La alegría documenta
nuestra afirmación a la vida. Es el sentimiento que aflora cuando la realidad se
pone de acuerdo con nuestros propósitos y se aviene a llevarlos a cabo. Cuando ponemos todo nuestro denuedo en esa dirección reclamamos
que la vida nos debe algo y fijamos todo nuestro empeño para que nos lo
reembolse. Desbordamos alegría no solo cuando culminamos estos procesos,
también cuando los desempeñamos y estimamos que tendrán el punto final o el
punto y aparte que hemos soñado para ellos. Somos sujetos con agencia, con capacidad de autodeterminación, y la alegría
adviene cuando la realidad colabora a articular el discurrir de nuestra vida conforme al dictado de nuestros intereses. Extraña que cuando la alegría se
manifiesta relumbrante y poderosa recurra a las lágrimas que, sin embargo, suelen erigirse en
la representación más fidedigna de toda persona azotada por la desventura y la desazón. Cuando nos
asola la pena no reímos ni emplazamos una sonrisa en el rostro. En
cambio, cuando la alegría destella intensamente nuestro cerebro se toma la
libertad de regar con lágrimas la comparecencia de tanto júbilo. Es un evento humano fascinante, porque en el alfabeto sentimental las lágrimas parecen patrimonio privativo de la tristeza, y sin embargo también asoman cuando la alegría deviene honda e inmensa. Cuando «la emoción nos embarga».
Afirmar que una emoción intensa nos embarga es muy ilustrativo. Embargar significa dominar, paralizar, apoderarse, pero también confiscar, incautar, requisar. Cuando una emoción nos embarga se apodera de nuestra persona, nos desposee momentáneamente de ese control inhibitorio que la mayoría de las veces suele evitar que el flujo emotivo se exteriorice y se derrame. Sin embargo, si hay excedente emocional, lloramos impulsivamente para desaguarlo y volverlo a encauzar. La inaprehensibilidad de la vida queda atestiguada en el desbordamiento involuntario de estas lágrimas. Cuando lloramos de alegría una simultaneidad de narrativas engarza historias, significados, referencias, valoraciones, cronologías, biografías, visiones panorámicas, entrecruzamiento de vidas e ideas. El conocimiento de las significaciones que se entretejen en la situación dada inspira esa alegría que humedece los ojos. Todos los sentimientos poseen su correlato somático, y en este caso al impulso energético del cuerpo y la luminosidad de la cara se le une la acuosa llegada de las lágrimas. El conocimiento transfigurado en aprendizaje permite detectar, codificar, juzgar, categorizar, expresar y reintegrar lo que nos sucede mientras nos está sucediendo. Llorar de alegría es el resultado de sofisticados ejercicios valorativos plenamente internalizados. Detrás de esas lágrimas que rocían la mirada hay una narración que relata hechos plausibles, encomiásticos, personales, vivenciales, nociones muy sutiles pero de una complejidad máxima para contornear nuestra biografía.
Lloramos de alegría cuando coronamos algo que nos apasiona y que ha supuesto derribar adversidades y contratiempos, esos embates con los que la vida desobedece nuestras pretensiones y reafirma su indomabilidad. El logro que nos saca lágrimas de alegría no necesariamente es personal, su titularidad puede pertenecer a otra persona con la que nos anuden nexos afectivos, de lo que se desprende que las personas estamos dotadas del sentimiento de la compasión, sentir alegría porque nos reconforta la alegría de la persona próxima y nos entristece su tristeza, su dolor, o su sufrimiento. Pero también pueden ser logros vicarios, celebraciones de creación colectiva que refrendan identidades, caracteres, afectividades, formas de entender, sentir y acomodar la existencia, y que refrendan con su presencia que la satisfacción de vivir se multiplica al compartirse.
Otro motivo de estas lágrimas jubilosas sucede ante la contemplación de lo
bello. La mirada no es un receptáculo en el que depositamos la belleza del exterior,
sino el sumatorio de complejas operaciones de significado y sentido que
otorgan valor a lo observado (un paisaje, una obra artística, un trabajo creativo, una gesta deportiva, o el
comportamiento de un semejante) enalteciéndolo estética y axiológicamente. La belleza es una asombrosa creación de la inteligencia por la que percibimos en el exterior todo un conjunto de narrativas semánticas atesoradas con cuidado y aprecio en el interior. Hay que apresurarse a añadir que asimismo lloramos cuando el caudal de la risa inunda todo nuestro ser. Una sobreexposición de hilaridad nos arrebata lágrimas que acompañan nuestras carcajadas, o las soltamos ante la exposición de
una inteligencia jocosa con capacidad de releer las cuestiones desde
ángulos imprevistos y desternillantes. Quien intelige que lo valioso está en todas partes con tal de saber mirar propende a llorar de alegría más a menudo. Llorar de alegría respalda que la alegría es el fin último por el que los seres
humanos no cejamos de hacer cosas. y que su amistad precisa aprendizaje y práctica. Llorar de alegría es una manera silente de decir sí a la vida.
Artículos relacionados:
Más atención a la alegría y menos a la felicidad.
Alegrarse de la alegría del otro
Conócete a ti mismo para que puedas salir de ti.