lectura está muy mal promocionada. No sé si esta laxitud se debe a que la lectura todavía posee valor estatuario y esta cotización implícita provoca desidia divulgativa. Cada vez que veo algún cartel del Día del Libro y mis ojos sufren sus eslóganes asiento con la cabeza y reitero mi pequeña acusación. La mayoría de los relatos publicitarios que tratan de incitar a la lectura podrían servir para anunciar cualquier entretenimiento banal. Bastaría con cambiar el verbo leer por otro y el estandarizado eslogan mantendría intacto su sentido. El gran error de todos los que promulgan las bondades del libro y la lectura es haberlos supeditado casi en exclusiva al placer o al recreo. Claro que la lectura permite la amenidad, pero también otros logros muchísimo más interesantes y muchísimo más relevantes para la vida de cualquiera de nosotros. Por eso me resulta una visión muy reduccionista emparejarlo con la órbita ludista y olvidarnos de otras recompensas mucho más impactantes. Se invita a leer apelando a cuestiones que yo al menos considero secundarias: leer te facilita viajar sin mover los pies, puedes prácticar idiomas, puedes convertirte momentáneamente en un héroe  o en un villano, puedes suplantar otras vidas, te estimula la capacidad ensoñadora, puedes experimentar empáticamente un surtido de emociones acaso vetadas a tu biografía, pasarás un buen rato, es placentero, entretiene, divierte, distrae, ilustra, aprendes. Resumiendo. Te ofrece lo mismo que un videojuego, una película, una conversación, un paseo, o rellenar un crucigrama. Un eslogan muy utilizado hace unos años recordaba que «leer es un placer». Yo siempre lo refutaba aduciendo que para algunos sí lo será, pero para otros leer puede ser una actividad horripilantemente tediosa. A mí con algunos libros y algunos textos me ocurre. 

Lo he dicho alguna vez en este espacio, pero me sigue maravillando el hecho de que alguien en algún sitio decida ordenar sus ideas, las escriba, las acicale y luego las ponga a disposición de los demás empaquetándolas cuidadosamente en las páginas de un libro. Aunque existe un sinfín de definiciones sobre la experiencia de la lectura, leer no es otra cosa que mantener una charla privada con personas que han tenido la delicadeza de compartir contigo sus mejores ocurrencias. Cualquiera de nosotros abriga la posibilidad de sostener entre sus manos un libro de la mente más preclara de una época y poder hablar tranquilamente con ella, de tú a tú, sin intermediarios, sólo los dos en un lapso concreto y pausado. Lograr algo así es el resultado de una larga e ingeniosa evolución en la que la inteligencia se estrujó a sí misma hasta dar con un recipiente en el que el ser humano pudiera preservar y legar su conocimiento, un forcejeo brutal para impedir la invasión de la desmemoria (el año pasado, tal día como hoy, relaté qué fue sucediendo para pasar de la escritura cuneiforme plasmada en tablas de arcilla al libro electrónico -ver-). Que todos tengamos ahora a nuestra disposición las ideas más luminosas de la historia de la humanidad y podamos granjear amistad con sus autores es un regalo que no se puede mensurar, pero la habituación ha invisibilizado algo tan maravilloso, o lo ha devaluado, o directamente lo ha desdeñado con desafortunadas frases lapidarias. Hay gente que desatiende la lectura argumentando que «leer no me aporta nada» (en algunos casos es así, porque uno no lee lo que está en los libros, sino que se lee a sí mismo a través del libro), que «la sabiduría no está en los libros, sino en la vida» (quien ningunea los libros no puede sentir mucha delectación por el saber), o que «aprendo más con una buena conversación» (como si departir con alguien rivalizara con los libros e impidiera luego sumergirse en la lectura, que además es una conversación profunda, como escribí antes). Son comentarios que no hablan mal de la experiencia de leer, sino de la persona que se justifica de por qué no lee.

Al margen de todo esto, hay todavía otro aspecto más laudatorio de la lectura, su punto neurálgico, y que curiosamente rara vez se resalta en un día como hoy. Como nuestro cerebro opera con códigos lingüísticos, leer es nutrir de palabras el cerebro, alimentarlo con su nutriente natural para que funcione de un modo óptimo. Somos lo que sabemos decir, y lo que no sabemos decir no existe para nosotros, no al menos de un modo inteligible. Desde luego yo sólo sé orquestadamente lo que pienso cuando leo lo que he escrito, o cuando leo lo que han escrito otros. El libro como un lugar atestado de palabras articuladas a través de la sintaxis y de relatos sobre nuestra condición humana ayuda a que el mundo que tenemos delante de nuestros ojos pierda su condición nebulosa y adquiera un contorno. Leer abrillanta la realidad. Leer da nitidez al ser que somos al ayudarnos a expresarnos y entendernos mejor. La lectura se alista a nuestro lado para que seamos menos borrosos. Feliz Día del Libro 2016 a todos y todas.



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