Face, de Vianey |
En uno de los pasajes del revelador y recientemente publicado ensayo Capitalismo canalla, su autor, el
profesor de Sociología de la Complutense César Rendueles, afirma que la lógica
de subordinación y algunas de sus propensas conductas de humillación que se toleran en los lugares de trabajo serían impensables en
cualquier otra parcela de nuestra vida. La explicación de esta tolerancia es muy sencilla. Al no tener otra
alternativa de subsistencia que la asalariada, y comprobada la brutal carestía de empleos y la masiva demanda de ellos, aceptamos en los dominios
laborales abyecciones cotidianas destinadas a magullar nuestra dignidad con tal de
mantener el puesto de trabajo. En la literatura de la negociación esta situación se denomina negociación desigual, nacida de una paupérrima capacidad de presión sobre la contraparte. Pero yo quiero colocar la lente reflexiva en otro ángulo de observación. La pregunta que a mí me borbotea en un escenario así es por qué alguien desde
el blindaje de la jerarquía sojuzga a un semejante. Desde visiones
éticas es algo no sólo reprochable, sino incomprensible. En el aforismo 135 del libro Aflorismos, Carlos Castilla del Pino explica por qué lacerar
la dignidad del otro es atentar contra la propia: «Respetar al otro es
respetarse. No hay manera de sentirse digno faltándole al respeto a alguien. Porque
el otro soy yo, no por consideraciones morales sino porque, de hecho, ese otro
es el que me hace ser. En suma, el otro no es ni siquiera mi prój(x)imo: soy,
en parte, yo». De este modo degradar al otro es degradarme a mí. Más degradación todavía si me aprovecho de
un contexto de vulnerabilidad y sumisión en el que mi conducta ominosa no puede ser objetada por quien la padezca.
Casualmente la semana pasada leí
en las páginas de Ciencia del diario El País una entrevista a Michael Tomasello. Se
trata de un investigador norteamericano y profesor de Antropología cuyo ensayo Por qué cooperamos a mí me ayudó mucho para el proyecto educativo Pedagogía de la cooperación. En la entrevista le preguntaban por qué, aunque seamos
cooperadores y competidores simultáneamente, muchas personas no se preocupan de
tratar a los demás de un modo justo. La respuesta de Tomasello fue muy
perspicaz: «Eso puede suceder, sí. Otra forma de pensar sobre ello es fijarte
en cómo tratan a sus amigos y su familia. Incluso gente que es muy competitiva
en otros contextos, como en los negocios o donde sea, son muy generosos en su
entorno de amigos y familia». Surge aquí otra pregunta inevitable. ¿Cómo es posible
que alguien pueda ser en unas situaciones tan amable y ser luego tan despiadado
en otras? La respuesta de Tomasello es de una sencillez parvularia: «Lo que
pasa es que estas personas juzgan de manera distinta qué condiciones aplican a
las personas que pertenecen a su grupo y a las que no».
En esta respuesta se encierra la perentoria necesidad de educarnos en aspectos cardinales vinculados a las Humanidades. Necesitamos tomar conciencia de que todas las personas
formamos parte de un mismo y mancomunado proyecto. Hemos advertido que convivir es mucho más enriquecedor que simplemente vivir. Hemos querido dejar
deliberadamente atrás la selva y civilizarnos al considerarnos sujetos valiosos
y por tanto acreedores de una dignidad cuya validez descansa en que todos la
consideremos recíprocamente intocable e inalienable. Deberíamos tratar al otro
con la misma consideración que solicitamos para nosotros porque el otro también
somos nosotros (puesto que con él compartimos la ficción malabar de la dignidad y nos
necesitamos mutuamente para convertirla en real). El respeto que el otro muestra
por mi dignidad y yo por la suya hace que la dignidad deje de ser una ficción y
se convierta en un valor que dirige y eleva nuestra conducta. Si se extingue la conciencia
de interdependencia, si suprimimos la vinculación afectiva o la capacidad empática
con quienes no compartimos proximidad física, si no sentimos que los fines de
los demás son mis propios fines y viceversa, si nos sentimos inconexos del
contrato social y ético que es la convivencia, es muy sencillo caer en
la inercia de humillar al otro y cosificarlo como medio para nuestros
intereses. Pero si fortalecemos la
conciencia de un proyecto compartido llamado Humanidad, se incrementan
mágicamente las posibilidades de ver en el otro una prolongación de nosotros
mismos y de comportarnos conforme a ese hallazgo. A todos nos
atañe fomentar unos escenarios u otros sabiendo qué consecuencias traen
anexionadas. O colaboramos con el macroproyecto o lo saboteamos. No hay más opciones para nuestro comportamiento.
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