José Miguel Valle es filósofo y docente. Se dedica a
investigar de forma independiente las interacciones humanas. Es autor de los ensayos La capital del mundo es
nosotros, La razón también tiene sentimientos, El triunfo de la
inteligencia sobre la fuerza, y Acerca de nosotros mismos. También
ha escrito el relato de no ficción Rock & Ríos. Lo hicieron
porque no sabían que era imposible. Todas las semanas escribe en su
blog Espacio Suma NO Cero. Coincidiendo con el Día del Libro publica Leer para sentir mejor (Editorial Alvarellos), un ensayo en edición tetralingüe en el que aporta
reflexión sobre el papel del libro y la práctica lectora.
Entrevista realizada por Eimi Gond Dasein
Me gustaría empezar preguntándote cómo te surge
escribir este libro
La génesis de este libro pertenece al dominio de los
imponderables, a esas cosas que ocurren sin que se puedan vaticinar. La
Asociación Galega de Editoras contactó conmigo para que pronunciara la
conferencia clausural de su último Simposio celebrado en Santiago de
Compostela. Uno de los editores presentes me planteó que podía ser una buena
idea trasladar a lenguaje escrito lo que había compartido desde la oralidad con
el fin de depositarlo en un libro. Acepté su propuesta.
Es decir, ¿tu conferencia la reescribes como libro?
Qué va. Cuando acepté el ofrecimiento decidí ir un
poco más allá. En vez de transcribir literalmente la conferencia, que se había
grabado, le comenté al editor que prefería basarme en el pequeño esquema que
había utilizado en mi exposición y ponerme a desarrollarlo con la hondura y la
exactitud conceptual que proporciona la escritura. Si normalmente elaboro mis
conferencias extrayendo ideas diseminadas en mis ensayos, este ensayo ha nacido
de las ideas que vertebraron una conferencia. Me ha encantado invertir el
proceso creativo.
¿Por qué escribes sobre la lectura cuando
habitualmente tus ensayos tratan sobre las intersecciones humanas?
Te confesaré un secreto. Siempre acabo escribiendo el
mismo libro, lo que ocurre es que los titulo de manera diferente.
Me cuesta creerlo.
Evidentemente no es así, aunque tampoco hay mucha
hipérbole en mi afirmación. La lectura como proveedora de herramientas
lingüísticas con las que organizar la realidad, nuestra condición de seres
narrativos, el lenguaje como nutriente natural del cerebro, el yo como el
resultado de una ilación semántica y relacional, son temas que llevo abordando
desde hace años.
Por supuesto este libro es una apología de la lectura,
pero también lo es de la imaginación, la inteligencia, la capacidad compasiva,
la elaboración de horizontes posibles, la incorporación del otro como elemento
nuclear del mundo ético y deliberativo, la inmersión en la biodiversidad
humana, es decir, hablo del acceso a la otredad que facilita la lectura absorta
y pensativa. Leer nos pone en contacto con las ideas y los sentires de personas
que escapan a nuestra esfera de actuación. Es un ejercicio maravilloso para
agregar a los demás en los diálogos que entablamos con nuestra interioridad.
En una parte del libro hemos leído que reivindicas el
poder de la palabra.
Existe una dolorosa recensión de vocabularios
afectivos, de lenguaje destinado a romper la inexactitud de los sentimientos de
apertura al otro, por emplear terminología acuñada en mis ensayos. Creo que
desestimamos el poder transformador del lenguaje. Las palabras no solo designan
el mundo, también lo generan cuando lo declaran, y esta capacidad performativa
debería bastar para acudir a la lectura con avidez, porque es en la lectura
donde nos amistamos de un modo profundo con el lenguaje. Los nexos lingüísticos
adquieren matices cuando leemos a personas que tienen la capacidad de convertir
en palabra la pluralidad de la experiencia humana.
También te manifiestas muy crítico ante el eslogan
«Leer es un placer».
Para quien tiene adquirido el hábito, leer sí es un
placer, por supuesto. Es una experiencia fruitiva, pero también constitutiva.
