lunes, abril 28, 2014

La ética y el beneficio económico




Se suele decir e incluso escribir con una frecuencia preocupante que ser ético proporciona beneficios a largo plazo. Se promociona la conducta ética señalando su utilidad financiera. Este tipo de divulgación propone una instrumentalización de la ética, subordinar el mapa de nuestro comportamiento a la búsqueda del beneficio económico, monetarizar la mejor forma de relacionarnos con nuestros congéneres y desplegarla no como una encarnación de nuestra persona en nuestra conducta, sino como una táctica para aumentar la cuenta de resultados. Aparte de esta institucionalización de la ética como activo estratégico, defender que la ética proporciona beneficios es una afirmación muy atrevida. Si la ética aumentara los márgenes de beneficio, no haría falta implantar ningún manual de buenas prácticas en las corporaciones. La congénita optimización del lucro llevaría intrínsecamente a una alta resolución ética, al traer adjuntado, según los prescriptores de esta tesis, un incremento en el balance del ejercicio anual. Nadie nos recordaría a todas horas que hay que ser éticos.

Ensamblar en una misma oración ética y beneficios pone en entredicho la propia dimensión ética. El impulso ético debe instaurarse en el comportamiento no porque la ética aporte réditos, sino porque consideramos al otro como un igual que merece el respeto que nosotros nos concedemos a nosotros mismos. Actuar conforme a unos estándares en el que el otro es un fin en sí mismo y no un medio para maximizar la obsesiva cuenta de resultados. Recuerdo haberle leído a Savater que al entrenarse la práctica ética, se renueva el impulso de considerar al otro como un fin y no como un instrumento de nuestros apetitos, sobre todo los crematísticos, añado yo. El pensamiento ético incluye a los demás en las deliberaciones personales y los trata como sujetos poseedores de una dignidad intocable.  Hace unos años en una reputada escuela de negocios de París no tuvieron mejor ocurrencia para estimular el uso del compartimiento ético que llevar a sus aulas a empresarios que habían sido encarcelados por vulnerar la ley. Querían educar ejemplificando las consecuencias de no ser ético y para ello nada mejor que los alumnos lo dedujeran por sí mismos del testimonio de quien lo había padecido en carne propia. Al hacerlo cometían una gigantesca torpeza. Confundían la ausencia de ética con la comisión de un delito.

viernes, abril 25, 2014

Lo inesperado

He empezado a leer la novela El verano sin hombres de Siri Husvedt. Hace dos meses concluí la lectura de su muy lúcido ensayo Pensar, vivir, mirar (Anagrama, 2013). Me resultó revelador y me empujó a reflexionar mucho sobre cuestiones que de otro modo habrían permanecido en mi particular y latifundista limbo. Esta mañana le he leído una idea aparentemente banal, un enunciado de perogrullo que todos asentariamos al escucharlo: «Cualquier cosa puede suceder en cualquier momento».

A mí me gusta subrayar que lo inesperado está esperándonos a cada instante, que lo único cierto es lo incierto, que si quieres que Dios se parta de la risa basta con que un día le cuentes tus planes. Estas certezas traen adjuntada otra que demuestra con dolora transparencia nuestra condición de subalternos. Muchos de los episodios que nos han marcado en nuestra vida podrían no haber acontecido, haber desdeñado nuestra biografía como lugar para recalar y haber elegido aleatoriamente otra. Así de sencillo. No hicimos nada para que ocurriera, ningún merecimiento para convertirnos en acreedores, nada destacable para reembolsarnos un episodio que ahora restrospectivamente catalogamos como cardinal. Ocurrió. Así. Sin más.