Se suele decir e incluso escribir
con una frecuencia preocupante que ser ético proporciona beneficios a largo
plazo. Se promociona la conducta ética señalando su utilidad financiera. Este
tipo de divulgación propone una instrumentalización de la ética, subordinar el
mapa de nuestro comportamiento a la búsqueda del beneficio económico, monetarizar
la mejor forma de relacionarnos con nuestros congéneres y desplegarla no como
una encarnación de nuestra persona en nuestra conducta, sino como una táctica
para aumentar la cuenta de resultados. Aparte de esta institucionalización de
la ética como activo estratégico, defender que la ética proporciona beneficios
es una afirmación muy atrevida. Si la ética aumentara los márgenes de beneficio,
no haría falta implantar ningún manual de buenas prácticas en las corporaciones.
La congénita optimización del lucro llevaría intrínsecamente a una alta
resolución ética, al traer adjuntado, según los prescriptores de esta tesis, un
incremento en el balance del ejercicio anual. Nadie nos recordaría a todas
horas que hay que ser éticos.
Ensamblar en una misma oración
ética y beneficios pone en entredicho la propia dimensión ética. El impulso ético
debe instaurarse en el comportamiento no porque la ética aporte réditos, sino
porque consideramos al otro como un igual que merece el respeto que nosotros
nos concedemos a nosotros mismos. Actuar conforme a unos estándares en el que
el otro es un fin en sí mismo y no un medio para maximizar la obsesiva cuenta
de resultados. Recuerdo haberle leído a Savater que al entrenarse la práctica
ética, se renueva el impulso de considerar al otro como un fin y no como un
instrumento de nuestros apetitos, sobre todo los crematísticos, añado yo. El
pensamiento ético incluye a los demás en las deliberaciones personales y los
trata como sujetos poseedores de una dignidad intocable. Hace unos años en una reputada escuela de
negocios de París no tuvieron mejor ocurrencia para estimular el uso del
compartimiento ético que llevar a sus aulas a empresarios que habían sido
encarcelados por vulnerar la ley. Querían educar ejemplificando las consecuencias de
no ser ético y para ello nada mejor que los alumnos lo dedujeran por sí mismos
del testimonio de quien lo había padecido en carne propia. Al hacerlo cometían una gigantesca torpeza.
Confundían la ausencia de ética con la comisión de un delito.