Los Estados intentan promover la igualdad de oportunidades entre sus ciudadanos. No deja de ser paradójico que se fomente la igualdad de oportunidades para luego pugnar por la desigualdad. Se intenta estrechar la participación del azar y
las determinaciones sociales en la vida de las personas para a partir de ciertos tramos de edad y formación competir por objetivos que entronizan la desigualdad. La desigualdad ocurre cuando el acceso a los
recursos, derechos y oportunidades no se distribuye equitativamente, cuando hay
notables desventajas entre los ciudadanos en las posibilidades de alcanzar el bienestar. Aquí podemos rotular el epicentro de la paradoja. Si se promociona la
igualdad de oportunidades para beligerar por la desigualdad, esa desigualdad debilita la futura igualdad de oportunidades entre nuevos miembros de la comunidad, así en un bucle infinito que a cada nueva rotación incrementa la brecha. La tesis del autor de Estructura social y desigualdad en España (José Saturnino Martínez García, profesor de Sociología en la Universidad de La Laguna y colaborador de
Eldiario.es) es que la trayectoria de
clase posee una enorme centralidad en el devenir de nuestras vidas y su ubicación en la pirámide social. Se habla mucho de grupos de edad, de
género, de inmigrantes, de cualificación, pero muy poco
del impacto de la clase social. El autor defiende que todos buscamos el bienestar (dicho de un modo más aclaratorio y menos etéreo, anhelamos la vida digna asociada imaginariamente al cumplimiento de los derechos tipificados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Una sociedad es justa si las posibilidades de
lograrlo descansan en decisiones libres y no en situaciones sobre las que no
tenemos control. La decisión personal
depende de nuestra voluntad, y las circunstancias sobre las que no podemos
operar deliberadamente las agrupa en nuestras conexiones sociales, la formación de
creencias, habilidades y capacidades, la dotación genética y la formación de
preferencias y aspiraciones (que el autor demuestra que lejos de ser decisiones
aleatorias están ligadas a la clase social de
origen, a lo que Pierre Bordieu denomina el habitus,
las formas de obrar, pensar y sentir vinculadas a la posición social).
A partir de estas desigualdades y estas diferencias el autor establece las
distintas combinaciones que pueden darse y que provocarán la generación de una desigualdad concretada en la disparidad de renta cuyos tramos servirán para delimitar la geografía de las clases sociales.
La clase social se revela así como una cuestión de poder adquisitivo que sin embargo coloniza tentacularmente todas
las demás cuestiones y opera como un predictor más fiable que la mayoría de las variables para avizorar dónde desembocarán nuestras biografías. El fracaso escolar, las oportunidades vitales, el acceso
a estudios postobligatorios, las preferencias académicas, la elección de
trabajos, las tasas de desempleo, los costes de oportunidad, el acceso
a bienes culturales, la participación laboral de las mujeres en las
diferentes estratificaciones del mercado, todo vincula más con las circunstancias de la clase social del sujeto que con su voluntad, modelada previa e inconscientemente por las
propias circunstancias de la posición en el entramado social. Estas
circunstancias confabulan contra la igualdad de oportunidades de inserción laboral en un mercado muy heterogéneo en
cuanto a ocupaciones, remuneraciones y prestigio. La pluralidad de este mercado enlaza con las clases sociales en tanto que hemos convertido el trabajo en el portavoz de nuestra identidad y en el elemento neurálgico de nuestra reputación. El libro ofrece información científica y datos que corroboran el tremendo protagonismo del destino de clase y
reafirma o replica los modelos liberal y socialdemócrata. No es un libro académico y el autor adopta una
postura con los temas que trata. Es un ensayo claro y sencillo, lo que anima a imaginar una redacción llena de dificultades. Muy interesante.
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