El ser humano siente la proclividad de convertir
en su metafórico alimento al más débil que él. Es un tropismo atávico
desarrollado en escenarios de escasez que se ha instalado también en escenarios
de sobreabundancia como el contemporáneo, aunque esa abundancia está tan mal
repartida en el redil humano que sus beneficiarios nos adoctrinan con la idea de la carestía y con el fomento de la competición para no padecerla. Para
conjurar la mala suerte de caer en el indeseado bando de los devorados invertimos
mucho tiempo y mucha energía. A esta inversión la
llamamos de eufemísticas maneras (titulación, ingresos, capital
social, empleabilidad, reputación, estatus, rango, solvencia financiera, habilidades, competencias), pero si subordinamos el conjunto de nuestras
acciones veremos que todo desemboca en conseguir aprobación y
cariño y simultáneamente no ser atacados por los predadores más feroces de la
sabana social. A veces estamos aprovisionados de todo lo que la competición
prescribe para no sufrir los zarpazos de la depredación, salvo el afecto, el
rasgo más humano de toda nuestra identidad como especie. Es ahí
donde opera el abuso de debilidad.
El abuso de debilidad se produce cuando una persona
se aprovecha de otra gracias a su vulnerabilidad y fragilidad afectivas.
Resulta difícil delimitar sus fronteras porque en muchos casos el claramente
perjudicado da su consentimiento para que el otro ejecute acciones de dudosa
licitud. Sin embargo, ese consentimiento puede estar prologado de manipulación
o violencia psíquica, y aquí es donde todo el paisaje se repleta de niebla.
¿Cuándo es abuso, estafa, timo, engaño, manipulación de la confianza, y cuándo es decisión autónoma, voluntad libre, relación
consentida, aceptación nacida de un acuerdo entre iguales, conductas éticamente
apropiadas? El ensayo El abuso de debilidad y otras
manipulaciones trata de trazar esos límites y recordar que
aunque hay situaciones que pueden no ser jurídicamente sancionables, sí se
pueden evaluar desde el prisma ético. Su autora es la psicólogo y psiquiatra
francesa Marie-France Hirigoyen, conocida por su demoledora obra El
acoso moral y por la incisiva Las nuevas soledades. En sus obras Hirigoyen no sólo coloca
perfectamente su lupa observadora sobre el punto preciso, su atildada y ágil escritura
te motiva a perseguir líneas sin parar. El abuso de
debilidad y otras manipulaciones se adentra en un primer momento en el
análisis pormenorizado del consentimiento (no hay consentimiento válido si se
ha dado por error, o si ha sido obtenido con violencia o dolo, es lo que
se tipifica como vicio de consentimiento), la confianza, la influencia y
la manipulación. En el apartado dedicado a reseñar las
tácticas manipuladoras que el abusador esgrime con su víctima, la autora se
ciñe al libro Pequeño tratado de manipulación para gente de bien
de los también franceses Robert-Vincent Joule y Jean-Léon Beauvois. Recomiendo
su lectura a todo aquel que tenga curiosidad en
estudiar lo previsibles que somos los animales humanos. Recuerdo que este texto a mí me ayudó mucho hace
ocho años para la redacción de un manual de comunicación persuasiva.
Una vez cartografiado el mapa de la influencia,
Hirigoyen nos habla de las víctimas potenciales para los depredadores. El
depredador suele posar su atención en personas mayores,
discapacitadas, menores, hijos (sobre todo en situaciones de divorcio),
gente secuestrada por la inmadurez o por la carencia afectiva. En Las nuevas soledades
patentiza que los déficits afectivos crecen a medida que crece la hiperaceleración de la vida y la indiscutida centralización de la actividad laboral, y por tanto
la dificultad de tejer sólidos vínculos que requieren el
concurso de un tiempo del que no disponemos. Esta fragilidad sentimental es el
ángulo de ataque del abusador, el talón de Aquiles de las víctimas para
ser más fácilmente sojuzgadas. Entre los impostores la autora cita a
mitómanos (mentirosos compulsivos con necesidad de ser admirados), seductores,
timadores (muchos de ellos agazapados en el corazón de las entidades
financieras), perversos
narcisistas (muy taimados y calculadores), paranoicos (que actúan más por
coacción que por manipulación). Todos ellos se afanan en el
sometimiento psicológico y la vampirización de su víctima. El último capítulo
del libro es desolador. La autora defiende el sincronismo entre los valores
imperantes en el tejido social y el abuso de debilidad. Enumera la exención de responsabilidad personal delegada en los
demás o diluida en los factores ambientales. La pérdida de límites al pulverizarse la idea de comunidad y por tanto la ceguera de no ver al otro como necesario
para nuestra propia vida. La dificultad para articular bien la vida pulsional. La vehemencia de la
gratificación instantánea que incentiva el fraude y el atajo. La
inseguridad y el miedo provocados por la crisis financiera y azuzados
arteramente para la generación de sumisión. La desconfianza
cada vez más afilada en nuestros iguales. Todos estos vectores propios de la
jungla exacerban nuestra condición de seres frágiles y demandan una mayor
presencia de autoridad pública. La autora advierte del peligro que supone la
inflación del Derecho cuando sustituye el necesario control interno de cada uno
de nosotros. Dicho de otro modo, la axial diferencia entre la heteronomía y la
autonomía, entre la convención y la convicción. He aquí un fértil semillero
para abusadores. O para depredadores investidos de legalidad.
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Dime cómo tratan tu dignidad y te diré cuáles son tus sentimientos.
No hay mayor poder que eliminar a alguien la capacidad de elegir.
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