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martes, abril 18, 2023

La auténtica brecha es la brecha lectora

 Obra de Mónica Castanys

Creo que no somos lo suficientemente conscientes de la suerte que tenemos los seres humanos de haber inventado la escritura y un lugar donde depositarla. En su último ensayo Emilio Lledó susurra que «el ser se hace ser humano por las palabras que es capaz de entender, de sentir y de comunicar». Las palabras no solo designan el mundo, también lo generan cuando lo declaran, y lo abren a la posibilidad cuando lo piensan críticamente. Esta capacidad performativa del lenguaje debería bastar para acudir a la lectura con avidez, porque es en la lectura donde nos amistamos de un modo profundo con el latido creador de las palabras. Leer guarda muchas finalidades, pero sobre todo sirve para algo tan elemental como hablar y expresarse bien, que es el modo en que nos tornamos visibles para los demás. La insistente brecha digital es una imperceptible línea si la comparamos con la brecha lectora, la sima que se abre entre quienes leen con placentera frecuencia y quienes no. Basta trabar un pequeño diálogo durante unos minutos con una persona para advertir si es lectora, o no. Quien lee esgrime un vocabulario más opulento y pormenorizado, una sintaxis mejor confeccionada, enarbola mejores ideas, avala su pensamiento con el pensamiento de autores con quienes ha conversado mientras los leía. En la civilización digital se magnifica la posibilidad de disponer de cualquier información a la distancia de un clic, pero tener acceso al conocimiento pantallizado deviene accesorio si a quien lo lee le resulta ininteligible.  Leer es un acto generativo de esquemas de percepción lingüística que facilitan la comprensión y por lo tanto nuestra inscripción en el mundo. Como cualquier actividad que consiste en hacer, aprender a leer se aprende leyendo. 

Leer nos pone en contacto con el capital cognoscitivo de personas que escapan a nuestra esfera de actuación. Es un ejercicio maravilloso para agregar a los demás en los diálogos privados que entablamos con nuestra interioridad. Leer es entrar en contacto con una pluralización de perspectivas. El relato en el que uno se cuenta cómo le van las cosas se enriquece cuando se conoce el relato de cómo le van las cosas a personas muy diferentes a la suya. En realidad las personas no leen, se leen a través de lo que leen, y mientras se leen se configuran al plasmarse en una narración. Los nexos lingüísticos adquieren matices cuando leemos a personas que atesoran la capacidad de convertir en palabra la rica polifonía de la experiencia humana. La lectura absorta y reflexiva deviene en una excursión a los matices que sortean la torpe simplificación de la vida. Sedimentamos nuestra experiencia registrándola en palabras que elegimos entre un amplio repertorio de ellas que articulamos en forma de relato mental. Cuanto mejor nos llevemos con ellas, mejor ordenaremos, interpretaremos y detallaremos las entrañas de nuestro mundo afectivo y cognitivo. He aquí la explicación de por qué leer es sinónimo de ser. 

La lectura se yergue en proveedora de herramientas lingüísticas con las que vertebrar la realidad y nuestra condición de seres narrativos atravesados de afectos, cognición y mundo desiderativo. Leer sirve para la rearticulación de nuestra subjetividad y para vincularla bien en el espacio compartido, que es un espacio empalabrado. Narrarnos bien como individuos y como comunidad es el primer paso para intentar que el mundo sea un lugar más amable. Ahora bien, igual que antes se afirmó que el animal humano no sería humano si no tuviera lenguaje, hay que añadir que hubiera limitado mucho la capacidad transformadora del lenguaje si, a pesar de emitir sonido semántico, no hubiera ideado un receptáculo en el que guarecerlo del olvido y de la erosión de la oralidad. El libro fue la fascinante ocurrencia que se nos ocurrió para preservar al resto de ocurrencias de la desmemoria. Cada vez que sostengo un libro en mis manos me maravillo de su perfección, y siento que posee una irradiación civilizatoria similar a la que proporcionó la domesticación del fuego, la creación de la rueda, el hallazgo del diálogo como estructura para concordar los disensos. Este próximo domingo es su día, el Día del Libro. Celebremos esta prodigiosa invención como realmente se merece.