Obra de Michelangelo Pistoletto |
Un lugar interdisciplinario para el análisis de las interacciones humanas. Por Valle Bilbao.
viernes, marzo 26, 2021
El descanso
martes, marzo 23, 2021
Hacer de la existencia un acto poético
Este pasado domingo se celebró el Día de la Poesía.
Creo que no hay mayor acto poético que vivir
la vida de tal modo que deseemos volver a vivirla. Esta invitación de Nietzsche a no devaluar la vida ni releerla como subalternidad de otra vida es perfecta para explicar en qué consiste inscribirnos poéticamente en el mundo. Existe mucha confusión con la poesía. A mí me encanta repetir un aforismo de Jules Renard en el que se quejaba de
leer versos y versos y versos y sin embargo no hallar en ellos ni una sola
línea de poesía. Octavio Paz también remarcaba esta distinción cuando afirmaba
que hay poemas sin poesía. Pero también ocurre al revés. Hay muchísima poesía
allí donde sin embargo no hay versos ni poemas. La poesía no consiste en escribir unos
versos elegíacos que balsamicen el dolor o cartografíen un alma ulcerada.
El espíritu poético consiste en
abastecerse de una actitud creadora, mirar la existencia como el lugar en el que se
da cita la posibilidad, y hacer de ese espacio y ese tiempo algo tan apetecible que nos fastidie tener solo una existencia por delante.
La palabra poesía tiene su genética léxica en la palabra griega poiesis. Significa crear, componer, adoptar, fabricar. El poeta puede transformar creativamente la realidad, pero también a sí mismo. Ortega y Gasset recalcó que «la vida humana consiste siempre en un quehacer, en una tarea para construir la propia vida». Vivir es un acto constructivamente poético y cada uno de nosotros y nosotras un poeta o poetisa con capacidad de crear belleza al mirar de un modo singular que determine un actuar también singularizado. Se trata de mirar con atención para convertirnos en personas atentas. Cuando estamos atentos es muy fácil advertir que lo más extraordinario se agazapa en lo ordinario del día a día, de que el punto de vista cambia si se cambia la forma de mirar, y que si muda la forma de mirar muda la toma de posición en el mundo. Al convertir la información sensorial en información perceptiva nos posicionamos en el mundo, pero también creamos mundo. Vemos lo que somos, pero también somos lo que vemos al imaginarlo. La poesía es la manera de mirar que ensancha posibilidades. Las cosas sirven para vivir, pero la mirada poética sirve para sentirnos vivos.
Esta mañana explicaba a mis
alumnas y alumnos las diferencias entre individuo (algo indivisible y por lo
tanto único, incanjeable), sujeto (el sustrato que sostiene los cambios) y persona (término derivado de prósopon, la máscara que utilizaban en el
teatro griego para representar un personaje, pero que ahora significa un ser
humano portador de dignidad y por lo tanto acreedor de derechos). Existir es un proceso que como individuos, sujetos y personas nos tendrá
ocupados toda la vida, concretamente hasta que la posibilidad que imposibilita todas las posibilidades deje de ser una posibilidad y devenga en nuestro deceso. Este proceso siempre en continuidad y siempre ubicado en una posición fluctuante consiste en ir dando sentido a la vida con la que nos
encontramos cuando nos nacieron. No es una tarea cualquiera. Es la tarea que al hacerla nos hace, y al
hacernos, la hacemos. Con frecuencia me gusta recordar que somos autores de nuestros propósitos, pero nunca olvido que somos coautores de nuestros resultados. Entre nuestros propósitos y nuestros logros se abren intersticios en los que ocurre la interacción con los demás, la intromisión del mundo, las mediaciones culturales, las restricciones de nuestras condiciones materiales, la relación con las metas y los sueños de los otros, muchas veces en dolorosa incompatibilidad con los nuestros. Rousseau sentenciaba que la
libertad es la obediencia a la ley que uno se ha prescrito. Se puede voltear el
argumento. Cuando uno se desobedece a sí mismo para no quebrantar el proyecto
en el que ha decidido habitarse, está celebrando uno de los actos poéticos por antonomasia. Hacer poesía con su vida para anhelar volver a vivirla.