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miércoles, noviembre 02, 2016

El tamaño de nuestra ignorancia




La andadura vital de cualquiera de nosotros se resume en una pugna encarnizada entre lo que uno pretende y lo que le acontece. Dicho liso y llanamente. Se trataría de la lucha entre el deseo y la realidad. Para acotar  lo que quiero decir definiré ambas magnitudes. Entiendo como deseo el borbotear de una ausencia que anhela hacerse presencia. Para intentar alcanzar ese cometido las personas desplegamos esfuerzo y un complot de competencias afines a lo deseado. Entiendo como realidad la cuota de resistencia que se opone a que culminemos esa conquista. Recuerdo leerle a Benjamín Prado en una de sus novelas que el deseo es justo lo contrario a la realidad. La realidad se dedica a enviudar muchos deseos, sobre todo aquellos que fueron engendrados por un déficit de realidad. Antonio Machado abrevió en un verso antológico toda esta maraña existencial: «Yo me jacto de mis propósitos, no de mis logros». Vuelvo a la terminología con la que inicié este texto. La mayoría de las veces el acontecimiento noquea nuestros propósitos y nos hace tachar parte de lo diagramado. En el ensayo Ética de la hospitalidad, Daniel Innerarity insiste en segregar las acciones controladas de las que acontecen, en diferir entre las cosas que hacemos y las cosas que nos pasan. Esta escisión es primordial para comprender lo incomprensible.

Nuestra vida está plagada de hechos que acontecen sin nuestro consentimiento, pero que sin embargo definen y redondean nuestra biografía. Son microacontecimientos que se filtran poco a poco, o macroacontecimientos con una irradiación cegadora, que nos hacen arribar a estaciones inimaginadas cuando urdimos planes y nos proyectamos. Una de mis frases favoritas alude a este hecho que escapa a nuestro control volitivo: «Si quieres que Dios se parta de la risa, cuéntale tus planes». Aquello que ahora posee un protagonismo nuclear en nuestra vida ocurrió de una manera  aleatoria,  tan contingente que sucedió como pudo perfectamente no haber sucedido. Estos hechos dados nos donan particularidad, una identidad sobrevenida, frente a los hechos creados que nos confieren singularidad, una identidad electiva.  En el espacio intersubjetivo en el que somos existencias ensambladas a otras existencias, y en un mundo articulado por la irrupción permanente de lo incontrolable, las cosas no se pueden evaluar con la simpleza de atribuir a la implicación personal la responsabilidad de todo lo que le ocurra a uno. La ideología del esfuerzo confunde ambas dimensiones al elevar al estatuto de sinonimia voluntad y resultado, y provoca severas contusiones sentimentales en los individuos. Cuando observamos que esa falta de suficiencia impide la domesticación de los acontecimientos, entonces nos sentimos humanos. Es en esa experiencia dramática cuando aceptamos que ignoramos por completo la magnitud de nuestra ignorancia. kant afirmaba que la inteligencia de un ser humano se mide por la cantidad de incertidumbre que puede soportar.  Me atrevo a parafrasearlo. La inteligencia de cualquier persona se mide por la cantidad de ignorancia que es capaz de admitir como parte de su conocimiento.

lunes, enero 04, 2016

Confianza, deseos, proyectos



Coffee, obra de David Park
Resultan muy elocuentes las felicitaciones con las que alfombramos el advenimiento de un nuevo año. Muchas de ellas privilegian el cumplimiento de nuestros deseos. La gente, tanto la próxima como la algo alejada de nuestras palpitaciones más íntimas, nos lo recuerda en locuciones precocinadas en su léxico pero bienintencionadas en su fin: feliz y próspero año nuevo, que el nuevo año te conceda tus deseos, felicidad, alegría, prosperidad, amor y paz, buena entrada de año, salud, suerte, que el éxito te acompañe, que se cumplan los sueños que uno desea alcanzar, etc., etc. Sea cual sea la rúbrica de la felicitación, su arquitectura posa su atención en el futuro, ese lugar que nuestra cabeza alcanza con mucha más antelación que nuestros pies, y sobre todo en la confianza de que ese futuro será cordial y benevolente con lo que nos propongamos. Aristóteles definía la confianza como una ficción sobre que las cosas que pueden salvarnos están próximas. La confianza siempre es una hipótesis positiva sobre algo ubicado en el porvenir cuyo logro no depende unilateralmente de nosotros. La redundancia de desear en las felicitaciones colmar deseos vincula con la confianza de que el nuevo año como agente externo nos dará su beneplácito y se portará bien con nosotros en la parte alicuota que le corresponde. De este modo, y siempre que nos pongamos manos a la obra (al pozo de los deseos, a las estrellas fugaces y a las doce uvas yo siempre les pido suerte, del resto ya me encargo yo), la esencia aleatoria o enigmática de la vida encarnada en un nuevo año nos dejará cumplir próximamente aquello que ahora sentimos como una carencia, o nos ayudará a mantener intacto lo que ahora connotamos como una grata presencia. Resumiendo. Será condescendiente con nuestros deseos. 

