Hace unas semanas acudí como invitado al programa Planeta Biblioteca de Radio Universidad de Salamanca. Se trata de un espacio que difunde recursos, servicios y tecnologías de la información útiles para la comunidad unviersitaria. Allí charlé animadamente con la presentadora Sonia Martín, puesto que su compañero de micrófono Julio Alonso Arévalo se encontraba fuera ese día. Trajimos a colación la reciente publicación del manual "La educación es
cosa de todos, incluido tú" (Supérate, 2014), un itinerario de comportamientos y valores
con destino a vivir y convivir mejor. Pero sobre todo hablamos de inteligencia social, de cómo la educación
puede liberar al ser humano del determinismo biológico gracias al determinismo racional, de cómo podemos
alcanzar el rango de personas autónomas que inventan fines gracias a la participación de la inteligencia y el conocimiento compartido. La conversación nos adentró por la dignidad del ser humano y luego por conceptos
como la competitividad, la colaboración, el aprendizaje, las políticas
educativas. Fue un paseo de media hora por nuestra
concidión de seres sociales. El podcast del programa se puede escuchar o bajar en la página de Radio Universidad o en el audiokiosko Ivoox. También haciendo clic aquí.
Un lugar interdisciplinario para el análisis de las interacciones humanas. Por Valle Bilbao.
lunes, julio 21, 2014
jueves, julio 17, 2014
Lo imposible
No podemos cambiar el
mundo pensándolo con las mismas lógicas que lo han ido acotando
en lo que ahora es. En el último ensayo de Zygmunt
Bauman, ¿La riqueza de unos pocos beneficia a todos? (Paidós, 2014), esta idea es nuclear. El octogenario sociólogo prescribe
una receta para combatir el hábito cognitivo, sortear su inercia invisible y poder mudar el estado de las cosas: «no hay que pensar
con las estructuras de siempre, sino en ellas». Si alguien analiza cualquier propuesta para
construir un mundo más justo y digno, un mundo con preeminencia de las personas sobre los capitales, «con» las estructuras que lo han conducido hasta
la omnipresente apoteosis del beneficio económico, resulta razonable la propensión a tildarlas de ilógicas, absurdas, quiméricas, idealistas,
populistas. Esta deriva se percibe muy claramente entre los cirujanos del tejido político y social inhabilitados para imaginar realidades nuevas puesto que su argumentario
y su sistema de creencias están subordinados a postulados viejos. Es difícil
pensar con las eternas y monolíticas narrativas y que el resultado sea un mundo novedoso
y diferente al que absorben nuestros ojos. O evaluar tesis inéditas de mundos posibles y que a los añejos razonamientos de toda la vida no les parezcan ilusas y panfletarias.
Necesitamos tramitar la realidad de manera
desacostumbrada y sopesar lo inusual para imaginar realidades mejores, disciplinar la dimensión creativa y arriesgada como forma de incrementar posibilidades pensadas. Resulta
curioso comprobar cómo la tecnificación del mundo cada vez es más y más sofisticada,
pero en la organización social la innovación es prácticamente inexistente. Leo en
el último libro de Jorge Richmann, Ahí es
nada (Ediciones El Gallo de Oro, 2013), un aforismo en el que se cita a José Laguna: «La ética necesita de la poesía
para poder nombrar y alumbrar la utopía. Sólo cuando se nombra lo posible, el
inédito viable, las energías del presente se ponen en macha hacia el horizonte
del cambio». Necesitamos pertrecharnos de pensamiento ético para pensar lo que debería ser (y no ceñirnos en exclusividad a lo que es) y luego verbalizarlo con una mira poética a pesar de que será denostado como quimérico por aquellos que trazan el mundo con el automatismo del pensamiento convencional. Creo
que fue a Paul Auster al que le leí que ninguna gran idea es aceptada de inmediato
por sus evaluadores porque de lo contrario no sería una gran idea. Toda ocurrencia que ha hecho
acrecentar la dignidad humana fue considerada utópica e imposible en su génesis. En retrospectiva la conclusión es muy sencilla.
Lo imposible prologa lo posible.
martes, julio 15, 2014
Dime qué ánimo tienes y te diré cómo piensas
Obra de Brian Calvin |
El afecto negativo y su
proclividad al interminable análisis acarrean consecuencias nocivas. Un ánimo
bajo provoca rumiación, compulsiva reiteración de pros
y contras, propensión al jeroglífico y la entropía, el desorden de una
conciencia excesivamente preocupada de sí misma. Los clásicos afirmaban que
mucho pensamiento mata la voluntad, lo
que significa que una sobrepuja de análisis inhibe la iniciativa. A la
parálisis por el análisis es una consigna por la que se convocan muchas
reuniones que persiguen dejar las cosas como están pero tranquilizar la
conciencia creyendo que se ha hecho algo para cambiarlas. Cuando estamos aquejados de un
estado de ánimo lánguido, es probable que experimentemos tres grandes déficits
en los surtidores emocionales: que dejemos de vernos como una persona con
competencia percibida alta (creencia general sobre la capacidad de alcanzar
metas deseadas), que se desvanezca la expectativa de autoeficacia (creer en nuestras
capacidades para realizar una acción concreta y muy delimitada), que situemos el
locus de control en el exterior (no poseemos control sobre la situación y por
tanto no podemos revertirla invirtiendo esfuerzo). Nos adentramos de este modo
en un bucle cenagoso. El ánimo bajo nos predispone al abuso de análisis
minucioso, el análisis exageradamente picajoso y contumaz nos empuja a la
entropía, la entropía deteriora nuestra competencia percibida y desplaza el
control al exterior, este deterioro nos inhabilita para insertar nuestros
deseos en la realidad, esa inhabilitación nos hunde el ánimo, al hundirse el
ánimo nos volvemos enfermizamente analíticos, y vuelta a empezar. Sólo hay una
prescripción para sortear este círculo vicioso. Convertir las demandas del
entorno en un reto que ponga a pruebas nuestras capacidades, no despilfarrar
demasiada energía en analizarlas obsesivamente, y saltar a la acción. En la
acción está la solución.
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