Obra de Nigel Cox |
Cuando yo hablo de una persona educada mal me refiero a una persona sentimentalmente mal articulada. Su organigrama afectivo está tan mal confeccionado que está subyugada a un permanente analfabetismo sentimental. Ya no es una conducta puntual la que se hace acreedora de una corrección, es su forma estacionaria de sentir la que parte de premisas garrafales para llegar a conclusiones exponencialmente más garrafales todavía. En La inteligencia fracasada, J. A. Marina dibuja una colorida taxonomía de estas nefastas construcciones de índole sentimental y cognitiva. En su ensayo Sin afán de lucro, la filósofa norteamericana Martha Nassbuam explica que la educación nos prepara para tres grandes fines: la ciudadanía, el trabajo, y para darle un sentido a nuestra vida. La persona educada mal se ha olvidado del primero de los fines, que se puede compendiar en ser capaz de participar de manera constructiva y enriquecedora en la trama social para lograr el florecimiento personal y participar en que los demás logren el suyo. En Lo que nos pasa por dentro Punset lo explica muy bien: «el mayor dilema en la vida es manejarte con quien tienes a tu lado». Manejarte bien, matizo yo.
No
tengo la menor duda de que sentir mal es conducirte por un esquema de valores
en el que no se trata al otro con la misma equivalencia que uno solicita para
sí mismo. No se siente que el otro es una duplicación, un equivalente, un
semejante, un par. La persona educada mal no percibe la interdependencia, la
necesaria colaboración de unos y otros para lograr nuestros propósitos, la
necesidad de ser compasivos para entre todos remitir nuestra inherente
fragilidad, fungibilidad, vulnerabilidad, finitud. No padecer esta ceguera es primordial
para regular nuestros sentimientos y el tamaño de los límites de nuestras
acciones, porque la geografía de esos límites siempre está en relación con la
existencia de los demás y sus intereses en el espacio compartido. Si los demás desaparecen de mis deliberaciones privadas, los
límites también. Frente a los sentimientos prosociales (cooperación, afecto, amor, compasión, gratitud, admiración, cuidado, vínculos
empáticos), en el entramado afectivo de la persona educada mal prevalecen los
sentimientos aversivos (soberbia, competencia, pugna, odio, egoísmo, rencor, inequidad,
indolencia, uso de la fuerza para resolver conflictos, déficit de nutrición
empática, vanidad, envidia, celos). Hace poco le leí a Bauman que la ética es elegir
la forma con la que queremos acompañar al otro. La persona educada mal se
maneja mal (según la terminología de Punset) y acompaña mal al otro (según la
terminología de Bauman). El mayor prescriptor del educado mal es convertir a
los seres humanos de su derredor en un medio para sus fines. Cualquier peligro
en cualquiera de sus gradaciones y en cualquier lugar del planeta tiene su génesis en este
exacto punto.
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Existir es una obra de arte.
Esta persona no tiene sentimientos.
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