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Obra de Ivana Besevic
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Cuidar es poner esmero e interés en lo que hacemos para que quede del mejor modo posible. También es
colocar la atención en el otro y ponerla a su disposición para aminorar su adversidad o extender su bienestar. Victoria Camps en su ensayo
Tiempo de cuidados avala esta perspectiva cuando escribe que
«el cuidado consiste en una serie de prácticas de acompañamiento, atención, ayuda a las personas que lo necesitan, pero al mismo tiempo una manera de hacer las cosas, una manera de actuar y relacionarnos con los demás
». José Antonio Marina define
el
cuidado como la actitud adecuada ante la vulnerabilidad de lo valioso.
Resulta sorprendente comprobar cómo lo más valioso es simultáneamente lo más vulnerable, lo más expuesto a quedar maltrecho si nos descuidamos, es decir, si no ponemos la cantidad idónea de cuidado que merece la situación. Los
seres humanos somos vulnerables en tanto que podemos ser heridos. La genética léxica de la palabra vulnerabilidad es inequívoca: es un ensamblaje de vulnus (herida) y abilitas
(posibilidad). Si
nos fijamos bien, no hay criatura más vulnerable que la humana, porque
no solo
nos pueden herir los peligros de nuestro derredor, sino también las
adopciones que tome nuestro propio pensamiento. Nos podemos dañar sobremanera
en nuestra interioridad con la elección de lo que pensamos, lo que pensamos de nuestra persona, y lo que pensamos que los demás piensan de nuestra
persona, sean esos demás parte de nuestra esfera de parentesco, del círculo
de la afinidad, o del ámbito de las interacciones no electivas. Hay que tener mucho cuidado porque somos muy frágiles.
Leyendo el
panorámico libro La revolución de los cuidados de María
Llopis me encuentro con otra definición preciosa de cuidado. «Cuidar es
amar y es el único amor que existe». Unas líneas después la autora agrega que partiendo de esta definición, y desde que materna, le resulta más fácil
distinguir dinámicas disfrazadas de amor romántico, pero que en realidad
carecen por completo de él porque no hay cuidado. Podemos aseverar por tanto que el cuidado es un indicador que desenmascara aquellas relaciones en las que el amor es diezmado o directamente esquilmado. Uno de los más perniciosos mitos del amor
romántico señala que «quien bien te quiere te hará llorar», pero si oteamos esta afirmación con la mirada del cuidado es
sencillo negar su veracidad. La podemos replicar con otra que patentiza la intersección en la que conviven el amor y el cuidado: «Quien bien te quiere respetará tus
decisiones, incluidas aquellas que le harán llorar por contravenir sus planes». Acaba de aparecer una palabra clave en el
diccionario de los cuidados. Respeto. El respeto es el cuidado que ponemos en
la dignidad inalienable de la otra persona. Emmanuel
Levinas defendía que, puesto que el yo está configurado a través
de los vínculos forjados con el otro, estamos obligados éticamente al cuidado
de ese otro. No solo es una prescripción ética, sino ante todo inteligente. Cuidar al otro deviene en autocuidado.
Hace unos días tuve la suerte de que contaran con mi voz y mi mirada en las
Jornadas del Afecto que se celebran en la Universidad Pontificia de Montería
(Colombia). Pronuncié una conferencia cuya idea nuclear expresaba exactamente
lo mismo. El título que se me ocurrió para compendiar mi intervención lo mostraba sin ambages:
«Sin ti no soy yo
».
Obviamente era una variante de ese lugar común que llora que
«sin ti no soy nada
», afirmación con un lugar prominente en los imaginarios afectivos del amor romántico. Este
«sin ti no soy nada
» se suele esgrimir cuando una de las partes quiere anticipar a la otra que devendría en pura
nadería si se diluye el binomio amoroso que conforman. Sé que este tópico se aduce para enfatizar lo crucial de la relación, pero se puede argumentar lo mismo de una manera en
la que el sujeto no quede dolorosamente devaluado:
«Contigo soy más
». Este contigo soy más es el motivo basal de
nuestra interdependencia y su cristalización en el cuidado. Solo al juntarnos aumentamos posibilidades, solo al juntarnos nos mejoramos, solo al juntarnos nos plenificamos. Ahora se entenderá
mejor esa afirmación de Spinoza en la que sostenía que no hay nada más útil
para un ser humano que otro ser humano. O a Hegel cuando enunció que para ser
humano hace falta ser dos.
Al final de la conferencia
Sin ti no soy
yo hubo un entretenido turno de preguntas. En una de ellas me instaron a que definiera el amor. El amor es un término polisémico, pero lo vinculé con el cuidado, que es donde radica verdaderamente
su sentido prístino. El amor es una atención en la que
estamos para el otro, tanto para mitigar su tristeza como para cooperar en la
multiplicación de su alegría.
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Consideración, reconocimiento, amor, ahí está todo.