lunes, junio 30, 2014

La persona más impertinente del mundo



Leo a Daniel Innerarity una certera definición de creatividad. Aparece en su recomendable ensayo La democracia del conocimiento (Paidós, 2011). «La creatividad es la capacidad de modificar nuestras expectativas cuando la realidad las desmiente en lugar de decirle a la realidad lo que ésta debería ser». A mí me gusta repetir que la realidad es la persona más impertinente con la que se van a tropezar nuestros deseos durante toda su vida. Nadie es tan aguafiestas, tan indolente, tan inflexible, tan déspota en sus decisiones. A pesar de que en el mundo somos ocho mil millones de habitantes, la realidad es la persona que más empeño pone de todas ellas en la tarea de llevarnos la contraria. Más todavía. Uno puede irse muy lejos, perderse en el lugar más remoto y recóndito, expatriarse al sitio más ilocalizado, pero cuando llegue allí comprobará que la realidad estaba esperándolo sin ninguna prisa. Sí, hay que admitirlo. Esta obstinación y esta ubicuidad es desquiciante. 

La realidad es de la opinión de que no nos merecemos gran parte de nuestras expectativas, sobre todo las más apetecibles, así que se pasa el día intentando frustrarlas. Lo peor de todo es que en la mayoría de los casos se sale con la suya. Todo nuestro paisaje emocional descansa en el diálogo que mantenemos a todas horas con nuestras expectativas acerca de a cuál de ellas la realidad le ha concedido su aquiescencia. Una forma de amistarnos con la realidad, o al menos evitar que haga horas extras en su labor de fastidiarnos, consiste en confeccionar expectativas vinculadas exclusiva y simétricamente a nuestros esfuerzos y a nuestros méritos, es decir, a nuestras capacidades y a la energía que empleamos en actualizarlas. Ni expectativas que sean demasiado faraónicas como para que su incumplimiento nos provoque infelicidad, ni que sean demasiado diminutas como para agregarnos a una temible rueda de acomodación que nos induzca a la abulia y nos deniegue el acceso a la experiencia del progreso. Ni hipertrofiarlas para que nos conviertan en irresolutos ni jibarizarlas para desaprovechar su fuerza propulsora. No queda más remedio que utilizar filtros de relevancia y establecer primacías sensatas a la hora de diseñarnos por dentro. La única forma de que la realidad sea más permisiva con nosotros estriba en fijarnos metas congruentes y merecidas, tomar decisiones cabales y pertrecharnos de los recursos adecuados para poder arribar hasta allí. Probablemente madurar no sea otra cosa que una habilidad refinada para espantar expectativas. Tener experiencia se podría resumir en la capacidad de aniquilar ciertos deseos y anticiparnos de este modo a que sean ellos los que nos aniquilen a nosotros.Una cuestión de vida o muerte. Muerte en vida, por supuesto.



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viernes, junio 27, 2014

Un error de persuasión



Resulta curioso que en el último anuncio del Ministerio de Hacienda de lo que más se habla en él es de defraudar. La campaña busca sensibilizar y persuadir de no cometer fraude fiscal explicando pedagógicamente qué carestías padeceríamos en el tejido social los ciudadanos si  lleváramos a cabo esta práctica. Persuadir consiste en influir en las creencias y decisiones de otra persona con el fin de modificarlas y dirigir su comportamiento hacia la dirección deseada por el que persuade. Se trata de doblegar argumentativamente la voluntad de otro mediante la transfiguración de nuevas creencias o la percepción de otros intereses. El anuncio de Hacienda persigue que hagamos correctamente la Declaración de la Renta, pero en los veinte segundos de duración del video se pronuncian en siete ocasiones palabras como «defraudar», «no pagar» o «hacer trampillas». En la literatura de la persuasión existe una poderosa regla de oro. Si se quiere persuadir de algo a alguien, nunca señale en el enunciado la acción que se quiere evitar. El motivo de esta prescripción es evidente. Aquello que se recuerda aunque sea para su reprobación será en lo primero que piense el destinatario. Se incrementarán las posibilidades de experimentar una peligrosa profecia autocumplida. 

Hace unos años asistí a una conferencia de George Lakoff, el autor de No pienses en un elefante (Complutense, 2007), un ensayo sobre las cogniciones lingüísticas en la comunicación política. Su graciosa intervención comenzó solicitando al auditorio que no pensásemos en un elefante de color blanco, pero la propia petición nos empujó a todos los asistentes a construir la imagen que simultáneamente debíamos desalojar de nuestro paisaje mental. Era un modo de demostrar que el pensamiento levanta marcos de referencia condicionado por las palabras que escucha, aunque sean pronunciadas para que las olvidemos o las exiliemos de futuras conductas. El lenguaje determina el andamiaje de nuestro pensamiento, así que el contenido persuasor de una idea depende más de la estructura comunicativa con que es trasvasada que en su contenido intrínseco. El anuncio de Hacienda incumple este mandamiento de la persuasión. Recuerda a esos padres que se pasan el día señalando a sus hijos lo que no tienen que hacer para que en sus infantiles cerebros brote nítidamente aquello que probablemente no habían pensado. Nunca hay que evocar en nuestro interlocutor lo que no deseamos que haga porque será el lugar al que se dirija precipitadamente su pensamiento. Hay que citar lo que nos gustaría que hiciese. Y enumerar los beneficios que le acarrearía hacerlo.