Mostrando entradas con la etiqueta alegría. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta alegría. Mostrar todas las entradas

martes, mayo 11, 2021

El descubrimiento de pensar en plural

Obra de Alexander Miller

El pasado sábado pronuncié la conferencia La alegría ética en el I Congreso Internacional TEI celebrado en el palacio de La Magdalena de Santander. Cartografié la alegría como uno de los cuatro sentimientos nucleares de la agenda humana, intenté explicar qué hacer para lograr su metamorfosis primero en hábito afectivo y luego en valor, me detuve a aclarar por qué es un asunto muy serio que convendría desprivatizar si queremos construir espacios y tiempos para practicarla más y mejor. Todos los saberes que consisten en hacer se adquieren y se consolidan haciendo, y la alegría como saber práctico necesita marcos colectivos de garantía para poder ser practicada y aprendida de tal manera que su presencia predestine la llegada de los sentimientos de apertura al otro. No hay mejor prescriptor de la alegría que una persona alegre, y pocas cosas cooperan más con la alegría que el aprendizaje por observación y la propia comparecencia de la alegría activando los centros de recompensa del cerebro. La alegría es una disposición ética porque cuando aparece en nosotros nos coge de la mano y nos lleva al encuentro del otro. De hecho, las experiencias de la alegría devienen incompletas si no son compartidas. Hete aquí su deriva ética. ¿Pero qué es la ética? Es una pregunta que suele alumbrar respuestas muy indeterminadas. Mi definición es muy sencilla, y como todo lo sencillo viene prologada de mucha dificultad argumentativa desbrozada. «La ética es la inclusión del otro en mis deliberaciones».  

Una persona adquiere la legítima condición de interlocutor válido desde el instante en que lo que sopesamos le afecta. Deliberamos qué queremos para nosotros y al hacerlo incluimos al otro, porque nuestra configuración de seres interdependientes hace que cualquiera de nuestras decisiones una vez adoptadas y mutadas en acciones impacte en la vida de los demás. La deliberación es privada, pero la acción siempre es política, siempre se despliega en el espacio compartido. En los manuales de filosofía se repite que la ética es la disciplina que reflexiona acerca de cómo sería bueno que nos comportásemos unos con otros, cómo tratarnos unas y otras para que al hacerlo nos aproximemos al concepto de humanidad que puebla nuestros mejores pensamientos desiderativos. La ética es el descubrimiento de pensar en plural para vivir juntos mejor. Muchas veces fantaseo con los procesos de hominización y humanización y trato de imaginar el momento inaugural en el que un homínido tuvo una ocurrencia instrumental y al tenerla pensó en cómo podía afectarle a un otro que no era él.  

En ¿Para qué sirve realmente la ética? Adela Cortina nos ayuda a esclarecer este término tan aparentemente confuso. La ética consiste en conjugar justicia y felicidad. Aunque he desterrado de mi vocabulario el consumido término felicidad y lo he sustituido por alegría, lo emplearé aquí para mantener la literalidad. La felicidad es una cuestión muy personal que cada uno rellena según sus valores individuales (en otras obras la autora se refiere a este horizonte como ética de máximos). Sin embargo, las personas, al ser entidades vinculadas, requerimos unos mínimos económicos, sociales y políticos para poder desarrollar una vida digna de ser vivida (una ética de mínimos, un conjunto de derechos y deberes que han de ser respetados cívicamente por los miembros de una comunidad). Resulta fácil elucidar por tanto que la felicidad articula la idea de vivir. Y la justicia orquesta la de convivir.

Como el cuerpo es nuestro medio general de tener un mundo (en preciosa definición de Merleau-Ponty), tenemos que protegerlo y cuidarlo con condiciones mínimas materiales para que luego cada persona se autodetermine sin dañar a nadie y funde su proyecto de vida según sus preferencias y contrapreferencias. En su libro El quehacer ético, la propia Cortina recuerda que «es indudable que sin cierta igualdad y justicia no puede haber ciudadanía, porque los discriminados no pueden sentirse ciudadanos». Como he argumentado en otros artículos, si no somos ciudadanos, es difícil llegar a ser personas. A través del ejercicio deliberativo y de la conciencia de interdependencia la ética intenta cruzar, en expresión de Cortina, del «yo prefiero esto» a «nosotros queremos esto porque es lo justo». Es en este instante cuando al otro que habita en los otros le concedemos una existencia que nos importa, y nos importa porque esa existencia es tan idéntica y a la vez tan incanjeable como la nuestra. Tan semejante y tan irrepetible como todas las demás.

 
  Artículos relacionados:
  ¿Para qué sirve la ética si ya existen las leyes?
  Hacer de la existencia un acto poético.
  Para ser persona hay que ser ciudadano.

