martes, septiembre 19, 2017

Cuando la empatía y los sentimientos son insuficientes



Obra de Marc Figueras
Acabo de terminar la lectura del ensayo Vivir éticamente. Cómo el altruismo eficaz nos hace mejores personas del filósofo norteamericano y experto en temas éticos y bioéticos Peter Singer. Me ha llamado la atención la bifurcación conceptual que Singer establece en el campo de la empatía. No es un asunto periférico. Creo que es justo ahí donde se halla la tabla de salvación de la aventura civilizatoria. Desde sus instantes aurorales, la humanización  ha consistido en aceptar que el otro es un compañero en el acontecimiento humano (somos biológicamente homínidos, pero queremos humanizarnos). No es una tarea especialmente difícil cuando el otro es un ser con el que nos eslabona la afectividad, pero deviene en empresa faraónica cuando el otro es alguien del que no sabemos nada, vive a  miles de kilómetros, o es una referencia abstracta. La bifurcación propuesta por Singer parte de una distinción capital. No es lo mismo entender los sentimientos que compartirlos. Es la misma diferencia que existe entre empatía y compasión. Gracias a los aspectos emocionales de la empatía nos identificamos de un modo rápido y sencillo con los congéneres de carne y hueso que pueblan nuestra vida privada, pero también con la individualidad desconocida que se presenta ante nuestros ojos en el espacio público. Esta empatía emocional nos moviliza. Sin embargo, se torna poco eficiente cuando la otredad no está delante de nuestro peinado ocular, o no nos sutura a ella ningún nexo afectivo, o se reduce a una abstracción nominal. 

En el planeta Tierra nos hospedamos casi ocho mil millones de personas, y la irradiación afectiva de cualquiera de nosotros alcanza ridículamente a tan solo unas ciento cincuenta de ellas, según certifica el célebre número Dunbar. Esta insuficiencia emocional sólo se puede resolver si entran en juego los aspectos cognitivos de la empatía. El altruismo eficaz que analiza Singer se preocupa mucho más por la empatía cognitiva que por la empatía emocional. Es muy fácil sentir empatía emocional, requiere mucha instrucción sentimental sentir empatía cognitiva. Cualquiera que haya acudido a mis presentaciones de La razón también tiene sentimientos me habrá escuchado decir algo idéntico, aunque con terminología diferente. El sentimiento es muy útil en las distancias cortas, pero se vuelve inoperante e incluso irresoluto en las largas. La racionalidad es imprescindible para entender y asir el mundo de los valores universales con los que queremos engalanar nuestra condición humana, pero adolece de la falta de arranque que sin embargo sí posee la vibrante emoción. Necesitamos racionalizar el sentimiento para convertirlo en acción, pero no en una acción cualquiera, sino en una valiosa y decente. Esa acción recibe el nombre de virtud, el conjunto de las conductas que consideramos nos mejoran a todos los que participamos de la expedición humana.

La virtud logra una proeza inaudita. Se sirve de la fuerza propulsora del sentimiento de donde procede en primera instancia, pero también de la jurisdicción de la racionalidad para adentrarse en la abstracción de los valores y guiar así el comportamiento. Recuerdo que en El gobierno de las emociones Victoria Camps lo expresaba como uno de los más grandes hallazgos éticos. Estamos en un punto muy excitante que nos debería enorgullecer como especie. La racionalización del sentimiento alumbra unos sentimientos distintos de los emocionales y de los sociales. Genera el sentimiento ético. Su trazado es maravilloso y me atrevo a afirmar que es el ideal al que aspira el impulso humanista: nace de una emoción, se transforma en un sentimiento por la participación de la cognición, pasa por el tamiz de la racionalidad y su vocación universal y se acaba transfigurando en un sentimiento ético que nos aboca a la virtud. Es muy probable que no sienta ningún afecto por alguien que no conozco, pero me comportaré afectuosamente con él, o tomaré decisiones que le respeten, porque he logrado racionalizar el afecto que sí siento por los próximos y cuyo despliegue con el prójimo en forma de virtud es lo mejor para todos.

Entre las virtudes gestadas por la racionalización del sentimiento acaso la más nuclear sea la del respeto. El respeto consiste en tratar al otro como una entidad valiosa por ser un ser humano (el autorrespeto es algo análogo pero con nosotros mismos). A este sorprendente valor le hemos dado el nombre de dignidad. La dignidad es una invención ética por la que hemos decidido apreciar a toda persona por el hecho de serlo. La dignidad es la vitrina de nuestra humanidad, pero como ficción ética no se percibe a través de ninguna emoción, sino a través del ejercicio de la racionalidad. Es en la intelección donde podemos comprender que el otro es un ser que solicita el mismo valor y el mismo interés que reclamamos para nosotros porque es un ser humano que comparte idénticas afinidades. Donde no llega ni la emoción ni el sentimiento, sí puede llegar la ética, que es la reflexión del sentimiento. El altruismo es ayudar al otro desinteresadamente, pero puesto que compartimos la tarea de humanizarnos, puesto que la dignidad se sostiene en el respeto de la dignidad del que es mi igual siendo mi prójimo, ayudar con nuestras acciones directas e indirectas a preservar la dignidad del otro es ayudar a preservar la nuestra, y simultáneamente a hacer del mundo un sitio más humano. Ayudar al otro es ayudarme yo. El llamado altruismo egoísta debería bautizarse como altruismo inteligente. O sea, virtud.



