lunes, agosto 04, 2014

Escuela de parejas

Escuela de parejas (Ariel, 2012) bien podría ser un manual de pedagogía de la comunicación. Una pareja es una unidad formada por dos personas que mantienen una larga conversación. Si la conversación es de calidad, la pareja prolongará su unión en el tiempo. Si la conversación aparece deshilachada, el destino de la pareja se deshilvanará no tardando mucho. José Antonio Marina arranca este ensayo destinado a padres y docentes con un aserto entre provocativo y solemne. Se enamora la inteligencia generadora, pero acepta el matrimonio (o la unión) la inteligencia ejecutiva. Ya en otros ensayos Marina nos habla de estas dos inteligencias. La inteligencia generadora es un disparador de ocurrencias de la que aún no sabemos cómo las confecciona y produce. La inteligencia ejecutiva es la que somete a inspección esas ocurrencias y les permite saltar a la acción o les deniega el paso. No sabemos por qué nos enamoramos, pero sí podemos saber por qué queremos convivir íntimamente con esa persona. El amor es un deseo  que va acompañado de sentimientos. Marina ha contado en repetidas ocasiones que a sus alumnos del instituto les recuerda que cuando les digan te quiero, pregunten qué quieres hacer conmigo. Quizá la fórmula es abrupta y poco poética, pero evita muchos equívocos, porque te quiero es una consigna muy polisémica que cambia su significado según qué labios la pronuncien.

La convivencia no es el fin que persiguen las parejas, sino el medio para alcanzar la felicidad. Una pareja es la construcción de un proyecto en el que se aunan dos biografías interesadas milagrosamente en la felicidad del  otro.  Kant, a pesar de su sempiterna soltería, lo definió con su habitual precisión: «querer a alguien es tomar como propios sus fines». Inevitablemente en esa aventura surge la paradoja de que las individualidades que forman la dupla sentimental desean mantener con buena salud su cuota de autonomía, pero simultáneamente fortalecer la vinculación con el otro. Articular esta aporía es fuente de conflictos junto con las siempre miserias domésticas, los estilos de comunicación tan distintos entre hombres y mujeres, las fricciones rutinarias, los malentendidos, los celos, la coordinación de intereses, los distintos caracteres de las personas, sus biorritmos,  el repertorio de creencias, las expectativas sobre qué ha de proveer la propia pareja, etc. El día a día nos revela con una brutal sinceridad que una cosa es el amor y otra es la convivencia con la persona que lo ha despertado en nosotros.

Desgraciadamente carecemos de narraciones en las que la vida de pareja salga bien parada. Estamos exhaustos de mitología sobre amores fracasados, sobre infidelidades, sobre la desertización a la que arroja el amor no correspondido, sobre tormentosas y aciagas relaciones, sobre cómo la habituación devalúa el deseo, pero apenas contamos con relatos serios y sancionados por la conciencia colectiva sobre la felicidad diaria que se cuela en parejas que se quieren sin mayor pretensión que ayudar a ser feliz al otro porque eso colabora con su propia felicidad. A esta carencia hay que sumar la exacerbación de la individuación, la pluralidad de modelos, un exceso de posibilidades de elección, la ausencia de grandes relatos sociales que encaucen la vida, la afortunada desaparición de la sanción social en la desvinculación de las parejas, una idea hipertrofiada de la felicidad, una imaginería en torno al amor absolutamente irreal y bobalicona como un cuento de hadas. Todo esto conduce al amor líquido, en terminología del perspicaz Zygmunt Bauman, o a los amores mercuriales en perpetua reconfiguración, en terminología de Marina. De ahí que el auténtico tema de este libro no sea el amor. Es qué hacer para que el amor perviva en el tiempo. Para que el día a día no lo erosione con su incansable dosis de realidad.



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Cuando el amor es líquido, el miedo es sólido.
Del amor eterno al contrato temporal.
 

miércoles, julio 30, 2014

El abuso de debilidad

El abuso de debilidad se produce cuando una persona se aprovecha de otra  gracias a su vulnerabilidad y fragilidad afectivas. Resulta difícil delimitar las fronteras del abuso de debilidad porque en muchos casos el claramente perjudicado da su consentimiento para que el otro ejecute acciones de dudosa licitud. Sin embargo, ese consentimiento puede estar prologado de manipulación o violencia psíquica, y aquí es donde todo el paisaje se llena de niebla. ¿Cuándo es abuso, estafa, timo, engaño, manipulación de la confianza, y cuándo es decisión autónoma, voluntad libre, relación consentida, aceptación nacida de un acuerdo entre iguales, conductas éticamente apropiadas?  El abuso de debilidad y otras manipulaciones (Paidós, 2012) trata de trazar esos limítes y recordar insistentemente que aunque hay situaciones que pueden no ser jurídicamente sancionables, sí se pueden evaluar desde el prisma moral. Su autora es la psicólogo y psiquiatra francesa Marie-France Hirigoyen, conocida por su obra de temática muy similar El acoso moral. El libro se adentra en un primer momento en el análisis pormenorizado del consentimiento (no hay consentimiento válido si se ha dado por error, o si ha sido obtenido con violencia o dolo, es lo que se tipifica como vicio de consentimiento),  la confianza,  la influencia y la manipulación. En el apartado dedicado a reseñar  las más habituales tácticas manipuladoras que el abusador esgrime con su víctima, la autora se ciñe al exitoso libro Pequeño tratado de manipulación para gente de bien (que reseñé en el blog de ENE Escuela de Negociación hace ya unos años) de los también franceses Robert-Vincent Joule y Jean-Léon Beauvois. 
 
