Obra de Alex Katz |
La generosidad es el
antagonismo del lucro. No puede nunca devenir en una futura
petición de devolución, porque entonces dejaría de ser un acto generoso. Probablemente el impulso último de la generosidad es una reciprocidad no advertida. Ayudo a quien lo necesita para que a mí me ayuden cuando sea yo el
necesitado, aunque cuando se lleva a cabo la experiencia generosa no se reclama
que el favor sea pagado con otro favor. No tengo la menor duda de que este acto de bondad es un
acto de extrema inteligencia. Sin embargo, cuando la generosidad se exhibe se metamorfosea
en ostentación. Es curioso que sea así. La exhibición del acto degrada el acto,
porque toda acción en la que uno procesiona el valor de su acción deviene en
vanagloria. En el ensayo Los
poderes de la gratitud, de la psicóloga francesa y profesora en la universidad de Grenoble-Alpes Rébecca Shankland, se citan
diferentes investigaciones en las que se demuestra que cuanto más elevado es el deseo
de reconocimiento de la ayuda desplegada por el benefactor, más elevada es
la sensación de deuda y menor la de gratitud por parte del receptor. Este hecho avala que la sensación de deuda descansa en la intención del benefactor. Si su intención es instrumental,
nos sentiremos deudores. Si su intención aparece exenta de réditos, nos sentiremos agradecidos. La sensación de deuda punza e
incomoda hasta que no es reembolsada a través de una devolución análoga o
simbólica. Por contra, la gratitud nos dona una agradable placidez que refrenda su
etimología: aquello que nos resulta grato aunque provenga de la ayuda de
otro y que se resuelve con la propia presencia de este sentimiento y su verbalización.
La generosidad se invisibiliza en el círculo del afecto porque se da por hecho que en toda interacción afectuosa
el único interés es ayudar al que lo necesita. Si el afecto es muy extenso y profundo, la
generosidad se difumina y se convierte en amor.
Esta nominación casa perfectamente con la acepción primigenia del
amor, que significaba el cuidado del otro. Amar a alguien era cuidarlo, asistirlo, ayudarlo a amortiguar la vulnerabilidad congénita a vivir. Aunque en la generosidad no se persigue ninguna devolución, en todas las
culturas subyace la ley no escrita de que el favor se paga con otro favor. Hablamos entonces de deuda moral, la
obligación de devolver de algún modo la ayuda depositada en nosotros. A veces el favor no se puede corresponder y entonces la única forma de
recompensarlo es con gratitud. He aquí la centralidad gigantesca de
este sentimiento en la peripecia humana. Ser agradecidos con quien nos trata con generosidad es una de
las últimas islas de resistencia contra el imperialismo de las prácticas
comerciales. La generosidad demuestra que la
pulsión lucrativa no es omnipresente en la vida humana como pregonan insistentemente
algunos credos. El sentimiento de gratitud, que como todo sentimiento no se puede comprar porque no tiene precio, es la forma con la que se compensa a quien nos ha tratado con generosidad. Un acción virtuosa se devuelve con el agradecimiento, que es otra acción virtuosa. Nada que ver con el tintineo de las monedas.
Artículos relacionados:
La bondad es el punto más elevado de la inteligencia.
¿Es posible el altruismo egoísta?
Generosidad y gratitud, islas en mitad de un océano.
Artículos relacionados:
La bondad es el punto más elevado de la inteligencia.
¿Es posible el altruismo egoísta?
Generosidad y gratitud, islas en mitad de un océano.