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Obra de Bob Barlett |
La
civilización se inauguró en el instante en que un ser humano ayudó
a otro ser humano que requería auxilio. Ese ser humano observó que su semejante era incapaz de sortear unilateralmente la adversidad que le estaba estropeando la vida, y probablemente lo ayudó porque sintió que la solicitud de esa
ayuda era idéntica a la que su persona había sentido en otras ocasiones en las que se releyó vulnerable e inerme. Nuestros ancestros
corroboraron que sus entidades biológicas eran por naturaleza muy deficitarias para
solucionar los profusos problemas a los que los confrontaba el hecho
de estar vivos, pero que urdiendo y fomentando estrategias de
cooperación se podía vivir con menos sobresaltos y con una mayor
prevención sobre los siempre acechantes peligros. Aprendieron el salto evolutivo que suponía que en vez de convertir el dolor ajeno en objeto de
rechazo lo tradujeran en acción de cuidado. En vez de sentir que despilfarraban energía no retornable en cuidar a otro ser
humano, enseguida descubrieron que ese coste inicial era minúsculo en
comparación con la protección global que se formalizaba si el grupo
actuaba de la misma manera. Auxiliarse, o cuidarse, según la terminología contemporánea, se constituyó en el momento fundante de una alianza que miles de años después conceptualizamos coloquialmente como tener humanidad, culturalmente como civilización, políticamente como servicios públicos.
El progreso civilizatorio y las conquistas sociales se pueden
compendiar en la ampliación del cuidado sobre nuestros semejantes, pero sobre todo por quienes son aquejados por la miseria, la enfermedad, la violencia, las guerras, las catástrofes naturales, el maltrato, la marginación, la exclusión, la explotación, la aporofobia, la homofobia, el desempleo crónico, la
pobreza salarial, la asfixia habitacional, la expropiación de tiempo y agencia. Cuanto más prospere la sensibilidad y el cuidado, más densidad civilizatoria propiciaremos a nuestros contextos, más dignidad y más transferencia de valor le brindaremos a la vida humana. A día de hoy protegemos y cuidamos
institucionalmente a personas en situaciones que hace menos de un
siglo resultaban ilusas o directamente inconcebibles para los marcos de comprensión desde los que se interpretaba el esquema de valores y el armazón discursivo de la vida. Seguro que dentro de un tiempo pertenecerán
al orden normativo muchos de los cuidados que ahora son tildados de
inasumibles o quiméricos.
Esta intuición invita a caer en la cuenta de algo que gradualmente ha sido expulsado de la conversación pública. Estamos tan desentrenados que no tenemos músculo imaginativo para hacer prospectivas sólidas con las que inventar atrevidos horizontes de futuro. La imaginación es la habilidad de pensar posibilidades, y propende a esclerotizarse si no se utiliza con asiduidad. Junto a este déficit imaginativo, disponemos de una memoria tan exigua que nos dificulta retrotraernos y analizar retrospectivamente cómo lo que para el punto de vista dominante de tiempos pretéritos no precisaba ayuda colectiva ahora goza de un merecido consenso social, a pesar de que en materia de derechos la irrevocabilidad no existe, y lo que damos por sentado puede dejar de estarlo en cualquier involutivo momento. (Abro paréntesis. Más en este tiempo de liderazgos que abogan por la depredadora ética del bote salvavidas, electoral y paradójicamente respaldada por quienes más sufrirán sus desgarradoras consecuencias. Cierro paréntesis).
¿Qué dominios de la agencia humana que ahora son desatendidos y generan tiranteces políticas y reticencias públicas serán en un futuro cuidados en tanto preciados e impostergables para cualquier persona? Recuerdo asentir con la lectura de Adela
Cortina su afirmación de que llegará un momento en que nuestros
sucesores hablarán de las personas pobres y sin opciones de
planes de vida para su vida como ahora hablamos horrorizados de la
existencia de esclavos en siglos anteriores. Para ello es condición
basal comprender y ensanchar la semántica del cuidado y ampliar sus áreas de acción en la experiencia de la vida entrelazada. Si no extendemos los cuidados,
no nos estamos civilizando. Ampliar el cuidado es crear posibilidades
en el espacio compartido para que cualquier persona pueda llevar
adelante una vida parecida a la que deseamos para nuestras personas queridas.
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