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martes, noviembre 17, 2020

El misterio de cumplir años

Obra de Jean Pierre Cassigneul

Aunque nací el Día Mundial de la Bondad (el 13 de noviembre), el pasado sábado 14 fue mi cumpleaños. Mi hermano mellizo y una sugerencia en la inscripción del registro civil ocasionaron la existencia de esta disociación. Agradezco a todas y todos los que habéis tenido la amabilidad de felicitarme ambos días. Había mucho cariño en comentarios tan entrañables y bonitos. El alud de mensajes ha sido tan voluminoso que no he podido todavía dar las gracias personales a todas las personas que me han felicitado. Me gusta saludar a quien tiene la deferencia de dedicarme un trocito de su tiempo. Me encanta devolver esa atención y estos días lo haré al ritmo que me permitan mis tareas.

Nada más despertarme con mi nueva edad recordé unas antiquísimas declaraciones del siempre añorado y muchas veces escuchado y disfrutado Antonio Vega. El chico de la mirada triste comentaba la inaudita desorientación que le produjo en su momento acceder a la cuarentena: «A veces lo pienso y digo: ¿cómo es posible? No puede ser, tiene que haber un error. No me siento con esa edad en absoluto, tal vez porque no encarno la definición de una persona en los cuarenta». Al rebasar por segunda vez los cincuenta tampoco me he sentido adjudicatario de esa edad, aunque la cotidianidad la sanciona a cada instante. Cumplo los requisitos para ya no ser joven, o no al menos como lo he sido. La vida te expatria de la juventud y te adentra en otro lugar cuando compruebas con estupefacción que los jugadores de fútbol tienen menos años que tú, la médica que te atiende con deferencia podría ser tu hija, los adolescentes con los que te cruzas te tratan de usted, prefieres escuchar la música que te apasiona a un volumen más bajo, las facturas mantienen obcecado interés en no olvidarse de tu nombre, lees a escritoras y escritores espléndidos a los que sin ningún problema aritmético les puedes sacar uno o dos decenios. Para la lógica es una contradicción, pero con cada nuevo año corroboro que a pesar de que los días pueden llegar a ser muy largos, la vida es sorprendentemente muy corta. Y muy enigmática.

La dislocación entre edad (lineal) y vida (volátil, serpenteante, llena de recovecos y garabatos) provoca un conjunto de perplejidades. La edad (acopiar la existencia en una ordenación numérica) entabla una relación de encuentros y desencuentros con la vida (un maremágnum de sentimientos, cogniciones, capital empírico y constelación desiderativa que opera sistémicamente y que no mantiene exacta simetría con el número asignado a la edad). La vida amalgama el tiempo y solo lo sedimenta cuando lo metamorfosea en vivencia, esa aleación formada de hábito y memoria. La edad es un guarismo, sin lugar a dudas, pero un guarismo que no informa de lo que sí importa, la salud del cuerpo y la de los deseos. El cuerpo alberga imperativos biológicos que conviene no desdeñar, y los deseos operan en otra órbita. Nietzsche escribió acertadamente que tenemos la edad de nuestros deseos. Battiato canturreó que hay deseos que no envejecen a pesar de la edad. Como he leído jocosamente a algunos autores, hay gente que se muere a los 27, aunque no la entierran hasta los 72. Cada edad guarda sus hitos y lo reconfortante es aprender a habitarlos con alegría y cordura.

De la esfera de los deseos concedo centralidad al deseo de aprender, despertar todas las mañanas con ganas de curiosear con qué cosas nos agasajará el día que empieza a asomarse, y cómo podremos metabolizarlas para que al acabar la jornada seamos más inteligentes y bondadosos. Aprender es apropiarse de lo que enseña el mundo con el fin de utilizarlo para instalarnos en él de un modo más emancipador. Solemos emparejarlas, sin embargo la edad y la experiencia no necesariamente van siderúrgicamente soldadas en la agenda humana como muchas erróneas veces solemos afirmar. Lo que sí produce experiencia  y nos transforma (que es el fin último de la experiencia) es reflexionar con buenas herramientas conceptuales y un buen acervo de ideas sobre lo que acontece y nos hace mientras lo hacemos y lo acontecemos. Prometo que me resulta precioso cumplir años experimentando vívidamente el contradictorio dinamismo didáctico de saber cada vez menos mientras cada vez sé más. Para el pensamiento lógico es algo incomprensible. Para el entramado afectivo que conformamos cada una de nosotras y nosotros es el maravilloso enigma del suceder que sucede mientras estamos sucediendo con otras personas a las que les sucede exactamente lo mismo. También lo podemos llamar escuetamente vivir. Aspirar a teñir de afecto cada instante mientras tratamos de extender lo posible en nuestras vidas y en la de los demás.

 

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