Obra de Bryan Drury |
Hay más sentimientos que
comparten vecindad con la contraempatía, pero sobre todo uno que está tan desacreditado que nadie se lo atribuye públicamente. La envidia es un sentimiento que también
utiliza las variables del gozo y la aflicción. Se siente envidia cuando uno se
entristece al observar la prosperidad del otro, pero dar envidia es justo lo contrario,
mostrar nuestro holgado bienestar o la adquisición de un bien o un mérito con el fin de que sea el otro el que se aflija al verlo.
Siempre cuanto la anécdota de un anuncio publicitario con el que me tropecé a diario en las páginas de un periódico de tirada nacional. Anunciaban un
viaje al Caribe en el período otoñal porque, y cito literalmente, «otoño es la
mejor época para viajar porque es cuando más envidia puedes dar a tus amigos». Según este eslogan, la
alegría no la proporcionaba el viaje en sí, sino la tristeza que provocaríamos
en el entorno próximo cuando se enteraran de que nos habíamos ido de viaje justo cuando los demás reanudaban sus trabajos. En el discurso social existe una excepción que permite mostrar la envidia sin que sea reprobada. Ocurre cuando uno juega a la lotería y lo hace, según sus propias palabras, porque «no soportaría que a mis compañeros les tocara la lotería y a mí no».
En su bibliografía Peter
Singer habla de empatía emocional y empatía cognitiva. Es una distinción muy interesante que sin embargo ya está establecida con otros referentes norminales en los estudios de la afectividad. La primera sería la
empatía en su acotación convencional, una disposición psicológica para
comprender al otro. La empatía cognitiva sería la compasión, un sentimiento radicalmente humano que nos
permite sentir como propios el dolor y la alegría del otro al reflexionar en
torno a nuestra condición de seres semejantes en la fragilidad, la
vulnerabilidad y la conciencia de mortalidad, los tres grandes vectores de la idiosincrasia humana. La contraempatía sería puramente emocional. Se antoja
harto difícil que con el concurso de la reflexión ética podamos construir una
contraempatía cognitiva y conducirnos por ella. Si fuera así. desembocaría en la maldad (ejecución
de un daño en un tercero exento sin embargo de réditos personales) o en la malicia. La morbidad afectiva de ambas contraviene el ideal ético de que los seres humanos nos tratemos unos a otros como sujetos y no como meros objetos, es decir, con la dignidad que nos hemos otorgado en un ejercicio autoconstitutivo al considerarnos valiosos. Un exceso de contraempatía en un excesivo número de persona tornaría imposible la convivencia. Coexistiríamos, pero no conviviríamos. Nada que ver con lo que creemos que sería bueno que fuese.
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