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martes, septiembre 12, 2017

Primer día de clase, primera lección: educar es educar deseos



Obra de Nigel Cox
Ayer se inauguró la vuelta al cole, el primer día de clase, el regreso a los procesos de inculturización para aprender a vivir, a convivir cívicamente y a proveernos de habilidades y conocimiento. La definición más bonita que conozco de educación pertenece a Platón. La educación consiste en enseñar a desear lo deseable. En mi ensayo La capital del mundo es nosotros (ver) la parafraseé para bautizar su cuarto y último capítulo: Admirar lo admirable. Después de haber estudiado minuciosamente los engranajes sentimentales de la admiración («el sentimiento específico del valor», subraya Aurelio Arteta en el monumental ensayo dedicado a esta conducta La virtud en la mirada), y si admitimos que el conocimiento se adquiere pero la sabiduría se descubre, me parece que admirar, interiorizar y reproducir lo admirable resume de un modo perfecto en qué consiste la cima de la sabiduría. Utilizo aquí la definición de sabiduría que esgrime José Antonio Marina en el prólogo de El aprendizaje de la sabiduría, el ensayo que agrupa los anteriores Aprender a vivir y Aprender a convivir: «La sabiduría es la inteligencia aplicada a nuestro más alto proyecto, que es la vida buena, feliz y digna». Al igual que su maestro, Aristóteles también advirtió que la educación no es otra cosa que educar los deseos para estratificarlos de tal modo que faciliten una vida en común justa y construyan con sensatez una felicidad siempre perteneciente a la esfera privada. Vivir bien entraña desear bien.

Recuerdo haberle leído a Carlos Castilla del Pino que los seres humanos nos regimos por dos lógicas. Por un lado se halla la lógica de la razón, que nos coge de la mano para llevarnos hacia la conducta conveniente. Por otro, emerge la del deseo, que nos dirige hacia la conducta apetecible. La conclusión del psiquiatra no admite sombra de duda: «Si ambas conductas coinciden, mejor que mejor. Si no, suele ganar la última, y sobreviene la catástrofe». He aquí otra definición de sabiduría: que lo que quieras sea lo que te conviene, que la fuerza propulsora de la deseabilidad concuerde con la capacidad de la inteligencia de establecer buenas metas. Es otra forma de presentar el enunciado platónico de desear lo deseable, el cénit de una buena educación. En algunas ocasiones esta misma idea la he presentado de un modo provocador: la educación consiste en aprender a desobedecer. Se sobreentiende que a desobedecer los deseos que empantanan llegar a ser lo que nos gustaría ser.

No quiero caer en el discurso angelical al hablar de una educación que probablemente vive momentos crepusculares ensombrecida por la febril adquisición de competencias que avalen nuestra valía para el mercado. Hace un par de años el entonces Ministro de Educación José Ignacio Wert regaló para la posteridad una definición de educación tan desilusionante que nada más escucharla la manuscribí en uno de mis cuadernos: «La educación consiste en que los alumnos aprendan a competir por un puesto de trabajo». Cualquiera que haya estudiado la tensión antagónica en espacios de interdependencia colegirá que, puesto que en la dimensión capitalista empleo y acceso a una vida digna forman una unidad indisoluble, y el empleo es un recurso cada vez más escaso, esta afirmación nos devuelve a la selva y degrada la educación a simple supermercado de la empleabilidad. Competir es satisfacer los intereses propios a costa de que nuestro oponente no pueda satisfacer los suyos. Si rivalizamos por algo banal, la mecánica no acarrea riesgo alguno. Si competimos por satisfacer necesidades primarias, este escenario nos arroja al canibalismo y al sálvese quien pueda, la proclama que suelen gritar los que ya están a salvo. El pragmatismo académico educa para el mundo que tenemos. Nos convendría a todos que también educara para el mundo que sería bueno que tuviéramos.



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jueves, agosto 10, 2017

El «Espacio Suma No Cero» coge vacaciones

Gracias por visitar una temporada más el Espacio Suma No Cero. Este lugar dedicado al estudio de la inteligencia social y al análisis de las acciones humanas permanecerá cerrado por vacaciones desde hoy jueves 10 de agosto hasta el próximo mes de septiembre. Es un cierre metafórico que se repite desde su inauguración en 2014, o desde 2008 si computamos también los años del blog de ENE Escuela de Negociación, de donde el Espacio Suma No Cero tomó el inmediato relevo.

Se podrá acceder a la lectura de cualquiera de los textos editados hasta la fecha, pero no se publicará ningún artículo nuevo semanal. Para la artesanal tarea de la escritura tan irrevocable es leer y escribir como dejar de hacerlo y descansar durante un lapso de tiempo. Más aún cuando en 2018 me he comprometido a publicar el tercer ensayo con el que completaré la trilogía "Existencias al unísono" compuesta por La capital del mundo es nosotros. Un paseo multidisciplinar al lugar más poblado del planeta, La razón también tiene sentimientos. El entramado afectivo en el quehacer diario y El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza. Una ética del diálogo (ver). Ética política, ética sentimental y ética discursiva para sondear nuestra condición de existencias anudadas a otras existencias. Esperamos verte paseando por aquí en el inicio del nuevo curso académico. A la vuelta, este espacio compartirá una fantástica noticia de la que vosotros, los lectores, formáis indisoluble parte. Hasta entonces. Un abrazo.