Obra de Lita Cabellut |
Hace unas semanas estaba viendo por televisión un programa en el que un hombre y una mujer cenaban juntos para a través de la conversación averiguar si tenían convergencia e intereses compartidos suficientes como para emplazarse en una nueva cita que abriera la posibilidad de una relación sentimental. Ambos frisaban los treinta y cinco años. En el intercambio recíproco de información, de repente el hombre le pregunta a la mujer qué piensa del feminismo. Con una observación teñida de cierto orgullo y tono triunfal, ella contesta que «no soy ni feminista ni machista, yo estoy a favor de la igualdad». Él empalidece, muestra estupefacción gestual ante su respuesta, y le formula una puntualización: «El feminismo no es lo mismo que el machismo. El feminismo es un movimiento, el machismo es un comportamiento». Al día siguiente esta pequeña anécdota brincaba a la conversación pública para explicar el paisaje desolador que supone que aún haya mujeres que no perciban la diferencia conceptual entre feminismo y machismo. También el abatimiento que suponía que fuera un hombre el que tuviera que revisar pedagógicamente las abismales disimilitudes entre ambas posiciones. Y que lo hiciera desde un escaparate con una audiencia superlativa.
Una regla básica de la manipulación aconseja que si alguien desea corromper la realidad lo primero que ha de corromper son las palabras que designan esa realidad. Contaminar un término es el primer paso para fracturar el poder de cambio que ese término pueda llevar semánticamente en germen, y por tanto se erige en una sencilla táctica para perpetuar los privilegios y las inequidades anclados en el estado de las cosas. La igualación de feminismo y machismo es una contranarrativa que intenta hacer creer que el feminismo es un machismo ejercido por mujeres, una conducta que espejea lo que hacen los machistas, pero mimetizado e incluso exacerbadamente por las mujeres. Esta insistencia incluso ha inventado una palabra fiscalizadora, porque quienes quieren desacreditar el movimiento feminista saben muy bien que lo que no tiene léxico no tiene existencia. En el debate público hay una corriente que no ceja en releer el feminismo como una analogía del machismo pero apuntando en la dirección opuesta, es decir, discriminar a los hombres por ser hombres, y no es así. El año pasado con motivo del 8M compartí sendas definiciones para aclarar de qué estamos hablando al esgrimir ambos términos: «Machismo es el conjunto de comportamientos y valores destinados a devaluar y degradar a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Feminismo es aceptar que el que hombres y mujeres seamos diferentes no legitima ningún motivo de desigualdad. Las disimilitudes biológicas no deberían habilitar disparidades normativas, jurídicas y comportamentales».
El comportamiento machista levanta una dinámica intersubjetiva en la que se coacciona, se degrada y se minusvalora a una mujer por ser mujer. En el machismo se da una relación del nosotros (entendido como la totalidad que conformamos los seres humanos) en la que no hay un lugar simétrico para las mujeres. El feminismo pugna porque en el espacio común en el que se despliega la vida humana ningún género esté penalizado por la desigualdad. Dicho con un eslogan fácil de entender y memorizar: la dignidad no tiene género. Feminismo o machismo es una excluyente elección ética, y por tanto una manera de entender el vínculo con quienes irremisiblemente construimos convivencia política. Estoy seguro de que, incluso entre quienes ponemos empeño en erradicarlos, la herencia cultural hace que nuestro comportamiento figure atestado de micromachismos, es decir, microgestos insertados en las inercias de la vida cotidiana que a fuerza de repetirlos pasan inadvertidos y campan allí donde los radares de la conciencia no los detecta. Escuchar a quienes tienen una sensibilidad más aguda que la nuestra para señalar estos puntos ciegos de nuestra conducta y revocarlos es primordial para civilizarnos mejor. Necesitamos desasirnos de legados intelectuales que secularmente han discriminado a las mujeres para subordinarlas a través de mapas valorativos aceptados social y acríticamente. Hoy 8M es el día elegido para recordarlo y vindicarlo.
Feminismo no es lo contrario a machismo.
Si pensamos bien, nos cuidamos.
Contra la dependencia, más interdepencia.