Leo
en la prensa una frase preciosa: «Un lápiz es más poderoso que una pistola». La
pronuncia en el silencio solidificado de la tinta Malala, la niña paquistaní
herida de muerte por querer seguir yendo a la escuela. Los talibanes
intentaron enterrarle una bala en la cabeza como castigo a su desobediencia. La
niña tuvo mucha suerte. La bala entró por debajo de su ojo izquierdo, horadó la carne y
huyó por el hombro. Malala salvó milagrosamente la vida y desde entonces se dedica a divulgar los beneficios de la educación, su condición de único antibiótico válido contra
el integrismo que repudia el conocimiento, contra todos aquellos que viven cloroformizados en sus creencias e inquisitorial y violentamente combaten las de los demás por heréticas. Al leer esta frase me acuerdo al instante de otra que representa su antítesis. Su autoría pertenece al célebre gánster Al Capone
y yo la he utilizado mucho en cursos a la hora de debatir sobre las lógicas del
diálogo y la violencia. El gánster se jactaba mientras blandía en la mano una automática: «Se consigue más con unas palabras bonitas y un arma
que con unas palabras bonitas simplemente».
¿Qué es exactamente lo que se
consigue con una pistola, qué es lo que emana del uso del lápiz? En la
diminuta geografía del aquí y ahora es mucho más resolutiva una pistola para
doblegar la voluntad ajena, pero en las incesantes aglomeraciones de tiempo concreto que
es la vida es infinitamente más eficaz un lápiz. En la genealogía del poder se
insiste en que acumula poder quien puede controlar el comportamiento de otras
personas, pero se excluye que haya verdadero poder cuando un individuo necesita
emplear la coerción para encoger la voluntad del otro como si fuera un animal
asustado Ese acto es sometimiento, subyugación, coacción, pero no poder. El
genuino poder consiste en modificar la voluntad de una persona sin recurrir ni
a la fuerza ni a la amenaza. Esa modificación sólo es patrimonio del diálogo
que a través del uso de la palabra puede alcanzar la proeza de convencer al otro de que tome la
dirección que se le propone. La convicción sólo se construye con argumentos que,
aunque provengan de fuera, uno acepta como suyos tras metabolizarlos intelectualmente
y aceptar que son más válidos y férreos que los desgranados por él.Un lápiz es una
metáfora de esas miríadas de palabras que zigzaguean en los diálogos pacíficos y educados hasta que
las hacemos nuestras en forma de opinión personal. Hasta que nos convencen.
Artículos relacionados:
Yo no te he convendido, te has convencido tú.
Breve elogio de las Humanidades.
¿Una persona mal educada o educada mal?
Artículos relacionados:
Yo no te he convendido, te has convencido tú.
Breve elogio de las Humanidades.
¿Una persona mal educada o educada mal?