Obra de Iván Franco Fraga |
En el ensayo Por qué amamos, naturaleza y química del amor romántico, la
estadounidense Helen Fisher argumenta que existe el impulso sexual, el amor
romántico y el apego o cariño que dimana de una relación longeva. El amor romántico es entendido aquí como el proceso de enamoramiento en el que el sujeto
está sobreestimulado por la dopamina, neurotransmisor que Fisher consagra como la sustancia del amor. Sin embargo, el amor romántico en otra de sus acepciones es una ficción que representa
relaciones idealizadas de pareja. Esta idealización fabrica esquemas que configuran nuestro mirar, nuestro sentir, nuestro pensar y nuestro decir. Apunta a un haz de creencias de matriz patriarcal que
se sostiene en afirmaciones acríticas, pero aceptadas como verdades rigurosas
merced a su socialización y normalización en los diferentes artefactos
narrativos que dan forma y lenguaje a la aventura humana. La aceptación moldea
una subjetividad decantada hacia un patriarcado que utiliza el mito del amor
como subterfugio de poder a través de estructuras, relatos y sistemas de
explicación y ensoñación que subrepticiamente otorgan a la mujer un papel subalterno en la arquitectura de la relación sentimental. El resultado es palmario. Sumisión crónica, tolerancia a comportamientos ofensivos, tormento afectivo, incertidumbre permanente sobre el horizonte del
propio vínculo, contenciosos a cada posible paso de emancipación de la parte subyugada, restricciones para acotar líneas de control y dominio masculinos. El auténtico punto de arranque del mito es que es el
propio sujeto sufriente quien se autoinflige estas maniobras de poder al releerlas
positivamente como tributo a pagar para que prospere la experiencia del enamoramiento y sus gratificaciones de felicidad ulterior. No creo exagerar. Hace un mes asistí al brutal monólogo No solo duelen los golpes de Pamela Palenciano. Relataba su atormentada y violenta primera relación con un chico. Cada paso dado en la relación entronizaba todos los estereotipos perversos del amor romántico.
Hay muchos clichés que avalan este ejercicio
de dominación a través de la gramática del amor romántico insertada tanto en la
cultura como en la permeabilidad nunca inocua del lenguaje cotidiano. Me vienen a la memoria un
sinfín de lugares comunes. Aquí hilvano unos cuantos que por increíble que parezca todavía colonizan los
imaginarios. Empezamos la interminable lista. «Sin ti no soy nada» (en el amor romántico presidido por un príncipe azul acaece lo
contrario, contigo me he convertido en nada); «a tu lado me completo» (mejor que aparezcas con tu completud definida y que juntos nos mejoremos); «el amor verdadero es eterno»
(eternidad que citada bajo los efectos de una embriaguez amorosa líquida suele durar en torno a uno o dos meses, lo que habla de una eternidad
obsolescente, si es que es posible la oposición terminológica); «el amor verdadero
lo aguanta todo» (quien lo aguanta todo no es la omnipotencia del amor, sino un bajo nivel de autorrespeto y un elevado
nivel de dependencia); «no
se puede ser feliz sin pareja» (lo que por defecto otorga felicidad al simple
hecho de tenerla, al margen de cómo se tenga); «solo hay una mitad para cada persona» (una forma de magnificar a
la persona con la que uno se empareja y ser laxo en el examen de su conducta
dentro del binomio amoroso, puesto que según el mito se cancela cualquier nueva posibilidad); «te lo perdono todo porque te quiero» (tergiversando
el verbo querer con el verbo consentir, cuando el verdadero amor es justo al
revés: te quiero tanto y me quiero tanto que no transijo que me trates así); «amar es renunciar» (no, no es así, amar es hacer tuyos los fines del otro,
y viceversa, en un dinamismo de cuidado y ternura por el bienestar psíquico y físico
de ambos); «le perdono algunas humillaciones porque me quiere mucho» (sí, pero te quiere mal, lo que en esas cantidades de
querer se traduce en sufrimiento y daño); «los celos son la prueba de que me quiere» (los celos no explicitan el amor, sino las gigantescas dudas sobre su existencia); «no se porta bien conmigo, pero el
amor lo cambiará» (si no se porta bien contigo, entonces no hay amor, así que sus
poderes alquímicos no surtirán efecto alguno); «quien bien te quiere te hará llorar» (el verdadero amor está en su reverso: quien bien te quiere respetará tus decisiones, incluidas aquellas que le hagan llorar a él); «tú no puedes entenderme
porque no sabes lo mucho que yo siento por esa persona» (claro que no lo sé,
pero sí puedo imaginarme lo poco que esa persona te quiere si su repertorio de
comportamientos es el que me acabas de enumerar, y lo poco que te quieres
tú si permites que te trate así).
En El consumo de la utopía romántica,
Eva Illouz aclara que «se ha infundido al amor romántico un aura de
transgresión al mismo tiempo que se lo ha elevado al estatus de valor supremo». Normal que la mujer (mayoritariamente y en relaciones heterosexuales) relea la subyugación como un acto de entrega por ese amor catalogado de supremo en vez de un ejercicio de subordinación esgrimido por parte del hombre con el que mantiene la relación. Coral Herrera defiende que lo
romántico es político, así que son factibles otras formas de articular las
relaciones. Cómo veamos los afectos, las valoraciones éticas de nuestras conductas, la arborescencia
sentimental, la repartición de roles, la
estratificación de los deseos, las formas de tratarnos y cuidarnos unos a otros, influirá directamente sobre qué relatos escribiremos del
amor y en cuáles de ellos acabaremos alojados. Cualquier decisión por muy privada que sea está mediada por esta ecología social. Hace poco le escribía a una lectora comentándole que las palabras se desgastan por el uso y se descascarillan por el mal uso. Cuidar las palabras que definen el sentido de lo humano es cuidarnos a nosotros mismos. No está de más recordar que las palabras nos inscriben en el mundo y llevan en su interior una poderosa capacidad perfomativa. Es imperativo desvincular cualquier alusión al amor que implique sometimiento, docilidad, posesión. Cuidar las palabras que dan arquitectura al amor no es solo cuidar el amor, es dar forma a un amor que cuide de nosotros.
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