En realidad, no leemos, nos leemos a través de lo que leemos, y mientras nos
leemos nos escribimos, vamos sedimentándonos en una narración. Sin embargo, en
la conferencia puse en entredicho el eslogan «Leer es un placer» porque hay
muchas lecturas que no son nada placenteras, y porque rebajar la lectura a mera
fuente de placer la obligaría a rivalizar entre las muchas que oferta la
industria de la distracción. Leer no es una forma de matar el tiempo, es una
manera de sentir y comprender mejor la vida.
Me ha gustado que en el libro comentas que leer es
pura transgresión.
La práctica lectora fomenta la atención, la pausa, el
recogimiento, la concentración, dimensiones muy dañadas por la celeridad del
mundo y la voracidad de los tiempos de producción. Cada vez es más difícil
tener soberanía sobre grandes cantidades de tiempo, y leer requiere no solo
tiempo, sino tiempo de calidad. Mientras escribía el libro un amigo me llamó y
me dijo: «Ya me compré el ensayo que me recomendaste. Ahora dime dónde puedo comprar
tiempo para poder leerlo».
¿Luego carecer de tiempo es el gran enemigo de la
lectura?
La falta de soberanía sobre nuestro propio tiempo es
el gran escollo de la vida vivible. Lo podemos sentir cuando la lectura nos
devuelve esa potestad, aunque sea momentáneamente. Leer no admite el
apresuramiento de los tiempos de producción. Es una práctica que obliga a
dialogar con el tiempo de una manera que contraviene los postulados de la
rentabilidad y los objetivos de crecimiento consustanciales al orden capitalista.
Leer es pura disidencia. Aunque no me gusta incidir en
la utilidad de la lectura, porque es asumir el postulado económico de lo útil,
sí quiero añadir que leer sirve para algo muy obvio y que se puede verificar
enseguida: sirve para hablar y expresarse bien. La insistente brecha digital es
una diminuta línea si la comparamos con la brecha lectora, el abismo que se
abre entre quienes leen asiduamente y quienes apenas leen. Leer sirve para la
rearticulación de nuestra subjetividad y para vincularla bien en el espacio
compartido, que es un espacio empalabrado. Este es el sentido del título.
¿Entonces podríamos decir que leer nos hace mejores?
Es muy tentador moralizar la lectura, pero creo que
cometeríamos un error. Leer no nos hace virtuosos. Nos hace virtuosos
comportarnos con virtud.
¿Por qué una edición tetralingüe?
La idea fue del editor Henrique Alvarellos. El texto
es una apología de la diversidad humana, de la constatación de que no hay dos
seres humanos iguales en un lugar poblado por casi ocho mil millones de
personas. Esta heterogeneidad me fascina, porque demuestra la complejidad y la
densidad inabarcables del entramado afectivo e identitario en el que cada
persona se habita de un modo narrativo.
A Joan Carles Mèlich hace tiempo le leí que sin
ficciones no hay un yo. Esa pluralidad también es idiomática. Cada lengua
ofrece una manera de asir la realidad, de acomodarnos en ella para intentar
entenderla y entendernos. Cuando nacemos y abandonamos el útero materno
llegamos a un útero cultural que el lenguaje atestigua de un modo
irreprochable. Así que el libro está en castellano, que es la lengua en la que
lo escribí, pero también aparece en gallego, catalán y euskera, las tres
lenguas cooficiales de España.
Muchas gracias por esta conversación tan agradable.
¿Quieres añadir algo para terminar?
Pessoa nos dijo que la literatura existe porque la
vida no basta. La vida es insuficiente, necesitamos narrárnosla para conferirle
orientación y sentido, que los acontecimientos que irrumpen en nuestro día a
día se conviertan en un agregado inteligible, la fabulación constituyente del
yo que estamos siendo. Narrarnos bien como individuos y como comunidad es el
primer paso para intentar que el mundo sea un lugar más amable. La lectura es
especialmente apta para este cometido.
Otras entrevistas:
«Solemos poner en cuestión la bondad porque la releemos de un modo privado y parcial».
«Necesitamos fines en un mundo sobresaturado de medios».
«La pedagogía de la pandemia es colosal».