
Leyendo este fin de semana ¿Para qué sirve la literatura? del
catedrático de literatura francesa Antoine Compagnon (Acantilado, 2008),
advierto que sus respuestas están decididamente encaminadas a lograr este propósito
tan noble. La pertinencia de la literatura en nuestras vidas estriba en que la lectura
de relatos de vidas ajenas favorece ir al encuentro del otro, dirige las emociones
y la empatía, «recorre regiones de la experiencia que los otros discursos
desdeñan, pero que la ficción reconoce en los menores detalles». En la
república de las letras se explican la conducta y las motivaciones humanas, se transmite casi epidérmicamente
la experiencia de los otros, se favorece la comprensión y se esclarece la vida, pero también se
permite la inclusión de la duda y la interrogación, el cuestionamiento de lo establecido y lo convencional. «La literatura nos enseña
las complicaciones y las paradojas que se esconden detrás de las acciones,
meandros en los cuales los discursos del conocimiento se pierden». En las ficciones uno no lee la vida de los
demás, se lee así mismo a través de esas vidas, y leerse de ese modo es
comprender, contrastar, discernir, escoger, vivenciar, aprender, dudar, advertir la diversidad y la pluralidad de cosmovisiones, aceptar la complejidad, asumir que
la indeterminación y la aleatoriedad se erigen en coautores legítimos de la
biografía de cualquiera de nosotros.
La literatura y cualquier forma narrativa en la que aparece el otro nos instan a empatizar con él, sentir que estamos ante un congénere, ante alguien que perfectamente podríamos ser nosotros. Se propala con abusiva retórica mercantilista que la literatura (y por extensión las Humanidades –arte, cine, teatro, música-) es una inversión carente de réditos, que posee valor de uso (placer lúdico, entretenimiento, ocio, pasatiempo), pero adolece de falta de valor de cambio. Dicho de un modo franco: no sirve para nada más allá de pasar un buen rato, si es que te gusta leer. La literatura no instruye para el mercado, no te acopia de técnicas y destrezas para desempeñar un oficio, no amplifica la empleabilidad, no estimula la obtención de renta (en muy feliz definición de la filósofa Martha Nussbaum acuñada en su ensayo Sin fines de lucro). Todo esto es cierto. Pero las Humanidades en general y la literatura en particular te ayudan a preguntarte para qué, que es con diferencia la pregunta más importante que puede hacerse cualquiera de nosotros en cualquier sitio y en cualquier momento. Si abdicamos de hacernos esta pregunta de vez en cuando, no tengo la menor duda de que en la urdimbre social se entronizará todo lo que nos deshumaniza. Me refiero a más todavía.
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