Obra de Marcos Beccari |
Una mentira es
un enunciado en el que se distorsiona la información aderezándola de ficción,
o se omiten parcialmente datos nucleares. Se profieren mentiras con el fin de manipular la
intención del interlocutor y conducirla hacia una dirección concreta. No es excesivamente complicado vislumbrar los límites fronterizos que separan la manipulación de la
persuasión y la argumentación. Si nuestro interlocutor
tuviera en su poder toda la información que sin embargo le hemos
escamoteado o le hemos tergiversado con recursos imaginativos, adoptaría otra decisión. Este es el motivo de manipularlo. El estudioso de la
argumentación Philippe Breton confirma esta finalidad taimada en Argumentar en situaciones difíciles: «La
manipulación es una violencia que priva a sus víctimas de capacidad de elección». En
el ensayo El triunfo de la inteligencia
sobre la fuerza expongo que «la manipulación demanda los mismos
fines que la persuasión, pero jugaría con la opacidad de la intención última
por la que se desea influir». Cuando desde hace un tiempo se habla de la posverdad (fue elegida la palabra del año en 2016) y se la
cataloga como manipulación, estamos cometiendo varias inexactitudes. La
posverdad no es una astucia manipuladora, un ardid maquiavélico, una martingala habitual en la arena política. Es una forma de mirar y sondear
discursivamente lo mirado para que encaje con lo sentimentalmente deseado. Es algo mucho más grave que manipular.
La posverdad no radica en el despliegue de una mentira, aunque se estimula con el concurso de falacias. La posverdad es una predisposición cognitiva y afectiva en la que los datos objetivos poseen menos peso epistémico que la opinión y los sentimientos inducidos por la información mendaz. Los sentimientos y su constelación cognitiva (afectos, creencias, opiniones, argumentos, prejuicios, deseos) se yerguen en criterios de legitimidad, aunque luego los hechos auditados por la evidencia experimental los pongan en cuestión, o directamente los desmientan. Si la realidad y nuestras ideas preconcebidas entran en conflicto, siempre tendrán mayor validez nuestras ideas y los correlatos afectivos que exhalan de ellas. Para no caer en contradicción, asumiremos que la realidad presentada es fruto de artimañas confabuladoras con las que intentan embaucarnos, artificios para invalidar la verdad que nos ha comunidado nuestro corazón con su voz infalible, puesto que según confirma el refranero el corazón nunca yerra. La construcción subjetiva alberga mayor incidencia tanto en la organización del imaginario como en la economía conductual que la cadena de hechos probados. Ortega y Gasset escribió que en las creencias se habita y en las ideas se piensa. La posverdad es una manera de habitar el mundo desautorizando aquello que pueda sancionar nuestras creencias. Es una atrofia del pensamiento, que mantiene consanguinidad con el dogmatismo, el prejuicio, el fundamentalismo. Es la opinión y sus edulcorantes sentimentales desmeritando cualquier hecho que los contradiga.
En la
posverdad el manipulado se automanipula, lo que supone una sofisticación con
respecto a las estratagemas de los relatos publicitarios o de las arengas partidistas. Ignoro si existe el
término, pero cuando uno se manipula a sí mismo con el fin de que la realidad se
ahorme a sus opiniones, y no al revés, está llevando a cabo una técnica
de automanipulación. A través de la distorsión o la ocultación de información
se generan sentimientos que luego resultan muy difíciles de revocar con datos
perfectamente contrastados. Igual que en una disonancia cognitiva
alteramos el pensamiento o la interpretación de la realidad con tal de no
pillarnos en falta, en la automanipulación modificamos la lectura de la realidad para que la
creencia y sus irradiaciones sentimentales sobrevivan a cualquier objeción. Su
operatividad replica la del prejuicio. Una vez instaurado el prejuicio en
nuestra cognición solo percibimos aquello que valida el propio prejuicio, y desdeñamos
aquello que lo desdice. La mediación digital contemporánea es muy propiciatoria para estimular
y adscribir estos criterios de verificación, que además se enraízan con fuerza en los
imaginarios gracias a los filtros burbuja del mundo pantallizado y al falso consenso que provocan.
En Puntos ciegos, ignorancia pública y conocimiento privado, el profesor
Fernando Broncano se refiere a la posverdad como indiferencia a la verdad,
término mucho más acertado que el a veces sinónimo «mentira emotiva».
En la posverdad la verdad es irrelevante. Lo sentido se ubica epistémicamente
muy por encima de lo verificado. Bienvenidas y bienvenidos al deceso de la
evidencia y la demostración. Bienvenidas y bienvenidos al funeral de la ciencia.