Leer puede ser un placer, pero sobre todo es
una necesidad social. Nos relacionamos con los demás y con nosotros
mismos a través de palabras. A pesar de esta certeza, leer empieza a
convertirse en un maravilloso acto de
disidencia. En un mundo alérgico a la lentitud, la pausa y reflexión que
requiere la lectura ilustrada es una burla a la lógica de la vida
contemporánea sobrecargada de horarios y tareas. Leer se eleva al rango
de hito transgresor. Cuando utilizamos el verbo «leer», en realidad
estamos refiriéndonos a «charlar privadamente con mentes privilegiadas
que nos ofrecen lo mejor de sí mismas de forma ordenada».
La cultura, y con especial protagonismo los libros, no es otra cosa que el legado que la humanidad nos presta para que hagamos del mundo un lugar más pequeño y de nuestra cabeza un sitio más grande. Es un acto de infinita gratitud por parte de los autores. Es un lujo que gente pertrechada de conocimiento y destreza en el arte de coagular tinta te ofrezca por escrito todo lo que ha descubierto. En el nuevo mundo inaugurado por las tecnologías de la información y la comunicación se divide a las personas en aborígenes y emigrantes digitales. Yo soy menos sofisticado. En la vegetación social se está abriendo una sima cada vez más abismal entre los que leen ilustrada y asiduamente y los que no. Hay que leer no porque sea un placer (que para muchos no lo será) sino porque nuestro cerebro posee estructura lingüística. Somos lo que sabemos expresar porque la narración en la que se edifica nuestra persona está construida de palabras. La mejor convivencia que podemos entablar con ellas es a través de la lectura. Feliz día.
La cultura, y con especial protagonismo los libros, no es otra cosa que el legado que la humanidad nos presta para que hagamos del mundo un lugar más pequeño y de nuestra cabeza un sitio más grande. Es un acto de infinita gratitud por parte de los autores. Es un lujo que gente pertrechada de conocimiento y destreza en el arte de coagular tinta te ofrezca por escrito todo lo que ha descubierto. En el nuevo mundo inaugurado por las tecnologías de la información y la comunicación se divide a las personas en aborígenes y emigrantes digitales. Yo soy menos sofisticado. En la vegetación social se está abriendo una sima cada vez más abismal entre los que leen ilustrada y asiduamente y los que no. Hay que leer no porque sea un placer (que para muchos no lo será) sino porque nuestro cerebro posee estructura lingüística. Somos lo que sabemos expresar porque la narración en la que se edifica nuestra persona está construida de palabras. La mejor convivencia que podemos entablar con ellas es a través de la lectura. Feliz día.