viernes, abril 10, 2020

Recuperar la conciencia de finitud


Obra de Thomas Ehretsmann
En el artículo del pasado martes escribía que la vulnerabilidad desarticula las tesis del yo todopoderoso, insular y autárquico que tanto insiste en predicar ilusoriamente el neoliberalismo sentimental. Basta con tener una dolencia estacionaria, o un contratiempo del cuerpo que nos aprisione en una convalecencia, o que el azar nos sea ligeramente esquivo, para que ese yo alérgico a dependencias se muestre lábil e inoperante. Acaso este sea el motivo por el que la vulnerabilidad ha sido expoliada de la imaginería hegemónica. Ocurre exactamente lo mismo con la finitud, con nuestra indefectible condición de seres mortales, seres sujetos a un acontecimiento concluyente con el que un día clausuraremos nuestra adherencia a la vida. La finitud no solo señala una vulnerabilidad exacerbada, sino que anuncia su eclosión, el instante en que el cuerpo capitula y acepta la rendición que lo deportará del reino de los vivos. Salvo que el poshumanismo demuestre lo contrario, somos criaturas senescentes, caducas, finitas. Sin embargo, todos los relatos mercantiles, publicitarios, recreativos, en los que habitamos parece que no admiten la decrepitud y el final de nuestros cuerpos, o la presencia súbita y abrupta de nuestra genealogía mortal patrocinada por un episodio de fatalidad. Es muy significativo que estos días de pandemia se confirme esta deriva...



* Este texto aparece íntegramente en el libro editado en papel Acerca de nosotros mismos. Ensayos desde el confinamiento (Editorial CulBuks, 2020). Se puede adquirir aquí.

















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martes, abril 07, 2020

Nuevo tópico: el coronavirus nos ha recordado nuestra vulnerabilidad


Obra de Carmen PInart
En estos días de confinamiento nos están martilleando con una misma idea en la conversación pública, una apreciación tan falaz que provoca estupor que no haya sido cuestionada o incluso caricaturizada, puesto que habla muy mal de nuestra condición de animales racionales. También confirma cómo los lugares comunes a pesar de su absurdidad cohabitan a sus anchas en nuestros imaginarios. La idea que se ha instalado cómoda y acríticamente en las ágoras mediáticas y en el folclore del hablar cotidiano es que el coronavirus nos ha hecho tomar conciencia de que somos seres vulnerables e interdependientes. Siento disentir. En mi caso, pero asimismo en el de muchas personas a las que conozco muy bien, llevamos muchos años siendo muy conscientes de que somos seres muy vulnerables e interdependientes, exactamente igual que todos los demás. En mis cursos y conferencias es una idea que zigzaguea por todos lados al margen de cuál sea el contenido específico del que vaya hablar. En mis artículos ocurre lo mismo. Mi primer ensayo lo bauticé como La capital del mundo es nosotros, y foma parte de una trilogía cuyo título patentiza cómo la vulnerabilidad y la interdependencia son dos de los yacimientos filosóficos en los que más veces irrumpo para entender algo la vida y entenderme un poco a mí: Existencias al unísono. Soy tan consciente de la vulnerabilidad que...


* Este texto aparece íntegramente en el libro editado en papel Acerca de nosotros mismos. Ensayos desde el confinamiento (Editorial CulBuks, 2020). Se puede adquirir aquí.


















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