El título del artículo de hoy es una fórmula cada vez más utilizada
para entonar una disculpa. Que sea
habitual no significa que sea válida. Disculparse consiste en solicitar indulgencia por
un hecho deliberado que ha causado algún tipo de daño. Sin
embargo, cuando uno comete una equivocación no sabe que se está equivocando, está imbuido en una
acción categóricamente involuntaria. En el equívoco uno no ve que está tomando una
dirección errónea, no intuye nada que le
haga advertir que se dirige hacia un lugar que no es el deseado. Está
persuadido de que está realizando bien lo que en el futuro la
realidad sancionará como mal. Esta es la orografía de la equivocación y el
error. Por el contrario, en muchas ocasiones, los que se excusan citando el título de este texto sabían muy bien el curso
de acción que estaban ejecutando, no había el más mínimo atisbo de yerro en su proceder. Una prueba que se repite entre sus usuarios es que han tratado de ocultar sus hechos, invisibilizar su comportamiento para evitar la sanción. Su
opacidad delata su intencionalidad.
¿Por qué
entonces se señala como equivocación lo que es una intencionada acción carente
de ética, o falta de escrúpulos, o un comportamiento ya no execrable sino directamente
punible? Si yo cometo un
latrocinio, no me estoy equivocando, sé muy bien que estoy conculcando la ley. Esta fórmula degrada al rango de desorientación una conducta muy premeditada,
ritualiza como error lo que es un muy estudiado acto de volición. Se metamorfosea
en rol pasivo aquello que sin embargo es tremendamente activo. Intenta reparar la reputación sin necesidad de admitir culpa alguna, o suavizando la presencia de dolo. La
disculpa es eficaz si uno reconoce la culpa que ha cometido, se expone a la vergüenza
al hacer público el contenido de esa culpa, y a renglón seguido hace propósito de enmienda. La disculpa por tanto se debería
encapsular lingüísticamente de otro modo: «Lo siento. He cometido un delito», o «Lo siento. Mi comportamiento ha sido reprobable». Si uno pide disculpas argumentando que se
ha equivocado no reconoce culpa alguna, porque en la equivocación no hay
culpable. Esta excusa es muy
fácilmente refutable: «No, no, te has equivocado, te hemos pillado, que es muy
distinto».
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