 

martes, mayo 04, 2021

Una sonrisa tuya bastará para desarmarme

Obra de Didier Lourenço

La sonrisa ocupa un lugar de honor en el repertorio de pautas de comportamiento de salutación. Los rituales de saludo son centrales para predecir a quién tenemos delante, qué intenciones alberga, qué espera de nosotros. Sondear un rostro es documentarnos acerca de quién habita en esa interioridad de enigmática intransparencia, hacer minería de datos que nos informe rápidamente de las especificidades del entramado afectivo de la persona con la que interactuamos. La sonrisa colabora en este rito de predicción y conocimiento. Se trata de un movimiento expresivo que guarda una biológica función conciliadora dentro de la dramaturgia social, acertadísima expresión del sociólogo Erving Goffman, que tanto estudió la microactividad ritual humana. Al sonreír nos mostramos favorables para alguien, exteriorizamos un gesto que pronostica acogimiendo, activamos un potente mecanismo de relación entre dos o más cerebros al anunciar que quedan alisadas las áreas de posibles fricciones. Los rictus en la cara son recursos comunicativos que solemos emplear de modo involuntario, unidades de información que transmitimos a nuestros interlocutores sin necesidad de pronunciar recurso discursivo alguno. La sonrisa no habla, pero dice muchas cosas. 

Si no cae en deformaciones cínicas ni amargas ni instrumentales, la sonrisa sincera introduce proximidad y vínculo en la configuración del encuentro. Comunica que habrá un trato cortés y diligente. La sonrisa es la ritualización de las intenciones no solo pacíficas, sino las más sofisticadas de amabilidad y atención. Cuando la sonrisa coloniza la región facial está declarando que nos alegramos de ver a una persona, que encontrarnos emana  congratulación. Es una herramienta paralingüística destinada a hacer saber a nuestro interlocutor que será escuchado y atendido de un modo agradable y bien pensado. Es el gesto con el que se agasaja a las personas para que se consideren bien recibidas, la puerta que les abrimos para que pasen sintiéndose bienvenidas. La otredad deviene en huésped de una interacción que se define y vaticina como grata. Con la sonrisa se realzan los pómulos, la mirada se ensancha, los ojos se abren y se iluminan, la curva carnosa de los labios se estira hacia arriba. Como la sonrisa es contagiosa, sonreír a alguien aumenta las posibilidades de que nuestra sonrisa sea devuelta con otra sonrisa. La sonrisa promociona la socialización. Existe un proverbio chino que avisa con sensatez que si alguien no sabe sonreír ni se le ocurra poner una tienda.

Resulta ilustrativo y a la vez alentador que en las encuestas sobre qué nos gusta de las personas, los aspectos que más valoramos de ellas sean la amabilidad y el sentido del humor. Nos gusta estar con personas con las que nos sintamos bien y nos hagan reír. Nuestra socialidad está tan enraizada biológicamente en nosotros que nos encantan las personas risueñas, pero tendemos a segregarnos preventivamente de las hurañas, o de las que moran la realidad con irascibilidad y suspicacia. A la hora de elegir entre personas que tienen el rostro atropellado de sonrisas y aquellas que lo ensucian con su ausencia, no cobijamos ninguna duda. En ocasiones decimos de alguien que su sonrisa nos desarmó. Que la sonrisa nos desarme explica que dejamos de ser imperturbables, indiferentes, inmisericordes, contraempáticos, descorteses, esquivos, hoscos, competitivos, nos desprendemos de los instrumentos de prevención y defensa que utilizamos creyendo que así la vida de los demás no generará gravosas interferencias en la nuestra. Cuando la reverberación de una sonrisa nos desarma emergen los sentimientos de apertura al otro y se activan los centros de recompensa del cerebro. Nos autogratificamos y a la vez allanamos la convivencia. Pocas acciones delatan tanta inteligencia. 

 

 (*) Este sábado 8 de mayo participaré con la conferencia "La alegría ética" (de donde se inspira este artículo) en el I Congreso Internacional del Programa contra el acoso escolar TEI. Mi intervención será a las 17:00 h. desde el Paraninfo de la Magdalena de Santander. Se podrá ver en streaming inscribiéndose gratuitamente aquí antes de mañana miércoles 5.


   Artículos relacionados:

   Cuando la inteligencia se trastabilla consigo misma.

