Obra de Duarte Vitoria |
Teniendo en cuenta este andamiaje de
definiciones, quizá ahora podamos desentrañar qué es la deferencia. Comparto
aquí mi propia definición: «La deferencia es la conciencia sedimentada en
conducta de que el otro posee un patrimonio de valor positivo en una cantidad
como mínimo igual a la que yo solicito para mí». De ahí que la deferencia sea
un comportamiento de consideración hacia el otro o, mejor todavía, hacia el
amor propio del otro, o, siendo más preciso aún, hacia la cara del otro. Goffman traza dos direcciones de la
deferencia: una en sentido positivo y otra en sentido negativo. En mi
definición anterior yo señalo la positiva, pero la negativa guarda mucha más
centralidad en las interacciones. La deferencia negativa es no lastimar la
sacralidad del otro con un puñal verbal o conductual cuando su comportamiento sin embargo nos ha puesto fácil que la sajemos de un tajo. Vemos en el otro la debilidad humana de la que nosotros también estamos constituidos y en vez de conducirnos por la filogénetica reciprocidad y la apetencia pulsional de cobrarnos el Talión se despierta la motivación sentimental de la piedad. Probablemente nos hallemos en el momento más culminante de respeto a una persona, y por extensión al acontecimiento cotidiano de irnos humanizando. Después de haberlo estudiado tanto, no tengo la menor duda de que el sentimiento de la compasión posee un protagonismo absoluto en este instante radicalmente humano.
No
se trata de desatender la reprobación de una mala conducta, o de silenciar una crítica si el otro la merece, o de acallar una
disensión en un escenario de disparidad de puntos de vista, sino de no rellenar ni la apreciación ni la crítica ni la disensión con expresiones afiladamente lacerantes por muy merecedor que sea de ellas nuestro destinatario.
Dicho de una manera muy coloquial, la deferencia en su punto cenital se traduce en no hacer leña del árbol caído. Goffman
codifica el refrán con el nombre más académico de «rito de evitación», es decir, «no violar la esfera ideal del otro». No herir al otro cuando sería muy sencillo infligirle daño severo es ser deferente en su dimensión
negativa, que es una deferencia mucho más elevada aún que en su dimensión positiva (solidificada en los ceremoniales del elogio, la gratitud o en líneas de acción que conllevan recompensa para el otro). En la deferencia negativa descansa la consideración,
no solo al otro, sino también a nosotros mismos. Goffman señala que la mejor
manera de preservar el amor propio entendido como autorrespeto y como la concentración de la dignidad que toda
persona posee por el hecho de ser persona, es preservar el amor propio de los
demás. «Sobre todo cuando es muy fácil y muy tentador hacerlo añicos», agrego yo.
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