Obra de Mercedes Fariña |
Aunque me
alisto al lado de Andrés Neuman cuando afirma en sus Barbarismos que la libertad es un concepto que oprime a quien la
define, yo durante mucho tiempo he empleado la preciosa definición que desgranó
Octavio Paz. El premio Nobel definió este término tan vaporoso y zigzagueante como
la capacidad de elegir entre dos monosílabos, sí o no. Los seres humanos
nos hemos otorgado dignidad precisamente porque tenemos autonomía para escoger, optar,
elegir. Podemos decantarnos por una dirección (sí) o descartarla (no). Esta
singularidad pertenece al ámbito de lo más radicalmente humano, es el eje axial
de la emancipación de una parte del sino biológico y de la entrada al reino de
la ética. No hay nada más elevado que poder escrutar qué opción tomar dentro de
un repertorio heterogéneo en el que por supuesto hay que dejar margen al
inevitable encontronazo con lo fortuito. Como escribía unas líneas antes, durante mucho tiempo utilicé esta
definición de libertad de Octavio Paz, pero hace un par de años me aventuré a agregar un matiz a su enunciado. Varios lustros de estudio buceando en las
procelosas aguas del comportamiento humano me han hecho atreverme a incluir un
tercer monosílabo acompañado de su negación. La nueva definición de
libertad quedaría así: «La libertad consiste en la capacidad de elegir entre dos monosílabos, sí y no, y la negación de un tercero, no sé».
Muchas cosas las hacemos sin saber
minuciosamente por qué las hacemos, muchas veces optamos por una decisión sin
elucidar si es realmente la más propicia. No lo sabemos, intuimos que puede
ser, creemos que quizá sí sea la más idónea, pero dudas de una amplitud
inabarcable nos impiden afirmarlo o negarlo taxativamente, lo mismo que le
ocurre al resto de opciones que barajamos. No es que nuestra capacidad de
inferir sea deficiente, es que la vida es muy escurridiza y le incomoda
sobremanera que la oprimamos en la lógica binaria del sí o no. Recuerdo una
expresión fantástica que le leí a la gran Siri Hustvedt en uno de sus interdisciplinarios
ensayos. Explicaba con su prosa literaria que a veces las motivaciones de
nuestras acciones son fulminantemente borrosas y hacemos algo «sinqueriendo». Esta expresión es antitética e incomprensible para el
pensamiento lógico, pero muchas de nuestras vivencias están protagonizadas por
este binomio en el que la afirmación y la negación se funden en una misma
entidad que desborda los límites territoriales de la racionalidad. Como hacemos
muchas cosas sin poder saber bien por qué las hacemos, resulta muy atrevido emitir juicios sobre el comportamiento ajeno. En proliferantes ocasiones he
refutado apreciaciones que he escuchado sobre los demás con argumentos muy sencillos pero infrangibles: «no sé bien
por qué yo hago lo que hago como para saber por qué esta persona hace lo que
hace», o «tú crees saber por qué esta persona hace lo que hace cuando
probablemente ni ella misma lo sepa». En el
colosal Pensar rápido, pensar despacio
Daniel Kahneman se apresura a advertirnos de que el mayor error de los seres
humanos descansa en la ignorancia que tenemos sobre nuestra propia ignorancia.
No sabemos nada de lo que no sabemos, y sabemos muy poco de lo que sabemos. Yo
empiezo a tener fundadas sospechas de que el conocimiento de la conducta humana
posee tantas excepciones y salvedades que a lo mejor tendríamos que dejar de
llamarlo conocimiento.
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El tamaño de nuestra ignorancia.
La economía cognitiva.
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