 

martes, febrero 09, 2021

A los seres humanos nos encanta el placer de hacer cosas

Obra de Jarec Puczel

Existe una tendencia en la forma de discurrir que me llama poderosamente la atención. En muchas ocasiones los seres humanos admitimos como irrefutables argumentos que nuestra propia vida desmiente en lo cotidiano. En la novela 1984 de George Orwell se crea un Ministerio de la Verdad que exige a todos sus miembros que rechacen lo palmario que sin embargo están contemplando sus ojos. A día de hoy nos ocurre exactamente lo mismo en muchos campos de la agenda humana. Es increíble cómo ideas desdichas empíricamente por nuestros propios actos las aceptemos sin apenas disenso en la conversación pública. Criticamos la corrosiva posverdad, pero vivimos sumidos en ella. Para el Diccionario Oxford la posverdad concurre cuando los hechos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales. Existe una idea del doctrinario neoliberal que defiende que una persona con la supervivencia garantizada rehusaría trabajar (estar empleada) y se dedicaría a disfrutar de la embriaguez de la haraganería. Es una idea muy arraigada en los imaginarios. Cuando he sacado este tema a colación, mis interlocutores suelen posicionarse a favor de esta pesimista tesis antropológica. La sorpresa viene a continuación. Se alistan al lado de una visión que deviene incongruente solo con echar un vistazo a sus agendas repletas de trajines desprovistos de cualquier afán de lucro. 

Resulta digno de estudio psicológico que personas que tienen hijos, hacen senderismo todos los domingos, quedan con los amigos, acuden al gimnasio, van a jugar al fútbol, asisten a asambleas, participan en un coro, realizan voluntariado, ensayan en un local de música, se inscriben en cursos online, practican el activismo, se castigan en maratones, disfrutan con la bici, van a conferencias, colaboran con protectoras de animales, acuden a clubs de lectura y cómic, escriben, pintan, bailan, pasean, pescan, viajan, meditan, escalan montañas, aprenden oficios nuevos, van al cine, alimentan blogs, hacen yoga, se apuntan a teatro, investigan en la red, acuden a congresos, recorren exposiciones, etc., etc., sin embargo luego defienden que las personas solo encuentran motivación para llevar a cabo alguna tarea si hay dinero de por medio.  Es una gigantesca contradicción que quienes no cesan de trufar con actividades su día a día imputen al ser humano la condición de animal inactivo, salvo si la actividad está mediatizada por el refuerzo positivo del tintineo de las monedas. Es una narrativa muy pobre y muy mercantil de la usabilidad de la vida. Lo inaudito es que este relato ficcional se ha enquistado con éxito en la sensibilidad cívica. Obviamente hay un sinfín de contraejemplos en la ergonomía social que demuestran la inconsistencia discursiva de este presupuesto del neoliberalismo sentimental. 

Esta semana hemos sabido que Jeff Bezos abandona el cargo de director ejecutivo de Amazon. Bezos está considerado el hombre más rico del planeta, según la lista Forbes, que lleva varios años otorgándole el pódium de los magnates milmillonarios. Se estima que acumula una concentración de riqueza neta de ciento cincuenta y siete mil millones de dólares. Si nos guiamos por la teoría neoliberal que afirma que toda persona con las necesidades materiales básicas se vuelve haragana, entonces sería fácil adivinar un futuro de brazos cruzados para el fundador de Amazon. Pero no será así. Él mismo ha afirmado públicamente que quiere dedicarse a sus pasiones: la aeronáutica, los diferentes proyectos filantrópicos y el Washington Post, del que es accionista mayoritario. El hombre más rico del mundo en ningún momento ha mencionado que dejará de hacer cosas. Lo que sí ha anticipado es que se va a dedicar a sus pasiones. Se empleará haciendo aquello que le proporciona elevados montos de delectación y lo acuna en un continuo estado de flujo. El resto de plutócratas con los que Bezos comparte la lista Forbes adoptan decisiones prácticamente gemelas. Podemos colegir que nadie con recursos materiales suficientes para vivir se dedica a la hibernación. Dicho de un modo inversamente positivo. Cuantos más recursos tenemos, más actividades hacemos.  

Justo mientras preparo este artículo mi compañera me acerca un precioso texto de Piort Kropotkin con motivo de la celebración del centenario de su muerte (8 de febrero de 1921). El texto escrito por el autor de El apoyo mutuo profetiza la determinación adoptada por Jeff Bezos: «El trabajador obligado a luchar penosamente por la vida nunca llega a conocer los altos goces de la ciencia y la creación artística. Para que todo el mundo llegue a estos placeres, que hoy se reservan al menor número, para que tenga tiempo y posibilidades de desarrollar sus capacidades intelectuales, la renovación debe garantizar a cada uno el pan cotidiano, y luego tiempo libre. Este es nuestro propósito supremo». Dicho de otro modo. Como los seres humanos somos tremendamente activos, abandonar el reino de la necesidad no significa adentrarnos en el reino de la abulia y la inacción, sino en el de la elección. Una elección que probablemente se basaría en acciones presididas por la alegría y el entusiasmo. 

 

  Artículos relacionados: