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viernes, mayo 02, 2014

¿El trabajo dignifica o no?

Ayer se celebró el Día del Trabajo. Hace unos años fui coautor junto a Juan Mateo del libro El trabajo dignifica y cien mentiras más (LID, 2007). En las entrevistas que hicimos los días de su publicación siempre nos preguntaban por el título. Recuerdo que yo argumentaba que la dignidad es un derecho que las personas nos hemos dado a nosotros mismos por el hecho de serlo, probablemente para protegernos de nuestra condición depredadora. Los seres humanos sufrimos una graciosa propensión a convertir en nuestro alimento al más débil a través de la explotación, la sumisión, la subyugación, el miedo, el hurto de su autoestima, o la cada vez menos enmascarada mercantilización de los Derechos Humanos. Esa dignidad no la otorga ninguna actividad, ni remunerada ni ociosa. Es consustancial al acontecimiento de existir.

Volvamos al tema del trabajo. No está de más recordar aquí que trabajar es entregar tu tiempo y tu habilidad a una actividad concreta encorsetada en un horario de la que saldrá un bien o un servicio. Por esa tarea uno es retribuido, recibe un salario (cada vez más devaluado). Ya está, no hay que mitificarlo más. Como hay muchos tipos de trabajo, trabajar nos puede gustar, divertir, multiplicar, congratular, satisfacer, colmar, motivar, abducir; pero también alienar, jibarizar, desmotivar, deshumanizar, cosificar, aburrir, desangrar. Eso sí, ningún trabajo nos puede dignificar. Somos dignos por ser personas. El trabajo no nos dignifica, pero es de las cosas que por mantenerlo más fácilmente te puede arrebatar la dignidad. Cada día más. Y quizá por eso las tasas de desempleo son endémicamente tremebundas. Lo son. Lo han sido. Lo seguirán siendo.