lunes, julio 08, 2024

«Solemos poner en cuestión la bondad porque la releemos de manera privada y parcial»

 

Entrevista publicada originalmente en Cultura Inquieta (11.Julio.2024) 

Redacción y fotografía realizadas por Eimi Gond


José Miguel Valle es filósofo, docente e investigador independiente. Su campo de reflexión son las interacciones humanas. Es autor de varios ensayos sobre «el animal que habla cuando habla con otros animales que también hablan». Cada martes se puede leer un nuevo artículo en su blog Espacio Suma NO Cero. La insólita historia ocurrida con uno de esos artículos es la base del recién publicado libro La bondad es el punto más elevado de la inteligencia (Alvarellos Editora). Conversamos con él acerca de este ensayo y las ideas principales que aborda. 


Buenas, José Miguel, un gusto volver a coincidir. Esta vez hablamos sobre tu nuevo libro acerca de la bondad, ¿Cómo surgió la idea de escribir un ensayo sobre este tema?

Es un placer volver a coincidir, Eimi. La intrahistoria de este libro tiene su origen hace unas temporadas cuando escribí y publiqué en mi blog el artículo La bondad es el punto más elevado de la inteligencia. En menos de una semana el artículo recibió más de un millón de visitas, una cifra estrafosférica en comparación con el resto de textos. En aquellos días el artículo se compartió y se reprodujo por un sinfín de lugares, a la vez que muchas personas contactaron conmigo para expresarme el disfrute de su lectura o para compartir ideas personales suscitadas por el texto. Este fenómeno viral me dejó tan perplejo e intrigado que comencé a interrogarme qué podía haberlo ocasionado, y por qué.

 ¿Podría ser que la bondad nos atrae en sí misma?

He comprobado que cada vez que se comparte en las pantallas algo asociado a la bondad la gente presta muchísima atención. Es un tema que interpela y moviliza. En el caso de mi artículo, creo que el hecho de emparejar la bondad con la inteligencia tuvo mucho que ver con su viralización. En el ensayo explico cómo ambas dimensiones acaban convergiendo en un mismo punto. También juego con la hipótesis de que parte del atractivo del texto pudo recaer en que desligué la bondad de cualquier credo religioso, y la simplifiqué hasta la tautología: como todo lo que consiste en hacer, para actuar bondadosamente basta con poner en práctica la bondad.


 Leo que «la bondad es la acción más inteligente de entre todas las que podemos elegir».

Sostengo que la bondad y todos sus correlatos tanto éticos como sentimentales son la maximización de la racionalidad, que es una manera de nominar a la inteligencia cooperadora en marcos de interdependencia. Hay que remarcar que ninguna persona existe al margen de las demás, que su existencia es el resultado del ensamblaje con otras existencias. Nuestra persona es una posición y a la vez una intersección. Necesitaría más tiempo para explicarme, pero creo que en el libro desgrano suficientes argumentos que apuntalan que actuar con bondad es una praxis netamente inteligente. Para afirmar algo así de tajante parto de que todas y todos somos seres afectivos, vulnerables y mortales, lo que exige altura de miras para urdir estrategias de cuidado sobre lo común y de atención mutua.

Cuando el artículo se publicó aquí en Cultura Inquieta, se repitió el fenómeno viral.

Un tiempo después de la viralización vivida en el bog, Cultura Inquieta contactó conmigo para publicar “La bondad es el punto más elevado de la inteligencia”. Las cifras volvieron a dispararse, el texto vivió una segunda viralización. Retomé la investigación de por qué a las personas nos seduce tanto todo lo relacionado con la bondad. Por los muchos comentarios que compartieron conmigo quienes leyeron el artículo, algunos de los cuales aparecen ahora en el libro, una posible respuesta que encontré es que estamos ávidos de bondad, es decir, estamos exhaustos de un modelo de vida tecnofrenético obsesionado con la productividad y la rentabilidad monetaria, y muy desatento con lo humano. Aspiramos a otras maneras más sensatas y más disfrutables de organizar la existencia. En el capítulo final abordo ideas, sobre todo qué formas de sentir y vincularnos favorecen que nos tratemos de un modo más bondadoso, más atento, más afín a la dignidad de la que toda persona es titular.

He leído que «hacer el bien sienta bien», y escribes que esta afimación tendría que abrir todos los informativos.

