Leo a Daniel Innerarity una certera
definición de creatividad. Aparece en su recomendable ensayo La democracia del
conocimiento (Paidós, 2011). «La
creatividad es la capacidad de modificar nuestras expectativas cuando la
realidad las desmiente en lugar de decirle a la realidad lo que ésta debería
ser». A mí me gusta repetir que la realidad es la persona más impertinente con
la que se van a tropezar nuestros deseos durante toda su vida. Nadie es tan
aguafiestas, tan indolente, tan inflexible, tan déspota en sus
decisiones. A pesar de que en el mundo somos ocho mil millones de habitantes,
la realidad es la persona que más empeño pone de todas ellas en la tarea de
llevarnos la contraria. Más todavía. Uno
puede irse muy lejos, perderse en el lugar más remoto y recóndito, expatriarse al sitio más ilocalizado, pero cuando llegue allí comprobará que la realidad estaba
esperándolo sin ninguna prisa. Sí, hay que admitirlo. Esta obstinación y esta ubicuidad es desquiciante.
La realidad es de la opinión de
que no nos merecemos gran parte de nuestras expectativas, sobre todo las más
apetecibles, así que se pasa el día intentando frustrarlas. Lo peor de todo es
que en la mayoría de los casos se sale con la suya. Todo nuestro paisaje emocional
descansa en el diálogo que mantenemos a todas horas con nuestras expectativas acerca
de a cuál de ellas la realidad le ha concedido su aquiescencia. Una forma de amistarnos
con la realidad, o al menos evitar que haga horas extras en su labor de fastidiarnos, consiste en confeccionar expectativas vinculadas exclusiva y simétricamente
a nuestros esfuerzos y a nuestros méritos, es decir, a nuestras capacidades y a
la energía que empleamos en actualizarlas. Ni expectativas que sean demasiado
faraónicas como para que su incumplimiento nos provoque infelicidad, ni que
sean demasiado diminutas como para agregarnos a una temible rueda de
acomodación que nos induzca a la abulia y nos deniegue el acceso a la
experiencia del progreso. Ni hipertrofiarlas para que nos conviertan en
irresolutos ni jibarizarlas para desaprovechar su fuerza propulsora. No queda más
remedio que utilizar filtros de relevancia y establecer primacías
sensatas a la hora de diseñarnos por dentro. La única forma de que la realidad sea más permisiva con nosotros estriba en fijarnos metas congruentes y merecidas, tomar
decisiones cabales y pertrecharnos de los recursos adecuados para poder arribar hasta allí. Probablemente
madurar no sea otra cosa que una habilidad refinada para espantar expectativas.
Tener experiencia se podría resumir en la capacidad de aniquilar ciertos deseos
y anticiparnos de este modo a que sean ellos los que nos aniquilen a nosotros.Una cuestión de vida o muerte. Muerte en vida, por supuesto.
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Deseos y necesidades no son sinónimos.
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