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| Obra de Maria Svarboba |
Hannah Arendt acuñó el sintagma la banalidad del mal. En el juicio al gerifalte nazi Adolf Eichmann se horrorizó al constatar que esa banalidad nacía del incuestionamiento ético, hallazgo que le apremió a sentenciar que «la irreflexión crea las condiciones para el mal». Esta afirmación guarda concomitancias con una de sus frases más célebres: «No hay pensamientos peligrosos, pensar es peligroso de por sí» (añado que ese pensar es temible para el credo totalitario, siempre alérgico a la polifonía humana y a admitir la variedad de cosmovisiones). Es fácil reformular esta máxima y aproximarla a la idea central de este artículo: «Hay pensamientos peligrosos, pero no pensar es más peligroso que todos ellos juntos». La irreflexión supone cancelar el discernimiento de lo justo y lo injusto, lo deseable y lo indeseable, lo conveniente y lo inconveniente. Es una estrategia complaciente para no enfrentarse a la responsabilidad de acotar el significado moral de una acción, una ignorancia voluntaria para eludir el posicionamiento ético y la incomodidad de asumir que acaso se está viviendo una profunda disonancia. La mirada acrítica desconsidera el ejercicio de estratificar valorativamente las acciones que conforman la experiencia humana. Para prosperar en este cometido es de inestimable ayuda un lenguaje aséptico que altera la percepción para instar a las personas a la dejadez crítica. Igual que no hay que hacer nada para que un mal hábito se cronifique en nuestro comportamiento, a la irreflexión le ocurre lo mismo. Basta suspender el ejercicio reflexivo para convertirnos en personas colaboradoras de lo injusto.
En el capítulo escrito por Sebastian Dieguez para el ensayo Psicología de la estupidez, se resume muy bien cómo se forja el pensamiento irreflexivo y cómo se parapeta de cualquier inspección crítica: «la estupidez es la pasión tautológica por lo mismo». La única manera de argumentar una estupidez es repitiendo el contenido de la estupidez. La irreflexión sustituye el pensamiento por la creencia y concede un elevado rango epistémico a la subjetividad. Al irreflexivo le basta con afirmar algo para que le parezca razonable, puesto que lo afirma él. Es un mecanismo cognitivo en el que lo que una persona cree se convierte en verdad simplemente porque lo cree así. Esta es la descripción exacta de la posverdad y no esa otra que lo empareja con la naturaleza del bulo. En la posverdad la opinión personal crea los hechos, y no los hechos la opinión. Sebastian Diegue sintetiza esta subversión epistémica en una fórmula que desafortunadamente empieza a ser frecuente en nuestra manera de relacionarnos irreflexivamente con el mundo: «Si no estoy de acuerdo con algo, es prueba de que es falso, o no me concierne». En La vacuna contra la insensatez José Antonio Marina defiende que «si negamos la posibilidad de argumentar y nos encerramos en nuestras certezas privadas, quien acabará zanjando cualquier problema será la fuerza».
Pensar es poner precisión en la imprecisión, cuidado en el descuido, atención en la desatención, evidencia en la latencia, claridad en la oscuridad. Nos volvemos reflexivos cuando sometemos nuestros pensamientos al escrutinio de la racionalidad y la evaluación ética y podemos dar razón de su resultado. Amador Fernández-Savater, en el prólogo al libro de Marcuse Eros y civilización, da en la clave: «Solo Eros (y no logos) puede sujetar a Tánatos». Sólo poniendo la bondad, la generosidad, la benevolencia, la humanidad en el centro de la reflexión se pueden trazar proyectos plausibles. Si la racionalidad adviene desprovista de cuidado y responsabilidad por la suerte de los demás, es susceptible de alumbrar escenarios horrendos. El ser humano es el ser capaz de cometer inhumanidades estimadas muy racionales cuando la figura del otro desaparece de las deliberaciones, o si aparece en ellas de un modo deshumanizado, cosificado o restringido a víctima expiatoria. Toda reflexión investida de fines éticos guarda aspiraciones de validez universal. La irreflexión y el entumecimiento imaginativo que trae anexado se contentan con satisfacer la aspiración personal.
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