Quien actúa bondadosamente recibe la gratificación inserta en el despliegue de la propia acción. Es maravilloso comprobar que cuando colaboramos al bienestar y el bienser de los demás nos sentimos reconfortados. Cuando nos sentimos bien propendemos a repetir la acción, lo que nos hace sentirnos todavía mejor, incentivo que alienta volverla a repetir. He aquí la estructura de un hábito, palabra clave en el vocabulario ético, y una forma de que la alegría nos regale esa energía sin la cual es díficil emprender ningún propósito elevado.

 Si es así, entonces ¿por qué nos cuesta tanto ser bondadosos?

La pregunta que me formulas la plantearon numerosas personas lectoras los días en que el artículo se propagó por la metrópolis digital. De hecho, tanto la pregunta como algunas de las respuestas están recogidas en el libro. Solemos poner en cuestión la bondad porque la releemos de manera privada y parcial, es decir, como un coste personal que quizá no nos dispense reembolso alguno, pero es un criterio poco afortunado porque nos cierra los ojos a la visión colectiva, que es el epicentro de la bondad.

 ¿Quizá por eso defiendes que «la expresión política de la bondad es la justicia»?

Actuar y pensar bondadosamente desemboca en una idea de justicia que tiene en cuenta a los demás como entidades valiosas. De este modo, la bondad se desromantiza y se politiza, es decir, opera en el espacio y las necesidades compartidas. Esa es la noción de bondad que defiendo en el libro, la que no se detiene en el círculo de proximidad y vindica lo justo en cualquiera de los círculos humanos.

El libro consta de tres capítulos, los dos primeros son como una crónica, pero el tercero es pura reflexión.

Dediqué mucho tiempo a hibridar el relato de no ficción con el ensayo. No quería que el libro fuera ni lo uno ni lo otro. Moverme por esas zonas fronterizas y zizagueantes no fue sencillo, pero estoy muy contento con el resultado final de ese juego literario.

En ese último capítulo te dedicas a explicar pormenorizadamente una serie de conceptos sin los cuales no es posible hablar de la bondad.

Pensar es aportar esclarecimiento sobre abstracciones que más temprano que tarde dan lugar a acciones, y para ello es imprescindible detallar. Sin matices el ejercicio filosófico no podría existir. El último capítulo es una loa a las palabras que nos humanizan, y sobre todo una reivindicación a no proferirlas en vano para que no devengan en pronunciamientos sin capacidad movilizadora.

Algo que quieras añadir para terminar.

Cuando pronuncio conferencias o imparto cursos compruebo que tenemos mucha desorientación sobre nuestras propias posibilidades afectivas y políticas. Si tuviera que sintetizar el contenido de este libro diría que es una invitación a imaginar posibilidades, otras maneras de articular algo tan fascinante como el acontecimiento interdependiente de existir. Necesitamos que prendan sentimientos buenos en nuestro interior para llegar a ser ciudadanía justa en el exterior.

Muchas gracias.

Gracias a ti y a Cultura Inquieta.

 

El libro La bondad es el punto más elevado de la inteligencia se puede adquirir en cualquier librería, y también en la tienda de la editorial Alvarellos. Se puede acceder haciendo clic aquí

 
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martes, julio 02, 2024

«En la autoayuda el problema siempre acaba siendo nuestro»

Obra de Edward B. Gordon

Me alegra comprobar que se ha publicado una segunda edición de Una filosofía de la resistencia. Se trata del ensayo con el que el profesor, filósofo y divulgador Carlos Javier González Serrano desenmascara lo que subrepticiamente promociona la literatura de autoayuda. Siempre es reconfortante que a los libros que invitan a pensar se les dispense una buena recepción. El ensayo de González Serrano es una crítica sin tregua a la colonización digital y a la autoayuda que tanto prolifera en nuestros días, confirmando que cuanto más despolitizadas están las vidas, mayor es la incursión de la autoayuda y el protagonismo de las pantallas en ellas. «La autoayuda es la aliada perfecta del sistema productivo. Da por hecho los malestares estructurales, nos doma y enseña a soportarlos y gestionar nuestras emociones», nos recuerda González Serrano. Frente a las estrategias de esta manipulación emocional, o «tiranía felicifoide», en el libro propone una resistencia filosófica que «nos sacude en lo más hondo y nos impide transitar el mundo de manera indolente». Esta apelación a la resistencia recuerda a La resistencia íntima de Josep Maria Esquirol, aunque hay autores a los que me adhiero que impugnan el hecho de resistir en favor de idear e inventar. Proponen imaginación en vez de reacción, soñar en vez de rechazar, pensar en vez de contestar, especular realidades nuevas a las que dirigirnos en vez de defender melancólica y numantinamente realidades pretéritas a las que regresar. 

