Obra de Gottfried Helnwein |
Cuidar y
curar comparten semántica, pero también equivalencia experiencial en las prácticas y los vínculos que tejen vida compartida. Curar proviene del latín curare, cuidar, preocupar. Cuando cuido, curo; y cuando curo,
cuido. Cuidar pero también cuidarse son actividades inexcusables que devienen herramientas sentimentales y cívicas,
porque al cuidar y al cuidarme me vuelvo cuidadoso, y al volverme cuidadoso me tengo en cuenta y tengo en cuenta diligentemente
al otro, que es una definición muy válida tanto de justicia como de respeto. Todo
aquello que se traduce en acción se aprende y se afina haciendo, de ahí
que cuando cuidamos aprendemos a ser cuidadosos, y cuando nos esmeramos
en ser cuidadosos internalizamos el cuidado en nuestro repertorio
comportamental. Etimológicamente cuidar proviene de coidar, y este a su vez de cogitare, pensar. Cuando pensamos
profundamente y nos entregamos a lucubraciones sobre nuestra inserción en el mundo, resulta inevitable pensar atentamente en el otro y en nuestra interacción con él, puesto que es en esa experiencia unísona donde radica la palpitación de la vida. Ese otro cambia la acción de cuidar. No es lo mismo cuidar algo que cuidar a alguien.
A mediados
de los noventa del siglo pasado mi admirado Franco Battiato publicó la canción La
cura, una maravillosa tonada en la que hablaba del cuidado. De hecho, en su versión española se tituló así, El cuidado. Fue la canción del
año en Italia. La primera estrofa de la letra es fantástica y evidencia cómo el cuidado y la preocupación son sinónimos: «Te protegeré de los miedos a la hipocondría, de los trastornos que desde hoy encontrarás en esta vida, de las mentiras y las injusticias de tu tiempo, de los fracasos que por tu talante fácilmente atraerás». Esa cura es la protección, el guarecimiento, el saber que nuestra vulnerabilidad no es accidental,
sino ontológica. Somos vulnerables porque somos humanos y somos humanos porque somos
vulnerables. La canción enseguida se convirtió en una nana que los padres tarareaban a sus hijos más inermes, que es junto con la senectud uno de los instantes biográficos donde la vulnerabilidad deja de ser una idea abstracta y se hace tactilidad y presencia. Existe otra palabra que nos puede ofrecer muchas pistas semánticas sobre el cuidado y su protagonismo en cualquiera de las parcelas humanas. Seguridad proviene del latín sine cura,
es decir, sin cuidado, exento de preocupación. Nos sentimos seguros
cuando no nos tenemos que preocupar. Cuando nos aconsejan poner cuidado
es que vamos a adentrarnos en el interior de una actividad que requiere
concentración cejijunta o que es peligrosa. Peligro es todo aquello que
conmina con desbaratar nuestro equilibrio. Solo depositando cuidado en
nuestra acción podremos soslayar la amenaza y salir indemnes.
La ética
del cuidado es tan culminal que ignoro por qué es un tema lateral en la
agenda política y en la conversación pública. Afortunadamente ya hay autores que reclaman para el cuidado la misma entidad que la justicia. Del mismo modo que existe la justicia gratuita, toda persona debería ser cuidada en el supuesto de necesitarlo, supuesto que evidentemente la biología y los imponderables consustanciales a estar vivo se encargarán de que deje de serlo en cualquier súbito instante. Los cuidados que todos los seres
humanos necesitamos se manifiestan en tres grandes áreas de acción que se
interfluyen en un dinamismo que transversaliza todos los ámbitos en los que habitamos: el
cuerpo, el entramado afectivo y los Derechos Humanos, es decir, el ámbito privado, el intersubjetivo y el político. Dicho en tres palabras muy
sencillas: salud, sentimientos buenos y dignidad. La compasión latina o la sympathia griega es el sentimiento fundacional para
cultivar esta gramática ciudadana que se puede sintetizar en cuidarnos como
corporeidades obsolescentes que somos; cuidarnos como seres sintientes imantados hacia el afecto y programados para quedar abatidos ante aquello que nos irrespeta; cuidarnos
como seres valiosos que necesitan unos mínimos para cultivar autónomamente unos
máximos con los que singularizarse y sacar brillo a su dignidad (la capacidad de elegir fines que solo puede ejercerse cuando el absolutismo de la necesidad biológica está contrarrestado). También ese cuidado ha de prestarse como un deber inteligente a la naturaleza que nos permite estar vivos y al resto de animales con los que compartimos el planeta. Si se piensa bien, cuidar, que no en vano proviene de cogitare, es cuidarse.
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