Obra de Marcos Beccari |
Afortunadamente llevamos un tiempo en que el pensamiento positivo y la literatura de autoayuda son lugares elegidos para la indagación crítica y la expresión del disentimiento ilustrado. En el muy
recomendable ensayo, nacido de su tesis doctoral, El murmullo, la escritora Belén
Gopegui disecciona con su habitual mirada incisiva e inconforme esta literatura que copa las listas de los libros más vendidos: «La narración de autoayuda tenderá a poner por delante las
intervenciones en el modo en que los sujetos interpretan la realidad y no en el
modo en que los sujetos interaccionan con esa misma realidad». El primer gran presupuesto de la
autoayuda es despolitizar la vida humana, que es humana precisamente porque es
compartida, esto es, política. Desdice a Aristóteles y su célebre «el ser humano es un animal político por naturaleza, y quien crea no serlo es un dios o un idiota», o a Platón cuando asevera que «el ser humano vive en la ciudad porque no se basta a sí mismo». Esta indicativa despolitización en los catecismos de la autoayuda no es rareza cuando los
políticos electos utilizan el verbo politizar con una honda
connotación negativa. «No hay que politizar este asunto», esgrimen con
frecuencia,
como si al politizarlo lo degradaran a irresoluble, o lo enfangaran de
tal modo que fuera imposible la comparecencia educada del diálogo.
Entristece que los políticos alberguen un
concepto tan desolador de su oficio. La
política es el arte de armonizar los disensos con buenas ocurrencias
argumentativas que luego se trasladan a la acción en la que se despliega
la convivencia. Como bien indica su nombre, la literatura de autoayuda desatiende por completo el paisaje de lo común. Su único espacio de intervención es un yo insular. Un yo sin yoes
por ningún lado. La autoayuda es antipolítica.
En la autoayuda un yo atomizado se enfrenta al
sufrimiento que le provocan las circunstancias anexadas al acontecimiento de
existir. No le atañe construir circunstancias que faciliten vivir mejor la
vida, sino aceptar esas circunstancias aunque supuren iniquidad. En ocasiones se cita a los estoicos como ejemplo a seguir para albergar una conformidad que haga más llevadera la existencia. Sin embargo, la
avenencia estoica no se refería a encajar acríticamente lo inicuo, sino a
aceptar el advenimiento de lo irreversible. Admitir que nos vamos a morir y desde
esa certeza reasignar prioridades vitales es inteligente. Aceptar sin más una
injusticia es cobardía y sumisión. Solemos confundir hechos de la naturaleza
(muerte, enfermedad, catástrofes, aleatoriedad) con hechos de naturaleza política. En el lenguaje
coloquial existe la expresión «la vida es así», que suele pronunciarse para resignarse sumisamente a lo establecido. Pero en muchas ocasiones la vida no
es así. Es así el modo en que se ha decidido articular la convivencia para generar
subordinación y naturalizar una explotación que produce los malestares y el dolor que luego la autoayuda intenta neutralizar.
El filósofo Carlos Javier González Serrano escribe que «uno de los peligros de la autoayuda es que elude la lucha política. Al centrarse solo en el bienestar individual, se olvida de la búsqueda de justicia social. El pensamiento positivo es perverso cuando, en vez de crear reflexión y resistencia, invita a soportar cualquier situación. El voluntarismo mágico de la autoayuda (“todo depende de ti”) fomenta el deterioro del tejido social y nos aísla y culpabiliza». La quintaesencia del neoliberalismo sentimental es que se ciñe al corazón de la persona que padece los embates de la realidad social, pero esa realidad es excluida de la deliberación y el disentimiento, y por tanto de cualquier susceptibilidad de introducir cambios en ella. Se despolitiza. De hecho, propende a convertir los problemas sociales en incapacidades psicológicas personales. Justo estos días me encuentro con la prosa amable de Irene Vallejo que susurra algo parecido cuando habla de la obra de Gopegui y las consecuencias del exceso de preocupación de un yo insularizado y sin sensibilidad política que puede tropezar en el narcisismo o en una hipocondría emocional que le haga columbrar adversarios por doquier: «Sin humildad el yo ocupa todo el espacio disponible y solo ve al prójimo como objeto o como enemigo. Como escribió C. S. Lewis, no es humilde quien piensa de sí mismo que es poca cosa, sino quien piensa poco en sí mismo». La autoayuda invita a tomar la dirección opuesta. Exhorta a no dejar de pensar en uno mismo liberado de sentimientos de apertura al otro porque en su narrativa no hay espacio para pensar las interdependencias con el otro. Privatiza el sufrimiento de clara procedencia social. Carlos Javier González Serrano da en el clavo cuando diferencia entre filosofía y autoayuda, cuyas fronteras tienden a desdibujarse para otorgar respetabilidad a la autoayuda: «La autoayuda enseña a soportar, la filosofía pregunta qué soportamos y por qué».
Artículos relacionados:
Una tristeza de genealogía social.
Del narcisismo patológico al narcisismo vulnerable.
Hipocondríacos emocionales.