Una vez cartografiado el mapa de la influencia nos habla de las víctimas potenciales para los depredadores, que suelen posar su atención en personas mayores, discapacitadas,  menores,  hijos (sobre todo en situaciones de divorcio), gente secuestrada por inmadurez o carencias afectivas. Esta fragilidad en la dimensión sentimental es el ángulo de ataque del abusador, el tendón de Aquiles de las víctimas para ser más fácilmente sojuzgadas. Entre los impostores encontramos mitómanos (mentirosos compulsivos con necesidad de ser admirados), seductores, timadores (muchos de ellos agazapados en el tuétano de las entidades financieras), perversos narcisistas (muy taimados y calculadores), paranóicos (que actúan más por coacción que por manipulación). Todos ellos se dedican al sometimiento psicológico y la vampirización de su víctima. El último capítulo del libro es desolador. La autora defiende que los valores imperantes en el contemporáneo tejido social facilitan el abuso de debilidad. La exención de responsabilidad personal delegada en los demás o diluida en los factores ambientales, la pérdida de límites, la dificultad para articular bien la vida pulsional, la vehemencia de la gratificación instantánea que incentiva el fraude y el atajo,  la inseguridad y el miedo provocados por la crisis económica y financiera, la consiguiente desconfianza en nuestros iguales, exacerban nuestra condición de seres frágiles y demandan una mayor presencia de autoridad pública. La autora advierte del peligro que supone la inflación del Derecho cuando sustituye el necesario control interno de cada uno de nosotros. Un semillero para abusadores.

lunes, julio 28, 2014

El malentendido



Muchas veces no tenemos ni idea de cómo interpretarán nuestras palabras las personas a las que van destinadas. Más que escuchar, los demás interpretan la información que peinan sus ojos y recogen sus tímpanos. De ahí que en muchas ocasiones nos quedemos perplejos, u horrorizados, cuando descubrimos cómo los demás aprecian cuestiones relacionadas con lo que acabamos de decir que no podríamos ni tan si quiera imaginar. Esta deriva hay que tenerla siempre muy presente, hablar asumiendo este riesgo. Lo relevante en la acción comunicativa no es lo que decimos, es lo que interpretan quienes nos escuchan. Muchas veces esa interpretación intoxica el discurso, lo contamina de ruido, lo metaboliza surrealistamente, coloca una lente de aumento en el punto exacto donde para nosotros las palabras cobran menor importancia o un mero papel decorativo. Si Kant afirmaba que «vemos lo que somos», podemos agregar que a menudo escuchamos lo que previamente creemos que nos van a decir. Es el festín de la tergiversación.

Es cierto que uno sólo es responsable de lo que afirma, no de lo que interpretan los que le escuchan, pero cuando hay desajustes severos en los significados que se comparten tarde o temprano uno acaba damnificado. Afortunadamente existen herramientas para saber si hay ligazón entre lo que decimos y lo que los demás creen que hemos dicho. Quizá la más efectiva sea el feedback, preguntar por nuestra información para saber cómo ha sido absorbida por nuestro interlocutor. No se trata sólo de hablar de un modo nítido y preciso, de que las palabras tracen la geografía exacta de su significado, sino de preguntar para averiguar si nuestro relato ha sido encauzado en la dirección adecuada. Formular una pregunta a tiempo puede evitar la emergencia de una comprensión extraviada y una conclusión desatinada. Una información oblicua que no se aclara en el momento de ser recibida tenderá a desplazarse con toda su fuerza hacia el epicentro del malentendido para después instigar el equívoco y su efecto de cascada por todo el territorio de la comunicación. Si la información es rica y la atención es pobre, se incrementan peligrosamente las posibilidades de que la información sea filtrada, enjuiciada, valorada y empaquetada en significados de forma errática. Para guiar correctamente la inevitable interpretación que padecerá nuestro relato podemos solicitar a nuestro interlocutor su participación: «Resúmeme lo que te he dicho para saber si lo que has entendido es congruente con lo que te dije». Es una petición aparentemente jeroglífica, pero muy eficaz para sortear equívocos. No es necesario enunciarla exactamente así, sino que signifique exactamente eso. Pruébenla.