Paseo, Didier Lourenço |
La profesora emérita de Ética Victoria
Camps escribió hace unos días un artículo en El País en el que se apuntalaba una
idea nuclear que a veces se nos olvida: «Una sociedad es un agregado de
individuos con intereses privados, pero no atomizados». Efectivamente. No somos
existencias atomizadas y la convivencia nos delata como sujetos indefectiblemente vinculados a
otros sujetos, biografías poliédricas anudadas a otras poliédricas biografías,
personas con metas distintas pero que comparten muchos espacios y muchos propósitos en vastas zonas de intersección que nos
mejoran a todos y nos permiten ampliar posibilidades. Padecemos una preocupante miopía para ver los intereses que nos unen, un puntiagudo sentimiento de distancia hacia todo elemento que nos enlaza con el otro. Sin embargo, disponemos de una portentosa vista de águila para distinguir los intereses que nos separan. Quizá se debe a un déficit de ética
discursiva, a una mala pedagogía del diálogo y el consenso, a un individualismo hipertrofiado que se olvida del papel de todos en los méritos de uno, a la divulgación de la competitividad como sinónimo de supervivencia, a la inevitable oxidación provocada porque
la pluralidad de sensibilidades de nuestros convecinos no tenía refrendo en siglas políticas con representación parlamentaria, a que hemos sido educados en un duopolio partidista empecinado en mostrarnos una realidad binaria y dicotómica que abjuraba del ejercicio de la inteligencia compartida. No lo sé. Si
sé que es demasiada descompensación para cooperar, la única herramienta que nos
puede ayudar a preservar y abrillantar el interés de todos.
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Para solucionar un conflicto, mejor buscar su patrón que su solución.
Compatibilizar la discrepancia.
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