El deseo es una ficción empecinada en convertirse en real. No siempre es fácil satisfacerla, y ese es el motivo de que nos encomendemos al azar, al destino, a los nuevos guarismos del año estrenado, o a alguna entidad sobrenatural con el propósito de que interceda por nosotros y nos ayude en la trashumancia de la expectativa a su logro. Frente a  la solicitud del cumplimiento de deseos, yo prefiero el cumplimiento de proyectos. Comparado con la pulsión un tanto evanescente del deseo, el proyecto se antoja un conglomerado de anhelos muy urdidos que nos ayuda a dibujar el contorno de los días que están por llegar. Requiere pensar lo que todavía no existe y colocar nuestras competencias y nuestras energías en esa dirección en aras de transfigurar la realidad y modearla según el autogobierno de nuestras posibilidades. No es tan iridiscente como el deseo, no es tan irresoluto como una meta, no es tan prosaico como un objetivo, pero al igual que les ocurre a todos ellos, el proyecto va igualmente conexo a la confianza, al cumplimiento de expectativas sobre las que planea una incertidumbre que tratamos de neutralizar con elementos diversos (habilidades, esfuerzo, perseverancia, paciencia, prudencia, conocimiento). 

El proyecto da forma al futuro que queremos para nosotros y es una de las manifestaciones más inobjetables de nuestra condición de seres autónomos y proteicos. Más o menos todos confiamos en que el nuevo año que acabamos de desprecintar tratará con amabilidad nuestros proyectos. Como yo no discuto la meritocracia pero sí su asimétrica participación en un mundo embrollado de relaciones de poder y decisorios factores ambientales, ante el nacimiento de un año siempre me gusta pedir no que el nuevo año nos conceda nuestros propósitos, sino que no interfiera en que se cumplan aquellos que nos merecemos, que sea dócil con todos los proyectos de los que nos hayamos hecho dignos acreedores. Dicho de un modo más metafórico y también más bonito. Que uno por fin asalte los castillos de los que fue injustamente desterrado, o que siga habitando aquellos en los que se siente cómodo y querido. Suerte.



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lunes, junio 08, 2015

Contigo soy más



El título del artículo de hoy es una refutación que escribí hace ya ocho años en un libro dedicado a desmontar tópicos. También es el estado que figura en mi wassap. En las páginas de aquel ensayo traté de demostrar que la afirmación «sin ti no soy nada» encierra una sonoridad lírica ideal para acariciar los oídos, pero un análisis sosegado de su verdadero contenido semántico demuestra que conducirse así hace tambalear interacciones sanas. Mal asunto que una relación se sostenga en una conclusión en la que uno de sus miembros sale tan mal parado. No niego la necesidad humana de interdependencia (somos existencias vinculadas a otras existencias y no podemos ser de otra manera), pero sí cuestiono una interdependencia que patentiza tanta asimetría y delata la depreciación de una de las partes. Uno tiene que construirse como un sujeto valioso al que luego puede anudar la valía de otro sujeto. Esa valía puede ser afectiva, creativa, intelectual, identitaria, sentimental. Compartirla quizá despierte energías adormecidas, afiance la autorreferencia de la propia eficacia,  ayude a que los ojos del otro permitan releernos con un sesgo que nos mejora, que la presencia y el estilo sentimental de la otra parte posea efectos multiplicadores en nosotros. Todo muy diferente a la desoladora idea de que la posible ausencia de esa persona nos convertiría en una momificada nada. Colegir que la privación afectiva de alguien nos reduce al esclavizante rango de nada es una aseveración muy dramática. Acaso satisfaga el tremendismo que requieren algunas situaciones límite, pero devalúa al que la pronuncia.

El amor es un sentimiento que aglutina muchos sentimientos para desembocar en el deseo de querer hacer con otra persona un copioso repertorio de acciones. «No me digas que me quieres, dime mejor qué quieres hacer conmigo», es una sencilla prescripción que evitaría muchos equívocos emocionales y la utilización de frases hechas como la que nos ocupa. Hace tiempo Amaral publicó una exitosa canción que se titulaba así, Sin ti no soy nada, cuyo estribillo empaquetaba esta idea con una insistencia musicalmente tan hermosa que la acorazaba de picajosas objeciones. No es descabellado pensar que muchos han elevado ese estribillo al arrullo más repetido en momentos de amartelamiento. «Sin ti no soy nada» es la conclusión de un silogismo que suele acampar en el argumentario de muchas parejas, sobre todo de aquellas que buscan un eslogan que desbroce el siempre díscolo lenguaje sentimental. La arquitectura discursiva de esta idea parece indicar que cuanto más insignificante es uno sin la presencia del otro, más demuestra lo mucho que lo quiere. Anclar una biografía a otra biografía por semejante motivo no vaticina horizontes amables. Otra cosa muy distinta es cobrar conciencia de que «sin ti me convierto en una versión miniaturizada de mí mismo». O dicho en un tono positivo, alegre, que habla bien de uno y que se aproxima más a lo cierto: «Contigo soy más».