Obra de Nigel Cox |
Aunque
creamos que optar por una palabra en vez de otra es algo inane, su elección
nunca es neutra. Nombrar es conocer, anunciaba el aserto latino, pero también
es delatarse. En las expresiones aparentemente superficiales asoma el fondo
profundo de una época. Vender consiste en traspasar a alguien la
propiedad de lo que se posee por un precio convenido. En su segunda acepción,
más acorde con el significado de la expresión que protagoniza este artículo,
vender es exponer y ofrecer al público los géneros o las mercancías para quien
las quiera comprar. «Venderse» indica que el objeto en venta es uno mismo, lo
que a su vez presupone que el sujeto se convierte en objeto venal a través de
la cosificación o reificación de la propia persona. Ser portador de
competencias adecuadas para llevar a cabo una tarea por la que un tercero te retribuirá
pecuniariamente a cambio de obtener y quedarse la plusvalía generada no tiene
nada que ver con ser un objeto. La quintaesencia del capitalismo es haber
convertido en mercancía el trabajo a través del empleo (no es lo mismo trabajo
que empleo), pero mercantilizar nuestro trabajo no debería llevar implícita la
mercantilización de la persona que lo lleva a cabo, por mucho que trabajar sea
entregar voluminosas cantidades de tiempo de nuestra vida para colmar los fines
de otro. No al menos si queremos ampliar la humanización del animal humano que
somos.
Es fácil que el verbo vender colonice el
vocabulario y reduzca nuestra imaginación. Si el acceso de un ser humano a una
vida digna pasa por vender el trabajo para conseguir un empleo, y
cada vez se dificulta más esa venta (nunca antes en la historia de la humanidad
se ha tenido que trabajar tanto para ser empleado en algo), es casi un efecto
reflejo confundir la venta del trabajo con la
venta del que lo realiza, conjugar el marketing de las propias habilidades con
el yo como marca o como proyecto empresarial que anhela ser subsumido por otro
que lo retribuya. Empleando terminología de Ulrich Beck, que tanto ha
reflexionado sobre la desregulación laboral y su endémica precariedad, el compulsivo deseo de
«participar en el trabajo pagado» no debería desfronterizar léxicamente el
tiempo vital propio del remunerado y aglutinarlo en un todo. Como todo es susceptible de enturbiarse,
hace unos días leí la expresión «autovenderse». En un texto una mujer
solicitaba persuasoras tácticas de divulgacion porque le urgía «autovenderse»
lo antes posible para encontrar trabajo (o sea, un empleo). Sé que vender es el antónimo de comprar, aunque el verbo comprar también
comienza a utilizarse en la misma triste dirección que venderse. Hace unos días
leí en un periódico que una persona «vende optimismo aunque algunos se resisten
a comprar su mensaje». Cada vez se emplea más la expresión «te compro la idea»,
o «te compro el argumento». Como quien tiene el poder sobre las palabras tiene el poder sobre la realidad, resulta descorazonador que la visión binaria de comprar y vender
de la terminología economicista invada nuestro lenguaje para describir aquello que nada tiene que ver ni con vender ni con comprar. Ocurre lo
mismo con los espacios, los recintos, las competiciones deportivas, que ahora
se rebautizan con nombres corporativos. El mercado ha impuesto su retórica.
Imposible mayor muestra de hegemonía.
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La hoguera del capital.
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