Obra de Wilhelm Sasnal |
Pensar siempre es decidir,
elegir, decantarse. El filósofo renacentista Pico della Mirandola aclaró que «lo
específicamente humano es la capacidad de escoger». La esencia más constitutiva del ser humano
es la posibilidad de construir su vida de acuerdo a los fines que ha ido
eligiendo para sí mismo. A diferencia del resto de seres vivos, hemos podido
emanciparnos parcialmente del determinismo biológico y crear una segunda naturaleza en la que la biología cede parte del protagonismo a la
biografía. La dignidad emerge precisamente en este exacto punto. Somos seres
autónomos, con capacidad para decidir qué hacer con nuestra vida dentro del amplio margen que nos concede la biología. Es cierto que
existen otros muchos determinismos que mediatizan el periplo vital de una
persona. Resulta tan falaz como arrogante esa afirmación en la que se nos recuerda que somos
los autores de nuestra biografía. Disiento profundamente de esta sentencia que glorifica la autosuficiencia y oculta nuestra condición de seres tremendamente codependientes. Yo defiendo que somos coautores, la obra de nuestra vida está cofirmada, son muchos los elementos que participan en el ser concreto y singular que estamos siendo en este preciso instante. Ahora bien, la parte de autoría (complicado calcular exactamente cuánta) que nos corresponde descansa
sobre la noble idea de libertad. Poseemos dignidad porque tenemos libertad y autonomía para escoger, porque podemos pensar qué opción tomar. Octavio Paz definió la libertad como
la capacidad de elegir entre dos monosílabos, sí o no, aunque la definición me
resulta más intelectualmente completa si agregamos un tercer monosílabo acompañado de su negación,
«no sé». Muchas veces adoptamos una decisión sin tener nada claro si es la más adecuada. No lo sabemos, intuimos que puede ser, creemos que quizá sí sea la más idónea, pero nuestras
dudas nos impiden afirmarlo o negarlo taxativamente, lo mismo que le ocurre al resto de opciones que barajamos. No es que nuestra capacidad de inferir sea deficiente, es que la vida es muy escurridiza.
Pensar se erige así en la
capacidad de discernir sobre una situación para decantarnos por ella o para
apartarla en beneficio de otra que evaluamos más afín a nuestros
intereses. Pensar es una forma de organizar sentimentalmente dentro de nuestro cerebro el mundo que está fuera de él. Aquí tiene un papel
preponderante el andamiaje emocional, el itinerario
sentimental, el entramado afectivo, dimensiones que
nominamos de forma diferente pero que irrumpen de un modo
indisociable. Pensar es constitutivo al hecho
de vivir, a decidir qué hacer y con qué respuesta emocional contestar a la realidad que dialoga con nosotros en todo momento, aunque sólo tomamos conciencia
de ello de vez en cuando, en las encrucijadas o muy palmarias o en las que una mala
elección puede traer aparejado un desenlace indeseable. Decidir a cada instante puede ser una carga muy onerosa, pero se antoja imposible no
hacerlo, sería denegar nuestra autonomía, la dignidad que emana de habernos liberado de una parte del sino biológico.
Estamos decidiendo siempre, incluso cuando uno se deja llevar o fluye sin aparentemente tomar una decisión asertiva. Ser espontáneo requiere mucho entrenamiento, así que esta supuesta espontaneidad resume todas las decisiones que componen nuestro bagaje. Los automatismos nos liberan de una sempiterna participación de la conciencia en las cuestiones más inanes o más frecuentes con las que nos confronta la vida, pero no quiere decir que sea ajena a ellas. Son el resultado de repetir mucho y atentamente instrucciones que ahora se percuten solas. Benedetti animaba a algo tan plausible como «pensar la vida mientras la vivimos», pero su prescripción puede resultar equívoca, puesto que da a entender que se puede segregar la vida del acto mismo de pensarla. Se puede pensar poco, se puede pensar mal, se puede pensar sesgadamente, pero vivir es elegir, pensar es elegir, y vivir y pensar forman una sinonimia irrompible. Pensar es la única manera de entender con más clarividencia lo que nos rodea para vivirlo más nítida y sentimentalmente. Se podría parafrasear el célebre aforismo cartesiano «pienso, luego existo». Propongo este otro mucho más excitante y creativo. «Pienso, luego me vivo».
Artículos relacionados:
Desobedécete a ti mismo para ser tú mismo.
La dignidad no es un cuento, es una ficción.
Educar es educar deseos.
Estamos decidiendo siempre, incluso cuando uno se deja llevar o fluye sin aparentemente tomar una decisión asertiva. Ser espontáneo requiere mucho entrenamiento, así que esta supuesta espontaneidad resume todas las decisiones que componen nuestro bagaje. Los automatismos nos liberan de una sempiterna participación de la conciencia en las cuestiones más inanes o más frecuentes con las que nos confronta la vida, pero no quiere decir que sea ajena a ellas. Son el resultado de repetir mucho y atentamente instrucciones que ahora se percuten solas. Benedetti animaba a algo tan plausible como «pensar la vida mientras la vivimos», pero su prescripción puede resultar equívoca, puesto que da a entender que se puede segregar la vida del acto mismo de pensarla. Se puede pensar poco, se puede pensar mal, se puede pensar sesgadamente, pero vivir es elegir, pensar es elegir, y vivir y pensar forman una sinonimia irrompible. Pensar es la única manera de entender con más clarividencia lo que nos rodea para vivirlo más nítida y sentimentalmente. Se podría parafrasear el célebre aforismo cartesiano «pienso, luego existo». Propongo este otro mucho más excitante y creativo. «Pienso, luego me vivo».
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