martes, mayo 26, 2015

¿El mobbing es un conflicto?


Mobbing es una encarnación de la violencia encaminada a la demolición corrosiva del otro. Sin prisa pero sin pausa. Significa acoso psicológico, conductas de contaminación laboral y violencia clandestina en aras de hacerle la vida imposible a un compañero de trabajo, lesionarle su autoestima, interceptar sus habilidades, resquebrajar su eficacia percibida, agredir taimadamente su reputación, agrietar su integridad, convertirlo poco a poco en el increíble hombre menguante. El antropólogo Konrad Lorenz acuñó el término al comprobar la hostigación de unos animales pequeños ante uno mayor para alejar su presencia. Este comportamiento del reino animal se mimetiza en los ecosistemas laborales por parte de algunos sujetos para excluir a aquellos otros a los que consideran una amenaza para sus intereses. El mobbing aloja entre sus denominadores comunes su heterogeneidad borrosa en sus manifestaciones, su carácter insidioso y maquiavélico, su inteligente ambigüedad, su invisibilidad para una mirada externa, la abstención a intervenir por parte de los demás que se apegan a una neutralidad que les evite situaciones comprometidas o los convierte en abúlicos e irresolutos espectadores. No es fácil percibir el mobbing aplicado a un tercero. Es difícil desarticularlo cuando se percibe, sobre todo para los alejados de posiciones directivas.

Se suele confundir mobbing con conflicto y acto seguido se solicita extrapolar las herramientas de resolución de conflictos y de negociación a la situación de mobbing. Craso error. En el mobbing no hay colisión de intereses, no hay discordancias, no hay objetivos distintos que a través de un acuerdo puedan converger en medidas que satisfagan los intereses subyacentes de los protagonistas. Hay acerbados deseos de eliminar al otro. Nada que ver con la naturaleza conflictiva que emana de nuestra condición de existencias vinculadas a otras existencias. El experto Iñaki Piñuel en su libro Mobbing, estado de la cuestión (Gestión, 2000) delimita muy bien los escenarios: «En los últimos años he escuchado muchas tonterías, errores o inexactitudes sobre lo que es el mobbing, pero quizás la mayor de todas ellas, por ser la más lesiva para las víctimas, es la que pretende calificar el acaso psicológico en el trabajo como un mero conflicto… La pretensión de una de las partes de destruir, anular o perjudicar a la otra, vulnerando su dignidad y su integridad psicológica, no puede resultar jamás admisible. Desde el momento en que tal pretensión se hace evidente para la organización en la que tal proceso se produce, ésta adquiere ética y jurídicamente una posición de garante. Con esta posición nace lo que los juristas denominan la responsabilidad (civil, laboral, penal, administrativa) y el posible reproche  jurídico a su inacción». La negociación por tanto es un procedimiento de la acción comunicativa inapropiado para utilizarlo con quien persigue la aniquilación de la otra parte en un escenario claramente tipificado. No podemos negociar con quien pone todo su empeño en deteriorar nuestra dignidad. En el nicho ecológico del trabajo no podemos sentarnos en una mesa a armonizar intereses con quien trata de destruir el valor y el respeto que uno se merece por el hecho de ser persona. El hostigamiento se neutraliza con la intervención de un tercero, el proveedor y centinela de un potente protocolo de conducta por el que se conduce la organización y se articula la convivencia. Ese protocolo servirá para identificar con claridad el comportamiento contaminante. También para ser implacable a la hora de sancionar a quien lo conculque.



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miércoles, mayo 20, 2015

«Lo siento, me he equivocado»



El título del artículo de hoy es una fórmula cada vez más utilizada para entonar una disculpa. Que sea habitual no significa que sea válida. Disculparse consiste en solicitar indulgencia por un hecho deliberado que ha causado algún tipo de daño. Sin embargo, cuando uno comete una equivocación no sabe que se está equivocando, está imbuido en una acción categóricamente involuntaria. En el equívoco uno no ve que está tomando una dirección errónea, no  intuye nada que le haga advertir que se dirige hacia un lugar que no es el deseado. Está persuadido de que está realizando bien lo que en el futuro la realidad sancionará como mal.  Esta es la orografía de la equivocación y el error. Por el contrario, en muchas ocasiones, los que se excusan citando el título de este texto sabían muy bien el curso de acción que estaban ejecutando, no había el más mínimo atisbo de yerro en su proceder. Una prueba que se repite entre sus usuarios es que han tratado de ocultar sus hechos, invisibilizar su comportamiento para evitar la sanción. Su opacidad delata su intencionalidad.

¿Por qué entonces se señala como equivocación lo que es una intencionada acción carente de ética, o falta de escrúpulos, o un comportamiento ya no execrable sino directamente punible? Si yo cometo un latrocinio, no me estoy equivocando, sé muy bien que estoy conculcando la ley. Esta fórmula degrada al rango de desorientación una conducta muy premeditada, ritualiza como error lo que es un muy estudiado acto de volición. Se metamorfosea en rol pasivo aquello que sin embargo es tremendamente activo. Intenta reparar la reputación sin necesidad de admitir culpa alguna, o suavizando la presencia de dolo. La disculpa es eficaz si uno reconoce la culpa que ha cometido, se expone a la vergüenza al hacer público el contenido de esa culpa, y a renglón seguido hace propósito de enmienda. La disculpa por tanto se debería encapsular lingüísticamente de otro modo: «Lo siento. He cometido un delito», o «Lo siento. Mi comportamiento ha sido reprobable». Si uno pide disculpas argumentando que se ha equivocado no reconoce culpa alguna, porque en la equivocación no hay culpable. Esta excusa es muy fácilmente refutable: «No, no, te has equivocado, te hemos pillado, que es muy distinto».



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