En el ensayo de Carlos Javier González Serrano no se instiga a una resistencia irresoluta. Cada página es una invitación, como se cita en el libro trayendo las palabras de María Zambrano, a no aceptar vivir pasivamente resbalando por la existencia. «La filosofía de la resistencia nos ofrece herramientas especulativas para analizar y después cuestionar e intervenir en aquellas estructuras sociales, políticas y económicas que generan cualquier tipo de opresión, malestar o desigualdad. A la vez, nos empuja a asumir nuestra responsabilidad como individuos que forman parte de una comunidad ciudadana». Es fácil ver cómo la literatura de autoayuda va en la dirección opuesta. Lo privatiza todo mimetizando en el orden afectivo lo que el neoliberalismo ejecuta en el ámbito económico. Propone una felicidad autárquica y narcisista como si en el mundo no hubiera nadie más que nuestro yo. 

La autoayuda confunde las dolencias del alma producidas por formas de existir dañosas con problemas de salud mental. Patologiza la aflicción e incluso la estigmatiza acusándola de incompetencia psicológica o de un psiquismo poco resiliente, tergiversando la resiliencia con la resignación. La tristeza no es el sentimiento que germina cuando la realidad se opone al cumplimiento de nuestros propósitos, es el resultado de un carácter pusilánime. La indignación que nace de contemplar o padecer la injusticia es una incapacidad de los sujetos para adaptar su conducta a las demandas de un entorno laboral que exige flexibilidad, adaptabilidad y disponibilidad plenas. La satisfacción vital es una mixtura de mediocridad y adocenamiento propia de personas timoratas que se cobijan en una complaciente zona de confort. Ante problemas sociales, la autoayuda, como bien indica su nombre, propone soluciones individuales. Entremezcla aviesamente hechos ontológicos como la impredecibilidad e inestabilidad de la vida con fenómenos políticos como la precariedad y la desigualdad, para naturalizarlos y fomentar su aceptación acrítica. Es rareza encontrar en la autoayuda alusiones a la lógica mercantil, a la desmesurada optimización incremental de la ganancia, a las medidas políticas que actúan en concierto con la lucropatía corporativa. Hace creer que todo depende del control mental que dispongamos sobre nuestras narraciones (la realidad no es lo que ocurre, es cómo te cuentas lo que te ocurre), y que por lo tanto lo exterior no debería incidir en aquellas personas con una honda vida interior. 

Incluso desde existencias privilegiadas, como explica Belén Gopegui en El murmullo (su tesis doctoral sobre la literatura de autoayuda convertida en ensayo), se permite aleccionarnos con discursos sonrojantes. «La felicidad está en el ser, y no en el tener, repiten numerosos libros de autoayuda, pero que la población viva en casas con luz y disponga de una sanidad pública en condiciones forma parte de ese lugar donde el tener no equivale a una idea barata de consumismo, y donde los recursos objetivos penetran en los subjetivos en forma de confianza y claridad». Para más inri, todo este argumentario de autoayuda se promulga con retórica gerencial para que el ser narrativo que somos se relate con conceptos y expresiones propios de la gestión corporativa, y se trate a sí mismo no como una persona trenzada con otras personas en un espacio y unas necesidades comunes, sino como una empresa que rivaliza con otras empresas en el competitivo y descarnado mundo de los negocios (como si ser una empresa fuera lo mismo que tener una empresa). En Una filosofía de la resistencia Carlos Javier González Serrano explica qué ocurre si capitulamos a esta mercantilista forma de entender la vida. «Si debemos referirnos a la realidad con el lenguaje económico, los individuos quedamos supeditados a la lógica del proceso productivo: nos tenemos que "gestionar", debemos "sacarnos rendimiento" o, incluso, "ser nuestra propia empresa". Al margen de las circunstancias que rodeen al sujeto, el problema siempre acaba siendo nuestro». Es alentador que un libro así alcance la segunda edición muy poco tiempo después de ver la luz. Enhorabuena.

 
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